ras este breve parón navideño, estamos a 9 de enero y el virus sigue provocándonos muchos dolores de cabeza a la ciudadanía, al LABI y al lehendakari que, a este paso, deberá proponer medidas mucho más contundentes para salvaguardar la salud pública.

Las fiestas navideñas han sido otra prueba de fuego. Nuevamente, ha quedado demostrado que la mayoría está cumpliendo, pero también que sigue habiendo gente insolidaria y falta de conciencia social. A pesar de todo ello, el 2021 comienza con la buena noticia de la vacunación; esperanza, por tanto, al empezar a ver el final de este túnel en el que nos metió algo tan nuevo, o tan viejo, como un virus que rompió nuestros hábitos.

Estamos bajando la guardia, por eso necesitamos prudencia en nuestro día a día. Aunque siga habiendo elementos que socavan nuestra confianza, como esos negacionismos que, movidos por distintos intereses, se justifican con hipotéticos planes apocalípticos o simplemente toman decisiones que no les competen. Por ejemplo, el de la gerencia del centro de día Aiton Etxe de Oiartzun con su oposición pública a la vacunación. Serán en este caso la Diputación, el Gobierno y el legislativo los que tengan que poner orden en este dilema entre salud general y los derechos individuales que dejan de serlo cuando alteran los del resto.

La entrada de una masa de gente en el Capitolio de EEUU el día de Reyes me trae a la cabeza la necesidad de humildad para gobernar y para participar en política. Me resultó preocupante las escenas irrespetuosas que vimos de gente (aparentemente muy zafia) llamando a un baño de sangre en una sede democrática (¿hasta dónde pueden llegar las masas ignorantes y aventadas?).

No tengo ninguna intención de ensalzar a Biden, aunque es de recibo recordar su altura institucional ese día llamando a recuperar la democracia, la decencia y la política. Todo lo contrario a Trump, que ha mentido sobre el resultado de las elecciones antes de celebrarse incluso. De mentalidad ególatra y egoísta, ha sido un líder político que se ha comportado en todo momento como el niño consentido y acomplejado que rompe el balón si no le gusta el resultado del partido.

Ya se verá qué sucede cuando deje la presidencia pero se oyen voces, incluso muy cercanas, sobre su posible encausamiento. Azuzar la polarización y el enfrentamiento de la sociedad estadounidense utilizando el discurso del miedo y llamar a la rebelión contra las instituciones, metiendo a su país en ese desaguisado, tiene su nombre y apellidos. Y debería tener consecuencias.

En cualquier caso, se abren muchas incógnitas en el panorama político de los EEUU. A partir del 20 de enero, Biden tendrá delante una legislatura muy complicada por la enorme división y radicalización de la sociedad estadounidense. Por otro lado, el Partido Republicano deberá decidir qué política quiere hacer y si pretende ser la única alternativa al Partido Demócrata. Podría enfrentarse a una ruptura ya vista entre sus líderes, dado que los apoyos más extremos a Trump parecen ser a su persona y no al partido, lo que podría conllevar el fin del bipartidismo histórico.

Ante la extrema derecha en alza, aquí y allá, es necesario rearmarse ideológicamente en defensa de los derechos de las personas -de todas-. Tal como escribió el filósofo austríaco Karl Popper: "En nombre de la tolerancia, tendríamos que reivindicar el derecho a no tolerar a los intolerantes".