No ha aclarado si estaba amargo. Lo que ha declarado es que él pidió un café solo, largo y con hielos, que su compañero pidió un cortado y que el suyo no le gustó. Así que todo empezó por un café que no fue del agrado en la primera vez que el acusado pisaba el local. Ocurrió en el bar de la estación de servicio de Legarda, en la A-12, a las 22.30 horas del 28 de julio de 2019, hora punta para servir las cenas.

Lo que empezó por un café terminó en una discusión subida de tono entre el cliente, un guardia civil de Seguridad Ciudadana de la Comandancia de Pamplona con 16 años en el cuerpo, y la camarera y propietaria del establecimiento. "Igual el café largo es con un poco más de café", ha recordado este miércoles el agente, sentado esta mañana en el banquillo de la Audiencia acusado de haber detenido ilegalmente a la camarera abusando de su autoridad. Le piden una multa de 2.360 euros, que se le inhabilite para su trabajo durante 9 años y que indemnice a la víctima con 1.000 euros por daños morales.

"Y ella me respondió que si me gustaba, bien, y que si no, eso era lo que había. Aquí lo hacemos así, siguió ella. No me gustó su respuesta. Me sentí ofendido y no estaba de acuerdo en cómo me atendía. Así que le pedí la hoja de reclamaciones, no como uniformado, sino como cliente", ha manifestado el procesado.

"Y entonces ella empezó a decir que ese uniforme no representaba nada para ella y que íbamos a molestar. Usaba un tono elevado y me señalaba con el dedo. Hacía aspavientos, me decía que no era nadie para pedirle nada y que no le achantábamos. Estaba sacando todo de contexto y quería llamar a la Policía Foral para que me explicaran (que la hoja de reclamaciones que le presentaba era la correcta en ese momento). Luego le pedí que se identificara, entregó el permiso de conducir y mi compañero comprobó llamando a la central si tenía antecedentes". El historial estaba blanco, limpio de infracciones.

Pero aun así, el agente siguió erre que erre con la hoja de reclamaciones. "Percibía una hostilidad palpable en el local, había menosprecio y humillación porque trataba de desautorizarnos. Le dije al compañero que llamara al brigada jefe para notificar los hechos". Y la fiscal le ha preguntado: "¿Pero qué hechos, que tenía que comunicar?". Y el acusado ha respondido: "Que ella no atendía a razones y eso era una desobediencia grave y una alteración del orden público. Ella estaba con una ceguera de que no pintábamos nada y nos decía que nos había dado lo que queríamos y que nos fuéramos. Alentaba a la violencia y hostilidad de los presentes", ha llegado a alegar el procesado, que ya se sabe que cuando declara no está obligado a decir verdad, según la Ley de Enjuiciamiento Criminal.

"La situación se estaba saliendo de madre, percibí riesgo para mi integridad y pedí refuerzos. Era una desobediencia grave y reiterada y le informó de que iba a ser detenida". Pese a que la descripción de tal ambiente pudiera paracer incendiario, el procesado pudo engrilletar a la mujer sin que llegara refuerzo alguno, no hubo que hacer uso del arma de defensa, ni hubo daño alguno. "Se trató de una detención preventiva para evitar daños", ha defendido. "Fue una situación insostenible, imposible de comunicarse, creo que reaccionó así por ir uniformada".

La declaración de la víctima solo ha coincidido con la del acusado en que el café que pidió era solo, largo y con hielos. "¿Pero qué es un café solo largo?, se ha preguntado en la sala la dueña del local, desde los 16 años trabajando en el sector hostelero. "Un café así es muy subjetivo. Pero le dije si quería otro, o si quería más agua, que esperara cinco minutos porque estaba a tope con las cenas, no sabía qué más hacer...".

Entonces, se metió en la cocina "y una compañera me dice que el guardia quiere que salga. Me pidió la hoja de reclamaciones y que me identificara. Se la dí y también el permiso de conducir, y me dice que no le tomara el pelo. No comprendía lo que pasaba. Me parecía alucinante. No nos entendíamos. Le llamé a mi marido por la hoja de reclamación y me dijo que esa era la correcta. De buena fe llamé a la Policía Foral para hacer la consulta y quería pasarle el móvil al guardia (el acusado) para que le oyera y ahí me dice que no tenía que hablar con nadie, que él era guardia civil".

Está claro que aquello distó de ser un diálogo y se convirtió en una discusión acalorada. "Yo quería acabar con aquello para seguir trabajando. Tenía las hamburguesas en la plancha, mesas sin atender, y luego me pide la licencia de apertura. No le insulté nunca. Estoy más que acostumbrada a atender a policías, nunca he tenido ningún problema, al revés. Pero me puso muy nerviosa. Me dijo que saliera fuera y sí le dije que él ni 20 como él me achantaban, pero es que no sabía si pretendía meterme miedo. Estaba desesperada, no sabía ya si ponerme de rodillas y le dije mira la que se está liando por un café. Y me arrinconó y me puso los grilletes. Luego me pisaba las piernas en el coche y estaba empeñado en que no iba a ver a mi marido y que a estar mil horas en el calabozo". El juicio ha quedado visto para sentencia.