El cliente nunca se anda con rodeos. Ha pedido que le pinten el cuadro de la bici de color negro mate, con letras brillantes, y lo escrutará a base de bien en cuanto esté listo el pedido. Los artesanos saben lo que tienen entre manos. Ha llegado al taller otra de esas “joyitas”, como lo son el 85% de las bicis de carbono que reciben. “Son muy delicadas y requieren mucho tiempo de dedicación. Te pueden llevar desde un día a una semana, aquí se trabaja todo al detalle”, cuenta Ahmed Laghmigch, que mira el cuadro de la bicicleta como un luthier lo haría con su guitarra.

Aficionados y ciclistas profesionales compiten no solo en la carretera. También en el diseño de sus máquinas, y ahí entran en juego todo tipo de prestaciones, como “la pintura de efectos” que tanto se estila, y que hace cambiar el aspecto de la máquina según la perspectiva desde la que se mira. De todo ello habla este joven marroquí de 24 años, en situación administrativa irregular, que muestra cualidades para abrirse un hueco laboral en un nicho de mercado todavía por explorar. Solo hace falta que el viento sople de cara.

Es, a fin de cuentas, el objetivo que persigue Txiper, un proyecto de personalizacion de bicicletas que va ganando terreno con el tiempo. Han invertido en una cabina profesional en Errenteria. Los responsables de Fundación Sarea, la iniciativa de carácter social creada por Cáritas que lleva adelante esta iniciativa, esperan equilibrar las cuentas en breve, y contratar a dos personas. Puede parecer poco, pero es todo un mundo teniendo en cuenta el colectivo desfavorecido al que va dirigido este nuevo nicho de mercado.

La fundación atiende cada año a 200 personas en Gipuzkoa, el 60% inmigrantes que tras rebasar la veintena se han quedado en el limbo de la irregularidad. No tienen ninguna discapacidad que pueda abrirles la puerta del trabajo protegido. Tampoco han cursado estudios de Secundaria, requisito imprescindible para acceder a certificados laborales de Lanbide.

Muestran además su deseo de quedarse en el territorio, pero sus posibilidades de inserción laboral se reducen a la mínima expresión frente a “un mercado hostil” que prioriza el personal cualificado. “Vemos que transcurre el tiempo y que el mercado sigue sin absorber a estas personas”, lamenta Agustín Tranche, director de la Fundación Sarea.

También sin papeles

El mal sueño que comenzó tras el segundo semestre de 2008, que borró del mapa hasta la oferta formativa, sigue siendo una pesadilla para un colectivo que ha venido deambulando de aquí para allá, provando suerte de una región a otra sin llegar a encontrar su sitio. Laghmigch, que ha encontrado la horma de su zapato y se esfuerza a diario por dejar las bicicletas a pedir de boca, espera que sople de una vez ese viento a favor, que por el momento no alcanza a ser siquiera brizna.

Cuenta el marroquí que llegó a Gipuzkoa con 18 años. Vino solo, y desde entonces han pasado por sus retinas un montón de centros y servicios que no han acabado por ofrecerle lo que más quiere: un trabajo que normalice su vida.

Le hablaron después del proyecto de personalización de bicicletas, donde se afana ahora por satisfacer las demandas de los clientes más exigentes. “Vamos poco a poco, consiguiendo el nivel”, le mira a su compatriota, Antar Luoafi, de 21 años, que lleva tan solo dos días aprendiendo el oficio. El chico, retraído en su buzo azul, reconoce que tampoco tiene papeles.

Por las manos de estos chicos pasan bicicletas de todo tipo de deportistas, desde veteranos del Ironman, hasta que la encargó pintar de rojo el ciclista profesional colombiano Juan Esteban Chaves para la Vuelta a España. “El cliente recibe solamente el cuadro, y lo examina con mucha atención. Por eso todo el proceso de lijado y pintura tiene que ser perfecto. Aquí vamos aprendiendo todo ello”, confiensan estos jóvenes marroquíes, que luchan a diario para no quedarse anclados en el desánimo.

Ellos todavía son jóvenes. Otros en similar situación van dejando de serlo. Hay quienes llevan más de una década en el País Vasco sin conseguir ningún progreso. La fundación percibe “situaciones muy estancadas”. De las personas que atiende Fundación Sarea, solo un 10% de ellas se inserta laboralmente, prácticamente en empleos precarios y temporales.

Desarraigo y exigencia

Gipuzkoa no cuenta con un sector primario que absorba esa demanda, y cada vez es más escaso el trabajo de poco valor añadido. En el territorio no hay grandes obras ni un trabajo de albañilería que, por ejemplo, pueda emplear a estos jóvenes. “Todo acaba y empieza en la escuela. El mercado hoy en día es hostil, y el empresario busca al mejor trabajador que pueda”, subraya el director de la Fundación, en alusión a un colectivo, el más desfavorecido, que se sitúa “lejos” de lo que la empresa demanda.

Se muestra cauteloso al hablar de ello. Se trata de un colectivo especialmente vulnerable, pero el director cree que no hay que ponerse una venda en los ojos, y que si ellos no ponen de su parte para formarse, ningún empresario va a rescatarles, ya que siempre buscarán a los mejores trabajadores. “Una persona con 25 años puede estar cobrando la RGI, pero su proyecto de vida no puede estancarse ahí. Nuestra obsesión es buscar oportunidades de empleo”. Es ahí donde cobran todo el sentido iniciativas como Txiper, que ofrecen a sus participantes la adquisición de competencias laborales.

Los educadores Aritz Martiarena e Iker Betelu trabajan a diario con seis personas que están siguiendo el proceso de formación en este taller, entre las que se encuentran los jóvenes marroquíes.

A pesar del desarraigo, el nivel de exigencia y cualificación debe ser alto. No queda otra para hacerse un hueco en el mercado. “No se trata solo de pintar las bicis, como hacíamos al principio sin mayores pretensiones. Este trabajo exige cada vez más un nivel de artesanía más elevado”, detalla Martiarena mientras repasa unos bocetos frente al ordenador. “Aquí les preparamos para el mercado laboral, les evaluamos según su rendimiento, y son ellos quienes tienen que avanzar”.

Estos jóvenes, que no han cursado la ESO, acuden todas las tardes a clases de refuerzo después de dejar el taller en el que realizan la formación. “No nos queda otra. Es necesario para salir adelante”, confiesan.