La legislatura española comienza a ser un acto de fe. Pedro Sánchez llega al verano con varias asignaturas pendientes y, para colmo, el seísmo andaluz, aunque era previsible, puede hacer tambalear aún más los cimientos del Gobierno de coalición. La incontestable victoria del PP de Juanma Moreno, con la vía despejada para su reelección, y el peor resultado histórico de los socialistas en un feudo que durante cuatro décadas fue la guarida de sus esencias, sitúa el escenario en otra casilla, en puertas de un nuevo ciclo político que, irremediablemente, parece virar hacia la derecha. La partida le será ahora más fácil de jugar a Alberto Núñez Feijóo. Y es que los conservadores no solamente han sumado en Andalucía más que toda la izquierda en su conjunto, sino que la mayoría absoluta les permite no tener que apoyarse en el peor compañero de viaje posible. Al contrario de lo que ocurrió en Castilla y León, Vox, con un pírrico avance, no será crucial para formalizar la investidura ni podrá ejercer influencia en el Palacio de San Telmo como socio de Ejecutivo.





Se barruntó desde el sondeo al cierre de las urnas. Después de que en 2019 firmara la marca más desastrosa para sus filas (26 escaños), y la carambola le convirtiera en presidente, Moreno se ha disparado esta vez hasta las 58 actas (43,12% de los votos), batiendo con creces lo que auguraban las encuestas y superando incluso el estéril registro de 50 que marcó en su día Javier Arenas. El perfil de gestor moderado granjeado mediáticamente al calor de su nuevo jefe y el balón de oxígeno en Génova tras la marcha forzada de Pablo Casado han allanado el camino al candidato popular, también por incomparecencia del rival. Pese a las serias deficiencias que arrastra su comunidad, y más después de la huella dejada por la ultraderecha ejerciendo de comodín desde fuera del gabinete; la ciudadanía parece que ha resuelto su indecisión en clave no solo andaluza sino también estatal, probablemente por el ruido contaminado que les llega desde el Congreso acerca de los acuerdos de Sánchez con los soberanistas, amén de los conflictos internos que perciben del funcionamiento de la coalición en Moncloa.

El PP se ha hecho con caladeros históricos para el socialismo -como Dos Hermanas-, hasta el punto de vencer en la provincia de Sevilla por primera vez en la historia de la democracia. Lo ha logrado en buena parte tras la extinción absoluta de Ciudadanos, que ha perdido los 21 representantes (3,2%) que ostentaba, firmando otro episodio más dentro de su capitulación política, por mucho que Inés Arrimadas se haga de rogar. Y es que Juan Marín no ha sido capaz de sacar usufructo a su desempeño desde dentro del gobierno como mano derecha de Moreno. El PP se ha expandido en todos los ejes, apoderándose de voto en todas esas brechas donde la gente fluctuaba entre su papeleta u otra.



La lectura del PSOE da para un serial. Primero, porque sus 30 escaños (24,1%) y bajar del millón de votos ya son de por sí unos números que engrosarán sus peores páginas; pero, además, porque su líder, Juan Espadas, resultó ser el candidato ungido por Sánchez en detrimento de quien permaneció hasta hace escasos meses encabezando la oposición, Susana Díaz, quien, al margen de unos cuantos quilates más de carisma, puede decir que le apearon del trono con un triunfo bajo el brazo que dista mucho de lo acontecido en esta cita electoral para los intereses socialistas, a quienes persigue aún la sombra de la corrupción, con el caso de los ERE por resolver. La debacle, unida a la castellana del pasado febrero o a la anterior en Madrid, contiene variables que escapan de Andalucía. Sánchez no está consiguiendo hacer valer en esa bolsa de votantes tradicionales de centroizquierda el balance de su dirección en tiempos de pandemia y conflicto bélico, ni siquiera poniendo sobre la mesa el paquete de medidas anticrisis que ha contribuido a paliar la situación a las clases más desfavorecidas, ni tampoco con una legislación social más progresista que, por contra, sí logra movilizar a la derecha.

Frenado de la ultraderecha

Vox, que solo ha subido dos escaños y se ha atorado en 14 (13,4%), esperaba mayor explosividad pero a buen seguro que sus aspiraciones se han visto frenadas por el voto útil hacia el PP, para liberarle de su dependencia, y por la sobreactuada pose de su candidata Macarena Olona, poco esforzada en conocer los problemas y la idiosincrasia andaluza, a la que ha venido trasladando unas soflamas que podría haber aireado en cualquier otra latitud. El estancamiento de la rancia radicalidad ha sido la única noticia positiva dentro de la izquierda, aunque tampoco podrán jugar la carta de la ultraderecha y la influencia de sus políticas como fantasma con el que movilizar a los suyos.

En ese espectro, Yolanda Díaz tendrá que armarse de paciencia para calibrar la fortaleza de su proyecto en ciernes. La plataforma de izquierdas creada a trompicones y entre disputas para esta ocasión, bautizada como Por Andalucía, casi ni salva los muebles, con 5 escaños (7,6%), pese al talante de quien la abanderada, Inmaculada Nieto, en los modos un perfil natural bastante parecido al de la vicepresidenta segunda. El proceso de escucha tendrá que abrir bien los oídos y los ojos para atraer a ese electorado desencantado con las guerras cainitas tanto dentro de Unidas Podemos como en la izquierda en general.

Una de ellas la mantuvo con la marca que le hacía sombra en estos comicios y que venía de englobar a todo este espectro, Andalucía Adelante. La formación de Teresa Rodríguez, con un argumentario en clave netamente andalucista, no ha confirmado los buenos augurios que larvó durante la campaña en los debates televisados, donde supo poner pie en pared a la ultraderecha, y no ha conseguido grupo propio al amarrar solo 2 representantes (4,6%). Los resultados de sendas marcas, y más compitiendo por separado, ponen de manifiesto que los egos internos espantan hasta al electorado con el que podrían empatizar, algo de lo que parecen no aprender.

Moreno, el gran barón del PP

El plan le ha salido a la perfección a Feijóo, y a Moreno en primer término, y es que se erige con este resultado en el principal barón del partido, por encima ya de la propia Isabel Díaz Ayuso. No solo por ese meritaje de acorralar a la izquierda y a Sánchez, que tendrá que mover ficha, quién sabe si remodelando su Consejo de Ministros, sino por frenar a Vox. Sinceramente, era su gran rival.