uele pasar que el acceso a lo bueno, a las experiencias profundamente satisfactorias y enriquecedoras, requiere de atención y constancia. Nuestra sociedad acepta esta idea en el ámbito del deporte, como podéis comprobar en cualquier anuncio, pero curiosamente no tanto en otros ámbitos como la cultura, el arte o el conocimiento, que parece hemos decidido tener el derecho a alcanzar sin esfuerzo.

Conviene recordarlo ahora que empieza el curso. A veces parece que queremos evitaros un camino que nadie debe hacer por vosotros. Si lo pretendiéramos estaríamos además mermando vuestra autonomía y hasta despojándoos de dignidad. Desconfiad de quien os promete un premio que no os habéis ganado.

No hay conocimiento sin estudio ordenado y esforzado. Incluso la libertad creativa a la que aspiráis implica conocimiento y técnica. Sólo se puede cuestionar y superar lo que se conoce. En caso contrario terminamos llamando creatividad a la banalidad pretendidamente provocadora.

He visto un programa de una asignatura que se centra, desde el primer capítulo, en la crítica del saber convencional sobre esa materia. Pero, ¿qué va a criticar el alumno si no conoce lo que se critica sino de oídas, por reflejos y por ecos, por referencias de fraudulenta e interesada segunda mano, ya presentado todo como papilla adulterada para fácil consumo, sin acceso directo a los grandes textos heredados, sin alcanzar a entrever la enorme riqueza que aportaron quienes pensaron o trabajaron sobre ello antes de que llegáramos nosotros para juzgarlos inquisitorialmente a todos desde la atalayada privilegiada del fin de la historia, con nuestra verdad recién estrenada, deslumbrante y autosuficiente? No vais a aprender así a ser críticos, sino que repetiréis acríticamente discursos de moda. A veces se confunde tener espíritu crítico con ser criticón, pero son cosas no sólo muy diferentes sino seguramente incompatibles.

Para ser un ciudadano que participa en el debate público con ambición de cambiar lo que no nos gusta conviene estudiar historia, saber cómo funcionan las instituciones, manejar nuestras lenguas y alguna otra, conocer los fundamentos básicos de la economía, de las matemáticas, de la estadística o de la ciencia y su método. Así reduces las posibilidades de terminar repitiendo las ideas de otros o las que mejor respondan a creencias o prejuicios que no tendremos capacidad autónoma de cuestionar. Tener opinión propia no es tan fácil como parece: nada tiene de natural ni de automático.

Disfrutar de un texto complejo y entenderlo de verdad necesita de un saber leer que solo se construye habiendo leído mucho. Y las primeras lecturas de cada nuevo nivel pueden suponer un esfuerzo en ocasiones frustrante. No hay nada de malo en ello. Todo lo contrario. Cada nuevo escalón es una aventura que supone aceptar retos que te desafían y te hacen crecer. Hay una forma muy profunda y valiente de verdadero placer en ello.

Hasta saber disfrutar de unas buenas verduras o de un pescado rico exige a veces educación en una tradición gastronómica de generaciones. No quisiera educaros en el miedo al reto, en el rechazo al esfuerzo, en la huida del riesgo al fracaso, sino en el placer de superarse cada día, aprender de los tropiezos y de los errores, y convivir en paz con las frustraciones que conllevan.

No os ayudaría -ni os respetaría- si os hago creer que se pueden comprar los logros, que se puede pasar de curso sin demostrar resultados, que da lo mismo hacer que no hacer, saber que no saber, o que vosotros sois más listos que vuestros profesores, que tenéis siempre la razón y que no les debéis el máximo respeto. Creo que mejor os ayudaría acompañándoos, si soy capaz y hasta que vosotros queráis, en una práctica vivida de que tras el trabajo serio puede llegar la satisfacción de haber crecido y de tener nuevas herramientas para disfrutar más intensamente de las infinitas maravillas que nos ofrece la vida.