a ha pasado un cuarto de siglo, 25 largos años desde que Chernobil Elkartea echó a andar en Bizkaia. Desde entonces, solo el covid ha impedido que niños y niñas ucranianos procedentes de municipios afectados por el accidente nuclear de 1986 hayan llegado a Euskadi a disfrutar de sus vacaciones, algo que continúa siendo necesario y que reporta importantes beneficios a su salud.

No ha podido ser. No pudieron venir en verano, tampoco lo podrán hacer en Navidad y no hay seguridad de que lo puedan hacer el verano próximo. Así las cosas, el 25º aniversario de Chernobil Elkartea, que llegaba cargado de iniciativas, ha sido más triste, mucho más triste. Las actividades extraordinarias no se han podido hacer, como un viaje de las familias a Ucrania en Semana Santa.

Pese a todo, la asociación no se queda cruzada de brazos y recientemente realizó una campaña de recogida de material escolar y de ropa que con posterioridad repartió entre las familias de acogida para que estas se encarguen de enviarla a Ucrania.

Marian Izagirre es una veterana en la Asociación Chernobil que se fundó en Bizkaia. Aquella primera experiencia no salió como se esperaba porque, explica Izagirre, "llegaron niños con bastantes recursos que pedían habitación con baño propio o que traían tarjetas de crédito".

No era este el objetivo de la iniciativa, que pretendía ayudar a niños que realmente lo necesitaban. Por ello, un grupo de madres formaron la asociación en 1995, estableciendo las bases de lo que tendría que ser el programa de acogida para dar la bienvenida a niños y niñas afectados por Chernobil que no tuvieran recursos para salir del país por sus propios medios. En 1996 llegó ya el primer grupo de niños.

"Desde entonces la elección de los niños la hacemos nosotros allí mismo. Desde el principio la asociación empieza a viajar a Ucrania con este fin", explica.

Para poder venir a Euskadi los niños tienen que contar con los permisos de padres, madres o tutores. "Nuestra asociación nunca ha tenido problemas en este sentido. Pero recuerdo que hace años hubo un problema con una asociación que traía niños de Sudáfrica. Los padres paralizaron el avión porque no les habían dado permiso de salida", recuerda.

Además, los niños son elegidos por los miembros de la asociación que viajan a Ucrania. "De todos estos años, este es el primero en que no hemos ido, porque no hemos podido", añade. "Tenemos la base de datos intacta para 2021", informa.

No tener recursos propios, bien económicos o de influencia, ni contar con familiares a los que poder visitar para salir de la zona contaminada es otro de los criterios que se aplican.

Pero algunas cosas sí han cambiado. De unos años a esta parte los niños solo pueden participar en esta iniciativa entre los seis (edad mínima que marca el Gobierno ucraniano y que coincide con la de su escolarización) y los catorce años, cuando antes era hasta los 18. "Todavía hay menores que vendrán hasta los 18 por ser de programas anteriores al cambio", explica Izagirre, aunque es posible que el covid impida que los mayores vuelvan y hay familias "que se suben por las paredes" temiendo que ese reencuentro no pueda ser realidad.

Marian Izagirre entró a formar parte de la asociación en el 2000 y en estos 20 años han pasado por su casa siete niños y niñas. "Este verano iba a venir el octavo, pero no pudo ser", lamenta.

Esta veterana madre de acogida guarda relación con muchos de ellos aunque, reconoce, "con los primeros es más difícil". "Cuando voy a Ucrania y me encuentro con la primera niña que tuvimos, con Irina, me paro y hablo, claro. Durante años, cuando íbamos a su pueblo la visitábamos. Contacto hay, pero es más difícil porque hoy las redes sociales acercan mucho y antes solo teníamos un teléfono fijo, había que llamar allí, no controlaba mucho el idioma... y eso te va alejando", añade.

Hoy en día las redes sociales facilitan mantener un contacto constante. "Con la más mayor de la segunda tanda que ha pasado por casa hablo casi a diario y ahora con el covid, más. Hoy estaba pendiente de una PCR en Ucrania", señala.

24 viajes, cientos de niños que han visitado Euskadi. Sin embargo, pese al paso del tiempo, a Izagirre la experiencia no se le hace muy diferente. Pero, explica, también es "porque como asociación hemos cambiado algunas cosas".

Al principio trajeron niños y niñas de una región próxima a Kiev, que disponía de líneas regulares de conexión con la capital. Era un municipio con "infraestructuras importantes y que tiene de todo, cines, teatros, teterías...". "Aunque hay familias que siguen sin tener baño en casa y hay muchos problemas de alcohol, el pueblo en sí tiene de todo", apunta.

