n los últimos tiempos, el colectivo Gogoan por una memoria digna viene organizando encuentros con víctimas de la violencia en Euskal Herria con el objetivo de no olvidar lo ocurrido y contribuir a la construcción de un relato veraz. Ayer, en modo telemático por culpa del covid, reunió a Alberto Muñagorri y a Ramón Etxezarreta en una charla moderada por la escritora Lourdes Oñederra bajo el título “Dos vivencias contadas desde el dolor profundo”.

Alberto Muñagorri fue víctima de la explosión accidental de una mochila bomba colocada por ETA y destinada contra las oficinas de Iberduero en Errenteria. Tenía diez años y la bomba le segó una pierna. Ramón Etxezarreta, político de Euskadiko Ezkerra primero y PSE después, sufrió lo que se ha conocido como violencia de persecución, que en su caso se tradujo en vivir casi quince años con escolta.

Alberto Muñagorri recordó que el fatídico día en el que la violencia cambio su vida era “un sábado de verano, en casa habíamos hecho planes para ir a la playa pero, casualidades de la vida, ese sábado salió nublado”. La alternativa de Alberto fue ir a jugar con los amigos. Antes, de madrugada, ETA puso una mochila cargada con medio kilo de goma-2 cerca de las oficinas de Iberduero, dentro de su campaña contra la eléctrica a cuenta de la planta nuclear de Lemoiz. Por algún fallo en el mecanismo, la bomba no explotó y allí se quedó pese a que varios avisos alertaron de la existencia de un paquete sospechoso.

“Antes, -prosiguió Muñagorri- pasé por casa de la amoña a recoger la paga. Normalmente le solía acompañar a hacer la compra al mercado pero, casualidad, ese día no fui porque ya tenía el plan de ir con mis amigos”. Alberto salió de casa de su abuela con la paga en el bolsillo y en su camino al encuentro con sus amigos se cruzó con una mochila sobre un murete. “Me quedé mirándola porque sobresalían unos plásticos negros. Cuando me giré explotó”. La deflagración arrojó al entonces niño de diez años a una distancia de seis metros, dejándolo sobre la carretera “con el cuerpo ennegrecido en medio de un charco de sangre”.

Muñagorri fue ingresado con pronóstico muy grave en el hospital de la Cruz Roja. Había perdido la pierna izquierda, la visión del ojo derecho y sufría multitud de heridas por la metralla. Por delante una recuperación larga y muy dolorosa.

Como muestra de la brutalidad de aquellos años, Muñagorri recordó que mientras era operado de sus heridas, su madre regresó a casa para ocuparse de sus hermanos. Coincidió su llegada con el paso de una manifestación en el que se gritaba en favor de ETA. “Lo tiene grabado en su memoria”.

En su recuperación y asimilación de lo ocurrido, Muñagorri resaltó el papel de su madre, su empeño por engancharlo a la normalidad de la vida y alejarlo de cualquier tentación de caer en el odio. “En la habitación del hospital mi madre empezó con su labor de hacerme saber lo que me había ocurrido”. Muñagorri recuerda el momento en el que “me armé de valor” para levantar la sábana y comprobar que, efectivamente, “me faltaba un cacho pierna. Fue complicado, lloré mucho pero mi madre me puso las pilas. Me inculcó que no tendría odio hacia las personas que me habían causado aquello. Con 10 años no lo entiendes pero con el tiempo te das cuenta lo importante que es la labor que hizo mi madre”.

Pese a que el atentado causó un fuerte impacto en la sociedad vasca, Muñagorri tiene la sensación que no recibió gran apoyo. “La mayor parte de las cartas de apoyo que me llegaban eran de lugares de fuera de Euskal Herria. Claro que hubo gente aquí que me apoyó pero tengo que decir que no fue algo mayoritario”.

Con ese espíritu de superación que le ha permitido hacer una vida “más o menos normal”, Muñagorri cumplió los cuarenta años, edad en la que empezaron a aflorar los primeros vaivenes psicológicos. “En su momento no tuve ningún apoyo psicológico. Nadie me ayudó a gestionar las emociones y con los años me di cuenta esas emociones seguían ahí. Esas emociones aparecieron cuando empecé a dar testimonio de lo que me había ocurrido. Hasta entonces, por ejemplo, en casa a lo que me ocurrió le llamábamos accidente. Era una manera terapéutica de asumirlo”.

