l río Leitzaran fluye ajeno al estado de alarma, cristalino, sereno. En un paisaje bucólico, junto al merendero de Urto, marca la línea divisoria de dos territorios hermanos, Gipuzkoa y Navarra, separados durante esta pandemia por una barrera invisible pero palpable. A un lado de la muga, el caserío Urto Txiki, en la zona navarra; y a menos de 500 metros de distancia, Urtoko Zubieta, en el lado guipuzcoano. Tan cerca, y tan lejos. Es solo un ejemplo.

Aseguran los vecinos de la zona que los controles de la Policía Foral y la Guardia Civil son frecuentes y acatan, sí, pero no entienden una división "antinatural" entre pueblos vecinos, Berastegi y Leitza. Mañana, por fin, las dos partes de una misma realidad podrán juntarse, ignorar mugas impuestas, "ilógicas" en el día a día y la mente de sus habitantes, y recuperar parte de la normalidad que nos ha arrebatado el COVID-19.

Amaia Azkue es la alcaldesa de Berastegi, madre de dos hijos y vecina de a pie. Lo mismo atiende a medios de comunicación después de una reunión, que visita los trabajos de limpieza de un antiguo molino del siglo XVI (Arrate Errota) o nos pide un receso de cinco minutos para ayudar a descargar cajas del maletero de un coche para el Ayuntamiento. Así son los pueblos pequeños, cercanos, sin distancias. Íbamos a hablar con ella por teléfono, pero nos animó a visitar Berastegi, al cara a cara. "Cuando quieras", dijo.

Hemos quedado en la plaza, frente al Ayuntamiento, y le acompaña una vecina. Se trata de Amparo Villabona, natural de Leitza. Se afincó en Berastegi en 2004, donde vive con su marido y sus dos hijos. Amparo tiene gran parte de su familia en su pueblo natal, en la parte navarra: un porrón de hermanos e infinidad de sobrinos a los que no ha podido visitar en estos tres meses.

Nos cuentan que en Berastegi tienen (casi) de todo. "Aquí no nos falta de nada. Tenemos dos tiendas de alimentación, una carnicería, farmacia, y hay dos furgonetas ambulantes que vienen a vender pescado tres días a la semana. El sábado, sobre todo", asegura Amparo. Echa de menos, eso sí, a los suyos, esas "visitas" que les hacían los fines de semana para comer juntos.

Aunque pequeño y a desmano de los principales núcleos urbanos, Bererastegi (está a 20 minutos de Tolosa, 33 de Donostia y 42 de Iruñea) "es un pueblo vivo", añade Azkue. Su población ha aumentado un 10%, desde los 977 habitantes del año 2000 hasta los 1.080 de hoy en día. Amaia está contenta, porque "este año ya van a nacer unos diez u once bebés, y para comienzos de 2021 vienen al menos otros tres", exclama.

Muchos de los vecinos de Berastegi trabajan en fábricas de pueblos cercanos, pero "cuando terminan sus trabajos, regresan, y no solo a dormir. Aquí, se vive en el pueblo", coinciden ambas. Pero la gasolinera más cercana, aún así, está en Lei-tza, un pueblo prohibido hasta hoy.

"Entiendo que los límites hay que ponerlos en algún sitio, pero es ilógico. No es para ir de vacaciones, sino para acceder a servicios. Es cierto que tenemos Tolosa no muy lejos, y ahí tenemos de todo, pero muchos vecinos van a echar gasolina y a comprar pienso a Leitza. Incluso me parecería lógico que se pusiese un horario para acceder a ese tipo de servicios, pero no cerrar el paso. Al bidegorri de Leitzaran no vamos a ir; no pedimos eso, porque no nos parece justo. Sabemos separar los servicios y el ocio", afirma Azkue, que no comprende cómo se ha abierto el flujo a Cantabria antes que a Navarra.

Curiosamente, durante las primeras semanas del confinamiento, cuando se paró la actividad no esencial, la Guardia Civil sí permitía a los vecinos de Berastegi pasar a Leitza, dicen, para repostar o hacer compras. "Si enseñabas el ticket de compra, no te decían nada", recuerda Amparo. Pero más tarde, con las nuevas regulaciones, se impuso la división territorial. Y ahora, la gasolinera más cercana, en vez de a diez minutos, está a 20; en Tolosa.

