- Francia dio ayer un paso inédito e histórico en apoyo de las lenguas minoritarias que, a duras penas, todavía se conservan en su territorio. El euskera, el bretón, el occitano, el corso o el catalán han sobrevivido en los últimos 250 años a la república y a su centralismo lingüístico en un lento pero imparable declinar que, tal vez, desde hoy puede cambiar gracias a la ley que ayer, con el voto mayoritario de los diputados, aprobó la Asamblea Nacional.

El proyecto ya venía con el respaldo del Senado y, la clave, en la sesión de ayer, es que fuera aprobado en su integridad, sin dar lugar a modificaciones que obligaran a enviarlo de nuevo a la cámara alta. Esta ley y el apoyo cosechado (247 síes frente a 76 noes) es fruto de un largo y constante trabajo lobista de los sectores comprometidos con las lenguas minoritarias de aquellos territorios donde se hablan. La aprobación se ha conseguido en contra del Gobierno de Macron, cuyo ministro de Educación, Jean Michel Blanquer, calificó de “caricatura” la realidad lingüística que dibujan los promotores de la nueva norma. Aseguró que Francia garantiza la educación en las lenguas minoritarias y que el país ha encontrado el equilibrio justo entre ellas y el francés, la única que protege la ley.

A la vista de esta posición del ejecutivo, se impone la prudencia. Hur Gorostiaga, director de Seaska, la federación que agrupa a las ikastolas de Iparralde, reconoció que hay que esperar a la actitud que adopte el Gobierno.

La ley abre la puerta a la inmersión lingüística y a la subvención a escuelas privadas que realizan la enseñanza en idiomas diferentes al francés, como es el caso de las ikastolas.

El texto, el primero de este tipo en la República francesa, fue aprobado con una redacción similar a la que había sido adoptada previamente en el Senado en diciembre pasado, por lo que se considera aprobado de manera definitiva.

El Gobierno no había dado su respaldo a esta proposición de ley impulsada por un grupo minoritario, al considerar que podía poner en peligro la enseñanza del francés y su extensión a todo el territorio. Pero los bloques partidistas acabaron divididos por las disensiones internas promovidas de diputados procedentes de los lugares que conservan las lenguas propias, como Bretaña, Occitania, o Iparralde, que decidieron arropar el texto impulsado por el diputado bretón Paul Molac.

Actualmente, se calcula que unos 170.000 de los más de 12 millones de escolares reciben clases en una de estas cuatro lenguas: bretón, occitano, vasco y corso.

La nueva ley exige que en los territorios concernidos todo alumno pueda recibir una enseñanza en sus lenguas nativas.

Además, abre la puerta a la inmersión lingüística en los centros públicos, una cuestión tabú hasta hoy. Es decir, el artículo de la ley que lo regula reconoce que los alumnos pueden estudiar íntegramente en su lengua vernácula en la red pública de enseñanza.

Este era el principal punto de controversia, puesto que el Gobierno considera que esa enmienda, añadida en la tramitación parlamentaria en el Senado, donde el partido “macronista” no tiene mayoría, suponía una amenaza a la primacía del francés. El Ejecutivo considera, incluso, ese punto contrario a la Constitución del país que establece que “la lengua de la República es el francés”.

El diputado Molac, por su parte, defiende que ninguna resolución del Consejo Constitucional ha ido en contra de la inmersión lingüística y que la Carta Magna también recoge que “las lenguas regionales pertenecen al patrimonio de Francia”.

El otro punto más polémico se refería a la financiación de las escuelas privadas para la enseñanza de esas lenguas.

El texto adoptado establece que los ayuntamientos deberán subvencionar a las escuelas privadas en aquellos lugares donde no haya ninguna pública que proporcione este tipo de clases, un aspecto fundamental para la sostenibilidad de las ikastolas de Seaska.

La ley recoge otras disposiciones relativas a la visibilidad de las lenguas, como la posibilidad de colocar paneles de señalización bilingües o la autorización a incluir en los nombres propios signos diacríticos, muy usados en el bretón.