- Las videollamadas para salvar distancias con familiares confinados se han revelado como una valiosísima herramienta. ¿Estamos ante el espaldarazo definitivo de las nuevas tecnologías?

-En estos momentos está claro que es así. Están viniendo muy bien para responder a esta anómala situación provocada por el coronavirus, de tal manera que la falta de contacto físico no suponga un desenganche o aislamiento emocional. Ahora bien, dicho esto, hace cuatro semanas habría respondido que las redes sociales no están ayudando precisamente a las relaciones. Al menos no tanto como pensamos.

¿A qué se refiere?

-Las relaciones sociales, la atención personal, el cara a cara, supone un mayor esfuerzo. En ocasiones, hay personas que pueden desilusionarte, y por todo ello la gente se refugia cada vez más en las redes sociales. Sin embargo, lo que más ayuda a vivir largo tiempo y en mejores condiciones son las relaciones personales. Un estudio longitudinal de Harvard lo anticipó hace muchos años. Me refiero a compartir proyectos, estar implicado con tu comunidad... No podemos obviar que las redes sociales nos dan una de cal y otra de arena. A través de una pantalla no tienes por qué aguantar a quien no deseas, pero por eso mismo a veces se convierten en un sucedáneo. En ese sentido, soy mucho más partidario del roce, aunque ahora mismo pueda parecer un pecado. Hace falta compartir y apostar por unas relaciones sociales potentes y acompañadas de un compromiso. A pesar del coronavirus que ahora mismo ha cambiado nuestras vidas, las redes sociales están muy bien, pero en ningún caso pueden sustituir al poder de una conversación, al roce, al intercambio de sentimientos.

¿Esa sociedad que ya era individualista, y que ha pasado a darse el codo en vez de la mano, se sacudirá el miedo?

-Lo que puede quedar del virus es el miedo al otro, por ver en él una enfermedad en potencia. Tenemos que posicionarnos en contra. Cuando salgamos de todo esto tenemos que ser más conscientes, humildes, asumir que hemos podido obrar con mucha autosuficiencia y que le hemos dado valor a las cosas que no la tienen. Ahora resulta que un abrazo o un beso nos parece lo más valioso. Creo que tenemos que aprender mucho de todo esto.

La sociedad confinada parece haber caído en la cuenta de lo mala que es la soledad no deseada. ¿Acaso no existía antes? ¿Tanto ha cambiado la situación? Hay quien se puede sentir incluso más arropada que antes, saliendo a aplaudir al balcón todas las tardes...

-Sin duda, es como si antes no hubiera personas viviendo en soledad. No sé hasta qué punto pueda ser más acusada la soledad de quienes ya se sentían antes solos. Probablemente, lo que haya ahora es más gente que se siente sola, y ese sentimiento unido a ese vínculo que se establece entre mayores y grupo de riesgo le lleva a la gente a sentirse vulnerable e indefensa. Es algo que a su vez acrecienta el sentimiento de soledad. Son dos fenómenos que se retroalimentan. El confinamiento, en cualquier caso, no tiene por qué significar un aislamiento emocional. No todo es malo con el coronavirus. Las redes sociales que se están tejiendo para ayudar a hacer las compras son un aspecto muy positivo de todo esto. Hay personas que en estos momentos son capaces de abandonar su individualismo y, al menos en este momento, lo están dando todo por los demás.

Y hay mayores muy activos…

-Desde luego. Si ponemos a los mayores esa etiqueta de grupo de riesgo, parece que ese miedo físico se hace extensible a otras las esferas de vida. Pero si miramos la actual situación objetivamente, hay personas mayores que pueden llevar el confinamiento mejor que muchos jóvenes, porque tienen más recursos personales. La vulnerabilidad física no significa una vulnerabilidad psicológica o social. Con la edad aumenta la fragilidad, pero hay personas con muchas capacidades que está estupenda.

Apenas han transcurrido unas semanas... ¿Qué escenario vislumbra en el futuro?

-Habrá personas a las que les va a transformar la vida, pero también vamos a seguir testigos de un nuevo neoliberalismo y una manera de comportarse más salvaje. Hay quien se escorará más hacia la derecha, algo contra lo que hay que oponerse, elaborando un nuevo discurso en el que no miremos a los extranjeros como enemigos, porque somos ahora nosotros los que nos estamos contagiando entre nosotros. Hay que abrir la mente y la sociedad. Una cosa es que se cierren puntualmente las fronteras, pero el peligro está en que este cierre coyuntural suponga un mayor proteccionismo de cada país.