Tolosa es el núcleo urbano de referencia. La cuesta tiende hacia allí y allí desembocan los jóvenes del pueblo cuando quieren enrolarse en actividades deportivas o de otra índole. Pero municipios como Berastegi, insiste Azkue, "no se pueden comprender sin los pueblos de al lado".

Al pie de la vieja carretera N-130

Con la cuenta atrás

En el cercano valle de Araiz, al otro lado del monte, se encuentra otro río, el Araxes. Irrumpe al pie de la viejacarretera N-130, al inicio del puerto de Azpirotz, en Betelu (Navarra); y se dirige hacia Gipuzkoa. Podríamos ir allí desde Berastegi por una pista forestal que conduce a Orexa, el pueblo menos habitado de Gipuzkoa; y luego descender, pero como buenos urbanitas, bajamos hasta Tolosa y remontamos la vieja carretera Donostia-Iruñea. No nos detenemos en Lizartza, el último txoko guipuzcoano, y seguimos hasta el lado navarro, a Atallu y Arribe, en el municipio de Araiz; casi en Betelu.

En Arribe, al pie de la carretera, nos recibe Xabier Garmendia, experiodista metido a gasolinero que atiende el goteo de clientes. Es como si se alegrase de vernos. Nota la falta de los guipuzcoanos, y lamenta no poder ir los fines de semana a casa de sus suegros, a Ordizia; un ritual.

Garmendia espera con ganas la apertura de la muga. Como servicio esencial que es, su gasolinera ha estado abierta obligatoriamente durante todo el confinamiento. Un mínimo de 30 horas a la semana fijaba el decreto del estado de alarma. Él ha trabajado 40.

Tiene la muga de Gipuzkoa a solo seis kilómetros, pero echa en falta a sus clientes guipuzcoanos, muchos vecinos de Lizartza que valoran, dice, no solo "la cercanía", sino los "5 o 10 céntimos por litro que se ahorran" en su establecimiento. "Antes venía mucha gente de paso; a comer al bar de al lado o a Aralar y ahora no pueden venir. Eso se nota. A partir de ahora podrán hacerlo", confía.

Los navarros del valle de Araiz, asegura, están sufriendo más este bloqueo que sus vecinos guipuzcoanos, que siempre tienen abierta la salida hacia Tolosa. "Nosotros no podemos ir", lamenta. "Los vecinos de Araiz hacen las compras fuertes y van al dentista o al mecánico a Tolosa, en vez de ir a Donostia o Iruñea", explica. "En un cuarto de hora estás en Tolosa, pero en el último mes la Policía Foral se pone todos los días en la muga", alerta.

Justo al lado de la gasolinera está el restaurante San Miguel. Lo regenta una joven pareja, Nagore Intxaurrondo y Jon Ariztia, que esperan con ansia la llegada de sus clientes guipuzcoanos. Reabrieron el restaurante el 14 de mayo, hace ya un mes, y han incorporado al trabajo a dos de los cuatro trabajadores que incluyeron en el ERTE. "Aún están a media jornada", explica ella.

El cierre de la muga se ha notado. "Entre semana nos salvan los menús, porque los vecinos del pueblo y del valle están respondiendo muy bien y tenemos los menús de los trabajadores de Wisco", una fundición de bronces y latones de alta resistencia. "Hemos notado que de lunes a viernes tenemos trabajo, pero el fin de semana, y los domingos en concreto, notamos mucho bajón, porque normalmente funcionamos con gente de Gipuzkoa, ya que en Navarra esta zona no se conoce tanto", dice.

Esos clientes guipuzcoanos de fin de semana son "familias por el día y cuadrillas de amigos por las noches. Antes, teníamos siempre lleno los domingos al mediodía, y ahora, mal. Espero que volvamos a la normalidad", asegura Nagore.

"El domingo al mediodía teníamos siempre lleno y sin los guipuzcoanos hemos notado bajón"

San Miguel Jatetxea de Arribe

"Tengo muchas ganas de recuperar las visitas de mis hermanos y sobrinos los fines de semana"

Natural de Leitza y vecina de Berastegi

"Entiendo que el límite hay que ponerlo en algún sitio, pero separar Leitza y Berastegi es ilógico"

Alcaldesa de Berastegi