De ahí que muchos de los niños llegaran "con una manera de actuar muy europea, muy acostumbrados a la pizzería, a los txiki park, a la tablet o al ordenador. La acogida se hacía muy complicada porque era difícil medir la necesidad de ellos, porque no tienen agua en casa pero un ordenador mejor que el nuestro".

Por ello, "ni ellos ni las familias se veían en la necesidad de venir y las relaciones se complicaron". En consecuencia, la asociación se decidió a acudir a las zonas más cercanas a la central nuclear. "Llegamos a las aldeas y descubrimos otra realidad. Pueblos que no tienen un teatro, ni un bar y los niños no tienen nada que hacer. En sus casas no hay agua, ni baño, ni en la escuela tampoco. La acogida es más sencilla, porque es más fácil ver la necesidad que tienen, la necesidad real es muchísimo mayor porque en esas aldeas no hay nada, ni tan siquiera posibilidades de trabajo y la degradación social es mayor".

De ahí que Izagirre no note mucha diferencia con el paso del tiempo entre los niños y niñas que viajan a Gipuzkoa, dado que proceden de zonas con las mismas necesidades.

¿Y siguen presentando carencias en materia de salud? Izagirre es taxativa: "Eso todos, los de las regiones cercanas a Kiev y los de las aldeas".

"Yo sé las cosas que pasan en casa. Cuando un niño viene, generalmente tiene la piel apagada, mucha ojera, se cansa enseguida. Viene aquí y en quince días eso ha cambiado", asegura la voz de la experiencia.

Además, de este modo se ayuda a que "dejen de pasar inviernos en los que muchísimos días están enfermos, incluso con pulmonías. Tienen así inviernos más suaves, con algún catarro, y no faltan a la escuela. El cambio es espectacular", abunda.

Tanto es así que, asegura, "hasta que no lo vives es muy difícil de imaginártelo siquiera. Es complicado que las nuevas familias de acogida visualicen el cambio que pueden dar hasta que lo comprueban en sus casas".

En los últimos años han llegado a Euskadi cientos de niños y niñas. Siendo todos ellos procedentes de familias con pocos ingresos, la realidad de cada una es muy diferente. Algunas familias están desestructuradas y otras no. "Estas son familias cuidadoras, que se preocupan de que sus hijos vayan a la escuela, que estén limpios... Las que son más desestructuradas, pues no".

Pero, en todos los casos, padres, madres o tutores han dado permiso para que viajen. No son niños que provengan de una institución, aunque en algunos casos después de haber viajado a Euskadi, sí han tenido que ser institucionalizados tras el fallecimiento de los progenitores o porque los servicios sociales así lo han determinado.

un adiós complicado

Desde su fundación, la Asociación Chernobil ha facilitado la acogida de 6.000 niños y niñas en la CAV y Navarra.

Siempre el adiós resulta complicado, porque lo que está claro es que tienen que volver con sus familias. Izagirre cuenta que solo conoce un caso que acabó en adopción, algo extraordinario porque fue el de una niña de orfanato que "se quedaba en la calle a los 17" y la familia de acogida la adoptó,

Lo que sí ha ocurrido en alguna ocasión, aunque también es infrecuente, es que una familia "haya sacado al niño del programa y lo hayan traído a estudiar, para que hagan alguna formación". En estos casos también vuelven a casa.

"Desde que estoy en la asociación, solo recuerdo un niño que no tomó el avión para volver a su casa y fue porque cayó enfermó y estaba ingresado. Pero volvió más tarde. Vienen como grupo y tienen que regresar como grupo", subraya Izagirre.

Por último lanza un mensaje. Sigue siendo igual de importante que hace 25 años que los niños y niñas salgan de Ucrania, pese a que hayan pasado 34 años desde la explosión. "La zona sigue contaminada y los niños tienen que salir de la zona contaminada 40 días al año. Llegan con datos en los análisis que asustan, a veces incluso hemos llegado a pensar que ocultaban algún tumor y luego no es así". Estas vacaciones son su mejor medicina y hay que confiar en que el año próximo puedan recibir su dosis.

"Con las redes sociales, mantener el contacto es más fácil que cuando solo había teléfono fijo"

Madre de acogida

Las vacaciones en Euskadi siguen siendo igual de necesarias para unos niños que llegan con las analíticas tan alteradas "que asustan"

El mayor temor de la asociación es que el año próximo tampoco haya viaje y no puedan volver a ver a los niños más mayores