a Comisión Europea se ha visto obligada a aceptar que AstraZeneca le suministre la mitad de las vacunas pactadas. No opino sobre la opacidad de un contrato con tachones, del que la comisaria de Salud, la chipriota Stella Kyriakides, manifestó que la farmacéutica había vulnerado la letra y el espíritu y, elevando el tono, nos recordó que no transigiría con recortes, acudiendo a los tribunales si preciso fuera. Un brindis al sol de esos a los que nos tienen tan acostumbrados nuestros políticos domésticos, pero esta vez en inglés. También desde Bruselas, nos siguen tratando como a niños, aunque en este caso, sea una psicóloga infantil. Una pataleta televisada, de corto recorrido, mirando al tendido. Y lo peor no es que nos quedemos con menos vacunas, sino que la comisaria ha quedado con su trasero al aire ante la ciudadanía y el programa de vacunación desajustado. "Es el mercado, amigo", que diría el expresidiario Rodrigo Rato. La farmafia controla la oferta.

Nos olvidamos del dinero adelantado por Estados Unidos y Alemania para la investigación. Obviamos que también les facilitan, a través de sus universidades y centros avanzados de investigación, el conocimiento básico y que, además, les garantizan la propiedad intelectual de las fórmulas, lo que se traduce en el monopolio en la venta del producto durante veinte años máximo, asegurándoles unos beneficios astronómicos. La consecuencia primera de esta premisa es que el medicamento ha adquirido la acepción de bien de mercado más que de bien social. Parecería lógico que esos Estados europeos que ahora se enfrentan al gran reto de optimizar la salud minimizando la mortalidad para salvar la economía, ante la situación de excepcionalidad, produjeran ellos mismos las vacunas, lo que resultaría mucho más barato. Pero, en la práctica, resulta imposible por el gran poder político y mediático de la farmafia, como nos lo acaban de demostrar. Por encima de nuestra salud se encuentran los intocables e inmutables dogmas neoliberales de la propiedad privada y las leyes del mercado.

Algunas voces, como hiciera Antonio Machín con su pintor y los angelitos negros, nos piden que nos acordemos de los países pobres, que nunca podrán vacunarse lo que, a nosotros, epidemiológicamente hablando, no nos conviene porque se convertirán en reservorios, amén de otras cuestiones éticas y morales. Si se forzara la producción masiva de las vacunas, se podría vacunar rápidamente a la población de todo el mundo, pero la iniciativa ha sido rechazada en las instituciones europeas, cautivas de esos dogmas. Esto no es una ONG. Algunos países no europeos parece que se han puesto manos a la obra.

El presidente Biden apela a la Ley de Producción de la Defensa aprobada en 1950 a propuesta del presidente Truman, afectado entonces por la Guerra de Corea, que obliga a toda la industria a ponerse al servicio de la defensa del país para producir, en esta ocasión, el material necesario para prevenir y controlar la pandemia, exigiendo a la industria farmacéutica anteponer el bien común a sus intereses particulares. En Europa no existe nada similar y sus competencias en materia de salud pública son escasas. El Tratado de Lisboa remite a los estados miembros en todo lo que a protección y servicios de salud se refiere.

La Ronda de Doha para el comercio internacional aprobó en 2003 una declaración en la que se establecía que en determinadas situaciones de pandemia o problemas de salud pública -en aquel momento el VIH-, un país miembro de la Organización Mundial de Comercio (OMC) podía iniciar un proceso para solicitar al país productor de una vacuna o medicamento que priorizara su abastecimiento. Pero la Unión Europea se comprometió a no entrar en ese procedimiento.

La revista The Lancet del 5 de febrero, en acceso abierto, publicó un informe, no revisado por pares, de Denis Y. Logunov y colaboradores del Instituto de Investigación de Epidemiología y Microbiología Gamaleya de Moscú sobre su vacuna, describiendo todo el proceso de evaluación y afirmando que tiene una eficacia general del 91,6%, superior a la de AstraZeneca, se puede administrar a mayores de 65 años e incluso es más eficaz a partir de esa edad. La inmunización se logra mediante dos dosis, administradas con un intervalo de 21 días, si bien las dos inoculaciones son dos fórmulas diferentes que sirven para potenciar la respuesta del sistema inmune. Requiere temperatura de refrigeración entre los 2 y los 8 grados para conservarse. Además, es más barata que las alternativas de Pfizer o Moderna.

En esas estábamos cuando aparece el zar Vladimir Putin ofreciéndonos, pagando, ¿eh?, 100 millones de dosis de su vacuna Sputnik V. A lo grande, como si fuera bilbaino. De ser eibarrés, ofrecería también las jeringuillas. Sin embargo, hay un problema importante. La vacuna es rusa y en Europa los medios han inoculado en la opinión pública desconfianza y recelo frente a todo lo ruso. Atravesamos un momento de gran tensión en las relaciones bilaterales desde la anexión rusa de Crimea y el intento fallido de asesinato y posterior encarcelamiento del opositor Navalni. También es cierto que la oferta del zar serviría para tapar a un tiempo el hueco dejado por AstraZeneca y el culo fofo de la comisaria, permitiendo cumplir el calendario de vacunaciones previsto y desequilibrando las maniobras de las farmacéuticas. Habrá que analizar las contrapartidas. ¿Qué hará ahora la Unión Europea? ¿Volverá a capitular ante esa opinión creada por los medios de desinformación, o antepondrá la salud de los europeos y comprará la Sputnik V? Yo me la pido en cuanto la autorice la Agencia Europea del Medicamento (EMA).

Hoy para comer, ensalada Olivier, ternera Strogonoff y de postre Napoleón de Adarraga. Vodka Russki Standart. De música de fondo, los remeros del Volga. Con las copas, La Internacional. "Na zdoróvie" (¡Salud!).

El medicamento ha adquirido la acepción de bien de mercado más que de bien social