a cosa viene de lejos, casi de la prehistoria de la democracia recuperada en este país, cuando cada día era un sobresalto, cuando la liquidación del adversario político entraba en los códigos del activismo revolucionario y los representantes legítimos de la sociedad se veían obligados a exigir responsabilidades y reprobar a los causantes de tanto dolor y tanta injusticia. Años de plomo en los que el dedo acusador señalaba a los que consideraba afines y hasta cómplices. "¡Que condenen la violencia!", se demandaba a los que, elegidos por los votos, pretendían ejercer la política desde planteamientos afines a los que atentaban contra la libertad y contra la vida. Quienes en aquello años representaban a la izquierda abertzale, pongamos Herri Batasuna, respondían a la demanda con el silencio, o con evasivas semánticas, o en el peor de los casos con una arrogante complicidad.

A partir del Pacto de Ajuria Enea (1988), la demanda de los partidos que se autodenominaron democráticos para que se exigiera una condena explícita en cada atentado, en cada ataque a la convivencia, llevó a la izquierda abertzale primero a la resistencia, después a la marginalidad y por último a la ilegalización. "¡Que condenen la violencia!" era para los partidos del Pacto una especie de requisito ineludible para adquirir label democrático, pero para los representantes de la izquierda abertzale era no sólo claudicar ante una imposición sino también una reprobación pública de la actividad violenta de ETA con lo que ello suponía de renuncia a su trayectoria política histórica. "¡Que condenen la violencia!" significaba reconocer la derrota para la izquierda abertzale y la victoria para el resto.

Los que en su día militaron en ETApm y tras su disolución fueron a parar a Euskadiko Ezkerra no tuvieron ningún problema en expresar esa condena cuantas veces se pronunciaron sobre los atentados, como tampoco lo tuvieron, ni mucho menos, históricos miembros de ETA militar e integrados en el PSOE como Mario Onaindia o Teo Uriarte. Curiosamente, aunque se mantuvo en el tiempo la exigencia de condena expresa de ETA y los actos violentos, se dio por buena la expresión del término "rechazo" que manifestaban los representantes de Aralar, partido escindido de Herri Batasuna y acogido con complacencia por los autodenominados partidos democráticos.

Se acabó ETA, pero aún persisten acciones violentas e intimidatorias atribuidas al sector social vinculado a la izquierda abertzale y persiste también la exigencia a sus representantes -EH Bildu- de que se sumen a la condena expresa de esas acciones. Persiste igualmente la resistencia numantina a utilizar el término "condena" por parte de los representantes de EH Bildu, que se prodigan en sinónimos y circunloquios para evitar a toda costa el término maldito. Está claro que en este tema hay mucho más que mera cuestión semántica, porque lo que está en juego es la alternativa "victoria-derrota", tal como desde el primer momento establecieron ambas partes.

Opino que en esta disyuntiva es EH Bildu quien más tiene que perder, ya que sostener este reto en el tiempo le supone un severo desgaste porque esa interpretación "condena=derrota" pertenece al consumo interno y no acaba de entenderse por una ciudadanía escandalizada por la paliza a un joven del PP o el ataque con pintadas a la sede de un partido. Y como los hechos a condenar muy posiblemente están fuera de su control y se repetirán, será cuestión de tiempo; pero teniendo en cuenta que están en desacuerdo y no les benefician para nada, acabarán por sumarse a los textos de condena propuestos por el resto.