- Esperamos fuera a que nos llamen. La responsabilidad pesa. La compartimos con los familiares de los residentes del centro de mayores Txindoki de Lazkao. Están a punto de visitar por primera vez en más de tres meses a sus familiares. Emoción, nervios... Nosotros vamos a trabajar, pero el respeto que infunde entrar en un centro limpio de COVID durante tanto tiempo es enorme. La vida de 108 residentes, el sacrificio de 88 profesionales€ el cumplimiento escrupuloso de las medidas de seguridad y prevención es una autoimposición. Coincidimos con Iñaki en la entrada. "Vengo a visitar a mi tío, de 12.15 a 12.45. Es la primera visita en tres meses", nos cuenta.

Vienen a buscarnos: "Ya podéis entrar". De uno en uno, el primer paso es limpiarse las manos con gel hidroalcohólico, luego nos colocamos la mascarilla que nos proporcionan e introducimos los pies en un recipiente con una solución desinfectante a base de cloro. "Tránsfer higiénico", le llaman. Una vez dentro, nos toman la temperatura con un termómetro a distancia. "Todo bien, adelante".

Se escuchan aplausos de una sala contigua; una ovación. Es la bienvenida que el equipo de dinamización del centro (fisioterapeutas, psicólogos y animadores) da a los familiares de los residentes de la segunda planta. Hoy es su turno. La primera vez que vienen desde el 6 de marzo. 100 días exactos sin ver a sus familiares, desde que se cerró el centro a las visitas. Uno de los primeros en dar el paso, incluso antes del confinamiento. La semana pasada fueron 26 visitas programadas, a los residentes de la primera planta, y hoy les toca a los de la tercera.

No nos está permitido tomar imágenes de familiares, ni de los ancianos que han pasado allí esta pandemia. Hemos quedado con Maite, hija de Sagrario y Paco, dos de los residentes de la residencia Txindoki, un centro concertado del grupo Sanitas. En una sala enorme, alrededor de una mesa, con sillas alejadas dos metros la una de la otra y con una mascarilla higiénica, nos espera esta mujer de 50 años. Trae escrito en dos folios, de su puño y letra, lo que nos quiere decir. Está nerviosa, un pelín emocionada. Dentro de unas horas va a ver a sus padres. Es probable que se le "salten las lágrimas", confiesa.

"Ha sido muy duro. Hemos pasado miedo", reconoce esta vecina de Lazkao. Vive a pocos metros de la residencia Txindoki y ha podido suplir su "angustia" con paseos a las puertas del centro, donde saludaba a sus aitas y les veía a través del amplio ventanal de sus habitaciones. Paco y Sagrario, de 84 y 82 años de edad, respectivamente, ingresaron en este centro de Sanitas en marzo de 2019.

Paco, nos explica Maite, fue atropellado por un vehículo hace dos años. Le rompió el hombro y le provocó un fuerte traumatismo craneoencefálico que le tuvo cinco meses ingresado en el hospital. Maite vivía con ambos desde entonces y en marzo de 2019 decidieron que lo mejor era acudir al centro Txindoki, al lado de casa.

"Lo más duro -confiesa-, fue no haberles dado el último abrazo" antes de encontrarse con la decisión del centro de cerrar la residencia a cal y canto. Prohibidas las visitas. "Sucedió todo muy rápido, de la noche a la mañana", una semana antes del confinamiento. Antes les visitaba "cada dos por tres". Vive al lado. "Maite Tolosa Matxinandiarena", contesta cuando le preguntamos por su apellido. Nos cuenta que su ama es navarra, aunque hizo su vida en Lazkao con su esposo y dos hijas.

"Tengo que empezar por dar las gracias al centro residencial Txindoki; mejor dicho, dando las gracias a todo el personal, por el apoyo que hemos recibido los que hemos estado fuera, y también por el cariño que han recibido nuestros familiares en estos momentos de angustia durante la pandemia del coronavirus", nos dice. "Sé que para ellos ha sido también muy duro y mucho sacrificio, mucho más trabajo, y no hay que olvidar que ellos también tienen familia y que han estado ahí, sabiendo que también corrían riesgo de contagio", añade.

"Personalmente, creo que el que se actuase con tanta antelación y se decidiese cerrar el centro a visitas antes del confinamiento, aunque fue duro, ha sido la clave para que en Lazkao no haya habido ningún caso de contagio", nos confiesa.

"Ha sido muy duro desde el comienzo porque de la noche a la mañana llegaban nuevos avisos sobre el confinamiento, más restricciones...". Llegó un momento, reconoce, que tuvo que dejar de escuchar las noticias: fallecidos en residencias próximas, en los pueblos vecinos... Cada día era un obstáculo salvado y una amenaza en ciernes. Las preguntas se agolpaban en su mente: "¿Hasta cuándo? ¿Cómo llevarán la soledad? ¿Aguantarán?".

Los miedos de Maite iban más allá del COVID-19. "La enfermedad era a lo que más temíamos, pero no hay que olvidar que la mayoría de los residentes tienen más patologías, como en el caso de mis padres. Yo tenía sobre todo miedo a la ansiedad y a las caídas. De hecho, mi padre se desorientó un tiempo, pero poco a poco va a mejor", explica.

Ha llegado la hora de tomarse un respiro. "Después de tanto tiempo, nos podremos ver a dos metros durante media hora. No nos podremos abrazar, ni besarnos, pero va a ser un lujo lleno de emociones el tenerles tan cerca y charlar con ellos", admite, porque "es triste verles a través de la ventana, decirles que aguanten y ellos nos digan que nos cuidemos nosotros", recuerda.

"Si han aguantando esta situación bien, ha sido gracias al cariño que han recibido por parte del personal de Sanitas. Les han dado esos ánimos que nosotros desde fuera no podíamos", concluye Maite.

"No nos podemos besar, ni abrazar, pero es todo un lujo de emociones poder charlar con ellos"

Hija de residentes en el centro Txindoki