- Encerrada en su casa, sin poder salir a hacer la compra y entregando su perro a través de una ventana a sus amigos para que puedan pasearlo. Así se encuentra la donostiarra Olatz Urkia, corresponsal de EITB en China, que ve por la ventana cómo poco a poco los vecinos de Pekín le van perdiendo el miedo al virus y tratan de hacer vida normal.

Se encuentra en cuarentena en su casa por haber viajado a Wuhan, ¿no?

-Sí, tengo que hacer una cuarentena de catorce días, pero es una cuarentena distinta a la que se hace en Europa porque es sin excepciones, en dos semanas no puedo salir ni una sola vez de casa. Para que no salgamos nos ponen incluso un detector de movimiento en la puerta. La tengo que hacer por haber estado en Wuhan, pero estas medidas no se están haciendo en todas las ciudades chinas. En Shanghai no son tan estrictos, pero en Pekín sí. Estas prevenciones ya empiezan a la hora de salir de Wuhan; primero hay que hacerse el test de coronavirus y dar negativo y luego todo un proceso en el está la compra del billete de tren a través de una aplicación del gobierno.

¿Cuál es ahora mismo la realidad en Wuhan?

-Yo llegué tres días antes de que abriesen la ciudad y no encontré una situación normal. Por la calle hablábamos con gente que nos decía que era la primera vez que salían en 76 días. Desde el 23 de enero nadie podía entrar ni salir a la ciudad, ha estado totalmente aislada. Existen controles en todas las calles donde es obligatorio que te hagan el escáner facial para saber si tienes fiebre. Pero desde que yo llegué hasta que yo me fuí viendo poco a poco el cambio. Los primeros días para algo tan sencillo como comer, parar un taxi o encontrar un traductor que aceptase trabajar era muy complicado, pero con el paso de los días empezamos a ver taxis en las calles, gente que salía...

¿Y en el resto de China?

-Llevámos mucho tiempo diciendo que estamos volviendo a la normalidad, pero es una vuelta muy gradual. En Pekín, por ejemplo, si volvemos de otra provincia, no solo de Wuhan, tenemos que hacer la cuarentena, y hay controles en las entradas de todas las zonas de la ciudad con unos guardas que miden la temperatura de cualquier persona que vaya a pasar, además de enseñarles una tarjeta que muestra que vivimos aquí. Una persona de fuera hasta esta semana no podía entrar en una zona que no fuese la suya. Ahora mostrando lo que llaman el código de salud sí. Se trata de una aplicación que recoge las localizaciones y decide si una persona ha estado en una situación de riesgo en un lugar con muchos contagios dándole un código verde -que puede pasar- o naranja -no puede-. Además, todo el mundo lleva mascarilla. Pero la gente sí que se anima a salir, los vecinos se hablan en pijama desde las casas y las calles tienen vida.

En las últimas semanas se vieron imágenes de personas increpando a los vecinos de Wuhan que salían de allí. ¿Esto también se ha suavizado?

-Sí, en eso se ha vuelto a la normalidad, sobre todo porque confían en ellos. En su momento cuando comenzó todo sí que me encontré gente de Wuhan en Pekín que decía que ellos no eran de allí, pero fue al comienzo del miedo. Ahora la gente confía mucho en las medidas, les tranquiliza. Si a alguien de Wuhan le han dejado subirse a un tren y venir a Pekín es porque ya ha pasado una cuarentena larga en casa y está súper claro que no está infectado. Pero claro, como en todos los lados hay gente de mente muy cerrada que tiende hacia actitudes discriminatorias, pero en general no es así.

Ahora que va reabriéndose todo, ¿cómo es la situación del ocio, de bares, restaurantes, cines...?

-Muy poco a poco va a más. Los primeros bares en Pekín empezaron a abrirse hace un mes, pero cada día todavía van reabriendo nuevos. Al estar esta semana en cuarentena no tengo muy claro como está la situación ahora mismo, pero por lo que me cuentan mis amigos un bar al que solemos ir, por ejemplo, ya ha reabierto tras estar tres meses cerrado. Antes de irme a Wuhan los restaurantes iban abriendo pero respetando medidas de reducción, con no más de tres personas en una misma mesa, una mesa vacía entre mesas de clientes... Eso ahora debe estar cambiando y hay bares y restaurantes que están llenos de gente, pero se sigue midiendo la temperatura a la entrada, eso se ha vuelto la rutina más normal.

Comentaba la confianza que tienen en su gobierno, pero echando la vista atrás, ¿se le ha echado en cara las decisiones que tuvieron al comienzo de la pandemia?

-El gobierno comunista no hace mucha autocrítica, pero esta vez sí que ha habido más de la habitual. Lo que han hecho desde Pekín es básicamente echar la culpa al gobierno local de Wuhan y sacar a a cargos políticos de ahí como castigo por no haber reaccionado a tiempo. Sí que admiten que en un primer momento no se reaccionó lo más rápido posible, pero al final lo que cuentan es que luego sí que han tomado las decisiones rápidas y difíciles que en otros países no quieren tomar. Por ejemplo, paralizar totalmente el país, lo que ha supuesto un golpe muy duro para la economía, o que mucha gente se haya quedado sin sueldo durante meses.

¿Se habla ya de cómo darle la vuelta a esa crisis económica?

-No, creo que todavía es pronto para ello. Ahora mismo están en otra fase, porque todavía existe el miedo de que haya un rebrote y por eso todavía se siguen tomando medidas radicales. Lo que la gente quiere sobre todo es que no haya focos nuevos, que ya ha habido por ejemplo en el norte del país en la zona fronteriza con Rusia.

Ha comentado la importancia que tiene allí la tecnología para combatir el virus, el uso de las mascarillas... parecen realidades completamente diferentes a las que se viven en Euskadi.

-Los extranjeros que vivimos aquí tuvimos ese debate. Al principio nos preguntábamos si las medidas radicales que se toman aquí solo pueden tomarse aquí al ser un sistema algo dictatorial, pero ahora todos, hasta los que son más antichinos, hemos llegado a la conclusión de que aquí se ha hecho bien. Viendo la situación en Europa con el debate de si las mascarilla son necesaria o no nos ponemos muy nerviosos. El Gobierno español ha tomado unas decisiones muy contradictorias y ha mostrado un rechazo a que haya una paralización económica. En China no ha habido ese miedo y la situación se ha controlado mucho mejor.

Quizás también se deba a que la forma de ser de los chinos sea diferente.

-Yo no lo creo. Este es un comentario que he oído mucho y no estoy de acuerdo. La gente tiene muchos estereotipos de cómo son los chinos, los jóvenes como en todos los lados quieren estar afuera, a nadie le gusta estar encerrado en casa y tengo amigos chinos que lo han pasado muy mal. Pekín es una capital muy activa donde la gente hace mucha vida fuera. Creo que la diferencia está más en la religión, nosotros tenemos las raíces de la religión cristiana y ellos tienen la del pensamiento budista, que es más aceptar lo que llega y tomárselo con calma. Disfrutar de las cosas pequeñas y no estar dándose cabezazos contra la pared cuando hay una situación que no se puede cambiar.

"Hay bares y restaurantes que están llenos de gente, pero se sigue midiendo la temperatura a la entrada, eso es la rutina más normal"

"El Gobierno español ha mostrado un rechazo a la paralización económica. En China no y la situación se ha controlado mucho mejor"