- Miren Begoña Amunarriz Olano (Donostia, 1948) nos recibe en el salón de su casa, donde nos cuenta que pasa mucho tiempo enfrascada en sus lecturas de investigación histórica. Con una amplia trayectoria en EAJ-PNV, articulista en varios medios y tertuliana, afirma sentirse privilegiada de haber vivido en primera persona la construcción de un país descompuesto por el franquismo, y la puesta en marcha del Estatuto de Autonomía.

En las últimas elecciones al Parlamento Vasco (julio 2020), de 75 escaños, más de la mitad (39) están ocupados por mujeres, parlamento que está presidido además por una mujer, Bakartxo Tejeria. En 1980, tan solo eran cuatro las mujeres con escaño.

-No cabe duda de que lo cuantitativo es importante y que en cuanto a la participación de la mujer en la política hemos dado un gran salto, pero es importante poner el foco en lo cualitativo. Lo cuantitativo es importante, pero no suficiente. Hoy en día no tenemos referentes en los cargos institucionales más importantes de nuestro país. Por tanto, las mujeres que quieran optar a cargos de máxima responsabilidad, además de tener capacidad para ello, deben tener capacidad también para ser pioneras porque todavía hoy nos faltan referentes.

Hablamos no solo de ocupar cargos de responsabilidad, sino de liderazgo.

-En España, Francia o Italia no ha habido de momento ni presidentas ni jefas de gobierno, pero por paradojas de la historia reciente, hubo un periodo en Europa en el que tuvimos cuatro mujeres en cargos de máximo nivel: Angela Merkel como canciller en Alemania, Theresa May en Reino Unido durante un tiempo como jefa de gobierno, Michelle Bachelet como presidenta de Chile, y Ségolène Royal como candidata a presidenta en Francia. Curiosamente, tanto Merkel como May son hijas de clérigo y Bachelet y Royal, a su vez, hijas de militar. Como feminista interesada en la investigación, me resulta realmente curioso que las cuatro provengan de dos de los estamentos más conservadores de la sociedad, el clero y el militar.

Comienza su andadura política a finales de los 70, pero su inquietud política le venía de familia.

-Mi aita fue gudari, vivió el exilio en Las Landas y pasó varios años en un campo de concentración en Burgos. Mi madre, por su parte, era una mujer muy trabajadora y fuerte, con inquietudes, nada que ver con el ideal de mujer sometida de la época. Pasó más de dos años en prisión, en la cárcel de mujeres de la calle Prim, porque alguien le delató por tener escondido en casa a un perseguido. En aquel momento ella no quiso saber quién le había denunciado, pero con el paso de los años me confesó que se arrepentía de no saberlo. En mi casa la época del franquismo la vivimos en un ambiente abertzale, de resistencia, y ya desde muy pequeña, en el colegio, fui castigada por hablar euskera. Recuerdo con orgullo cómo mi padre se presentó en la escuela a pedir explicaciones a las monjas en una época en la que eran muy pocos los que se atrevían a denunciar. Lo teníamos todo en contra porque las monjas de aquí las mandaban fuera, y las que traían no solo no eran vascas, sino que venían a hacer antivasquismo. En aquella época fue cuando comencé a desarrollar la conciencia feminista, porque estaba totalmente en desacuerdo con los valores que nos transmitían.

En 1977 se afilia al Partido Nacionalista Vasco y en 1979 pasa a formar parte de la Gestora Municipal del Ayuntamiento de Donostia, donde también fue teniente de alcalde. ¿Cómo recuerda aquella época?

-A nivel personal fue duro porque llegamos a un ayuntamiento en total decadencia, con un todavía alcalde franquista que no quería marcharse. Por el hecho de ser mujer, tampoco lo tuve nada fácil. En una ocasión me presenté a la cena popular de las fiestas de un barrio donostiarra, en calidad de representante del Ayuntamiento, y cuál fue mi sorpresa cuando me dijeron que no admitían mujeres. Aquello era inadmisible y bajo amenaza de llamar a la policía, terminaron por dejarme pasar. La presidenta de la Comisión de Fiestas, que también había sido "invitada" a marcharse a casa, finalmente vino conmigo. La velada fue tensa, pero aguantamos.

En marzo de 1980 se celebran las primeras elecciones al Parlamento Vasco y usted es elegida como la primera mujer parlamentaria.

-Fue una gran época, de mucho idealismo. Al inicio de la democracia, los que nos dedicábamos a la política no éramos profesionales, lo hacíamos solo por convicciones. Teníamos unas ganas enormes de mitin, porque en aquellas plazas abarrotadas oíamos cosas que habían estado prohibidas durante toda la dictadura. Había mucha ilusión por sacar al país adelante. Recuerdo con cariño mi primera intervención en el actual parlamento, en 1982, en la que quise dejar constancia sobre mi aspiración en cuanto a la participación de la mujer en la Cámara, trasladando el mensaje de que ojalá en un futuro cercano fuéramos más.

En 1985 participa en la clausura del Decenio de la Mujer declarado por la ONU.

-En 1975 la ONU declara el Año de la Mujer, pero al ver que eran tantas las problemáticas a abordar, decide convertirlo en Decenio. En el año 1985, ya como parlamentaria, me traslado a Nairobi (Kenia) al acto de clausura del Decenio, como representante del Gobierno Vasco. Fue una experiencia realmente interesante en la que tuve oportunidad de intercambiar opiniones con el resto de participantes y recoger información con la que después elaboraría un informe.

Propuso la creación de una subcomisión de la Mujer dentro de la Comisión de Derechos Humanos, lo cual fue el germen de Emakunde, institución creada en 1988.

-Para empezar a trabajar lo primero era conocer cuál era la situación que atravesaba la mujer en Euskadi. Creamos la subcomisión y decidimos elaborar un Libro Blanco, Emakumearen egoera Euskadin, que fue lo que dio pie a incluir los temas que atañían a la mujer en las políticas públicas. Ya íbamos tarde con respecto a Europa, donde todos los gobiernos contaban con un órgano específico para la mujer. Así, junto con otras compañeras de Euskadiko Ezkerra, y en esta misma casa, decidimos organizar un encuentro de mujeres que fue el germen de Emakunde.

El movimiento feminista, ¿hacia dónde debe caminar?

-Los movimientos tienen la ventaja de aglutinar gente muy diversa, pero tienen el inconveniente de que son acéfalos y carecen de referentes e interlocutores concretos. Permiten teorizar, pero si queremos conseguir cambios concretos, es preciso hacerlo desde las instituciones. Cada vez estoy más convencida de que el origen de todas las discriminaciones que sufrimos las mujeres es que siempre hemos estado en un segundo plano en la sociedad. A medida que las mujeres nos empoderemos comenzarán a reducirse las desigualdades y, por tanto, muchos de los problemas que nos afectan. Cuanto más lejos del poder, más vulnerables. Integrarnos cada vez más en el ámbito público y en cargos de responsabilidad, esa es la clave.