Los partidos políticos se han vuelto tacaños con sus potenciales votantes. Son el equivalente al garrapiñamiento de los bancos con sus clientes. Antes, en una campaña normalita te regalaban bolis, libretas, chapas, caramelos, piruletas, mecheros, llaveros, cerillas, pegatinas y hasta condones y, si no esquivabas al candidato en su asalto en plena calle, te podías llevar hasta el premio gordo: la camiseta y la gorra, que luego usabas para dormir o para subir al monte.

Cuando éramos críos, el tiempo de campaña era muy parecido a la Navidad pero con una cabalgata de Reyes que se repetía a diario a la puerta del colegio, en el parque y donde menos lo esperabas. Los chavales éramos algo así como camellos y junto a los regalitos con los logos de los más variopintos partidos y coaliciones nos colaban las papeletas (que no papelinas) para que se las lleváramos a nuestros padres después de comparar con los amigos los botines apresados con bolis suficientes para lo que quedaba de curso y los dos siguientes.

Este año la cosa está triste, son tendencia los globos porque son baratos y abultan, aunque la propaganda del buzón está llegando seca y hasta a la bolsita que cuelgan en el pomo de la puerta le faltaba el boli de hace cuatro años. Los partidos ya no compran nuestra atención con regalitos, salvo que vivas en Melilla que allí el voto estaba a 100 euros. Aquí, no te dan ni un boli.