En estos años, en Errenteria “he oído de todo. Desde que estas cosas “si te tocan te toca” o “qué bien con todo el dinero que me han dado por ser víctima”. También he visto que mucha gente me rehuía porque al ser víctima pensaban que hablando conmigo podía tener problemas”.

Ya jubilado, Ramón Etxezarreta inició su exposición poniendo en valor la importancia de contar lo que pasó, cada uno desde su propia experiencia. “Todos tenemos la obligación de contarlo. Contar es importante y relevante y contarlo bien también. No me siento muy satisfecho de como se cuentan las cosas. Me acuerdo de un familiar de Inaxio Uria que me dijo: “Es tan difícil transmitir la tristeza”.

Aprovechando la intervención de Muñagorri, Etxezarreta viajó en el tiempo a aquella época, cuando era concejal de Euskadiko Ezkerra en Azpeitia. “Recuerdo aquel episodio, y pienso que yo era de los que pensaba que era más un accidente, que ese sufrimiento a alguien le había tocado, y de ahí a la condena yo todavía no había llegado”.

Por aquellas mismas fechas, en un bar de Azpeitia ETA asesinó a tres guardias civiles. “Han matado a tres en Sanjuandegi”, comunicó un agente de la guardia municipal a la corporación azpeitiarra, reunida en sesión plenaria. “Se levantó el alcalde, fue a alcaldía, hizo una llamada, volvió y dijo “ha dicho Prontxio que condenemos”. Prontxio Larrañaga era un personaje del PNV. Y para mi aquello era un acatamiento del orden. ¿Porque lo diga Prontxio hay que condenar? Y votaron y condenaron. Al PNV siempre le he reconocido ese acto de fe, de que matar está mal y hay que condenarlo. Yo me abstuve”.

Su posición ante la violencia dio un vuelco cuando secuestraron al empresario José Guibert. “Es entonces cuando me posiciono. Y durante muchos años, mi rechazo de la violencia, era más por razones tácticas y políticas y estratégicas que por razones éticas”.

Cuando se firmó el pacto de Ajuria Enea llegaron los problemas para Etxezarreta con el mundo de la izquierda abertzale. “En alguna manifestación con la me crucé tuve algún que otro apuro serio”. Pero el salto cualitativo para su seguridad personal llegó cuando se incorporó a la política municipal como concejal del PSE en el Ayuntamiento de Donostia. “Eso no se me perdonó y a los cuatro meses ya iba acompañado por escoltas. Y ahí comenzó mi acoso”.

Amenazas que alcanzan el hogar, insultos en la calle y amenazas en el cuerpo a cuerpo de la actividad política. “Recuerdo haber ido a ver la maratón de Donostia y ser insultado por atletas. Yo recibía amenazas y mi familia también. A mi hijo no le gusta que cuente estas cosas, pero cuando veo lo que le ha ocurrido al hijo de Carlos Iturgaiz, a mi me pasó cuando fui a ver a mi hijo a jugar a fútbol. Al segundo partido ya me aconsejaron no regresar”. Etxezarreta reconoció que “he vivido con mucho miedo. Soñaba que me mataban”.

Antes de acabar, recordó que ayer se cumplían veinte años del asesinato en Leitza del concejal de UPN José Javier Múgica. “En Leitza, en ese pueblo, alguien señaló, como en Loiola se señaló al cocinero Ramón Díaz. La gente está escurriendo el bulto, está escapando de esta responsabilidad. Y si no lo hacemos, si no asumimos todas estas responsabilidades seremos una sociedad fracasada”.

“Todos tenemos la obligación de contarlo. Contar es importante y relevante y contarlo bien también”

Ex-edil del PSE en Donostia

“La mayor parte de las cartas que me llegaban era de lugares fuera de Euskal Herria”

Víctima de una bomba de ETA