Los principales Gases de Efecto Invernadero (GEI) son de origen natural, y sin ellos el planeta sería un bloque de hielo. El problema surge cuando la cantidad de estos gases aumenta en exceso debido a la acción humana haciendo que el clima se comporte de manera distinta. El dióxido de carbono (CO2) es el más conocido, pero no es el único: el vapor de agua, el metano, el ozono y otros gases con nombres de difícil pronunciación son también GEI. Asimismo, no todos producen el mismo efecto, por lo que su impacto se expresa en cantidades de CO2 equivalente para medir su influencia real. Sin embargo, las emisiones de CO2 son tan enormes que su contribución final es mayor que la del resto de GEI.

La comunidad científica considera que cuando se doble el valor preindustrial de concentración del CO2 en la atmósfera, en torno a las 550 partes por millón en volumen (ppmv), el sistema climático se desestabilizará hasta puntos de no retorno. Con los datos actuales, dicha situación podría suceder antes de lo previsto si no se hace nada para evitarlo. El incremento en la concentración media del CO2 ha pasado de 315 ppmv en 1958 a 400 ppmv en mayo de 2013 y a 405 ppmv en septiembre de 2018.

La temperatura media en la superficie de la tierra ha aumentado 1°C desde finales del siglo XIX y se espera que siga subiendo con el paso de los años. El Acuerdo de París, firmado por 190 países, establece el objetivo de no sobrepasar los 2°C al final de este siglo. La explicación científica es que, pasada esa barrera, la atmósfera se volvería mucho más enérgica en sus movimientos y se generarían tiempos atmosféricos más violentos y bruscos. De los 18 años más calurosos de los que se tiene noticia, 17 han sido en este siglo.

En un reciente informe, el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC) advierte que con el ritmo actual de emisiones de GEI el aumento de 1,5°C se producirá entre 2030 y 2052. Si se quiere cumplir la meta del 1,5°C se requiere una disminución en 2030 del 45% de las emisiones de CO2 respecto al nivel del año 2010, mientras que en 2050 esas emisiones deberían quedar a nivel cero.

El IPCC advierte de que si se mantiene la tendencia actual, los modelos señalan subidas de temperatura a nivel global de hasta 4° C para el año 2100. En España, la Agencia Española de Meteorología (Aemet) indica que con esta tendencia se alcanzarán incrementos de entre 3-5° C a final del siglo XXI. El mayor incremento de temperatura máxima correspondería a los meses de verano de hasta 5-7°C, siendo menos intenso en la zona cantábrica que en el resto de la península.

En el País Vasco, el Departamento de Medio Ambiente, dentro del programa Klimatek, señala que para finales del siglo XXI las temperaturas máximas extremas aumentarán 3°C durante los meses de verano.

El cambio climático afecta ya a todo el planeta, causando impactos ambientales, económicos y sociales, que serán generalizados, graves e irreversibles para las personas y los ecosistemas. Entre la gran variedad de impactos, el IPCC destaca el debilitamiento de la seguridad alimentaria, la reducción de la biodiversidad y de los recursos de aguas superficiales y subterráneas, el freno al crecimiento económico y la creación de nuevas zonas de pobreza, el aumento del desplazamiento de personas y de los conflictos violentos, además otros como el estrés por calor, tormentas y precipitaciones extremas, inundaciones costeras e interiores, deslizamientos de tierra, contaminación del aire, sequía, aumento del nivel del mar y de temporales costeros.

Un informe del Banco Mundial (BM) y el Fondo Mundial para la Reducción de los Desastres y la Recuperación asegura que los fenómenos meteorológicos extremos, agravados por el Cambio Climático, están provocando pérdidas por valor de 487.000 millones de euros y llevando a la pobreza a 26 millones de personas cada año.

El cambio climático no afecta por igual a todos los países. La universidad estadounidense Notre Dame publica anualmente desde 1995 el Índice de Adaptación Global (ND-GAIN en sus siglas en inglés), que analiza la situación de vulnerabilidad frente al cambio climático de 181 países de todo el mundo y su disposición para implantar soluciones de adaptación.

El continente africano, América Central y del Sur, y parte de Asia presentan una mayor vulnerabilidad. Somalia, Chad, Eritrea, la República Centroafricana y la República Democrática del Congo son los países más vulnerables, mientras que España se encuentra en la posición 24ª.

La emisión media de CO2 por persona en la Unión Europea (UE) es de 8,5 toneladas al año y en Euskadi es de 8,7. Ligeramente superior a la media. Emitimos un 0,5% de los gases de efecto invernadero que se generan en toda la Unión Europea. No es mucho en términos totales, porque somos solo 2,1 millones de habitantes, sin embargo, las políticas internacionales de reducción de emisiones se rigen por la responsabilidad compartida y diferenciada.

Es decir, por un lado, nuestra huella de carbono es mayor que la de la mayoría del mundo, y por otro llevamos 150 años contaminando, mientras otros países apenas han iniciado un proceso de industrialización y ahora se les pide responsabilidad cuando no han alcanzado niveles de desarrollo y bienestar como los nuestros. Y ahí nos toca dar ejemplo. Ahí está el compromiso adoptado el 11 de diciembre por la UE: aumentar la reducción de emisiones para 2030 del 40% al 55% para 2030.

El acuerdo de París, suscrito por 190 países y al que se suma EEUU tras la marcha de Trump, se marca como obejtivo no superar los 2ºC en 2100

Las políticas internacionales de reducción de emisiones se rigen por la responsabilidad compartida y diferenciada y a Europa le toca más

El calentamiento también provoca el debilitamiento de la seguridad alimentaria y la reducción de aguas subterráneas y de la biodiversidad