onocí, como familiar de residente, la de ancianos de Azkoitia, en las visitas a mi centenario aittona Vixente, hace ya muchos años. La gestionaban unas monjas mercedarias. Chapeau. Nunca agradeceremos suficiente el trato humano que todos recibimos. En mi actividad profesional conocí las cocinas de muchas, públicas y privadas. Ejecuté algún cierre y elevé varias propuestas de sanción en privadas. Igual se perdieron en los pasillos de las prevaricaciones y olvidos. Ya ha prescrito todo. No soy contrario a la gestión externa de las residencias. Intuyo los cambalaches en algunas adjudicaciones. Conozco de primera mano los problemas con las cuidadoras y les apoyo fraternalmente. Celebro la profesionalidad de las que se han encerrado con sus aitonas y amonas. Si a los datos que se publican nos atenemos, vivir hoy en una residencia de ancianos es una actividad de riesgo. Obviamente, impactan las cifras de muertos, sobre todo si se omite su historial clínico y el número total de residentes que resisten la crisis por las atenciones del personal que, por lo general, carece de conocimientos médicos. Un experto decía que las residencias no son hoteles, ni cuarteles, ni hospitales. Son hogares un tanto especiales. Muchas lo son. Sorprende que, sabiendo desde febrero -López Goñi dixit- que el SARS Cov-2 se ceba en los ancianos, a mediados de abril anuncien desde Osakidetza que comenzarán a hacer test a usuarios y empleados de las residencias. Sí, ahora. ¡Albricias! Es patética la complicidad y superficialidad de los medios de desinformación con esa dramática realidad. Todo queda en las declaraciones de una cuidadora quejándose de la falta de mascarillas y guantes. No se cuestionan responsabilidades por el olvido en el que han estado sumidas durante semanas. No importa. No se ha hecho ni una autopsia. Esto pasará y a otra cosa, mariposa.

Y no olvidarse de comprar producto local.