a cuestión del gobierno alternativo estaba llamada a ser uno de los temas estrella de la pasada campaña electoral, pero fueron sus propios protagonistas los encargados de echar agua al vino desde el inicio: a los socialistas les faltó tiempo para descartar tal opción; Arnaldo Otegi la calificó como de ciencia ficción, añadiendo que proponerla ahora sería engañar a la gente; finalmente, Roberto Uriarte reconoció en un ataque de sinceridad que se trataba de una posibilidad para el medio o largo plazo, afirmación que debió de irritar a una Miren Gorrotxategi que, a pesar de ello, perseveró en el tema hasta más allá de noche electoral. Por cierto, en aquellas declaraciones Uriarte también afirmó que el PNV en algunas cuestiones se comporta "como si fuese un partido de izquierdas".

El autodenominado gobierno de izquierdas nacía por lo tanto mortecino. Nótese lo de autodenominado, porque a estas alturas de la película se hace uno un lío tratando de entender cuándo tienen a bien los ponedores de etiquetas y repartidores de carnés considerar autonomistas o soberanistas a unos y neoliberales o de izquierdas a otros, que es el caso que nos ocupa. Es tal el desconcierto al que nos han sumido con su extraño sistema contable, que desde que se ha confirmado que su suma no alcanza la ansiada mayoría absoluta, les hemos oído decir algo así como que tanto monta monta tanto, 37 como 38.

El asunto, sin embargo, tiene su importancia de cara al futuro. En primer lugar deberemos recordar que si aquí y ahora no son posibles algunas alianzas, tal cosa no sucede por culpa de un extraño fenómeno meteorológico. Hemos asistido a décadas de sufrimiento que no podemos obviar y que tampoco podremos superar sin que se den más pasos al frente en aras al reconocimiento de las injusticias cometidas, apoyadas o silenciadas. Dicho lo cual, habrá también que aceptar que gran parte del camino emprendido se ha recorrido y que no pocas líneas rojas antaño infranqueables se han cruzado ya. Los acuerdos de Nafarroa Garaia entre los socialistas y EH Bildu supusieron un importante punto de inflexión que tuvo continuidad en el pacto de mayo en las Cortes españolas; un pacto que, si bien decayó en cuanto al contenido, adquirió un innegable valor político.

Habrá nuevos capítulos. La situación se irá normalizando, lo cual es bueno que ocurra. Se abrirán las puertas a nuevas alianzas y la política vasca se enriquecerá con ello. También un PNV obligado a salirse de cierta zona de confort. Pero tampoco podemos perder de vista que, si sucede, cuando ello acontezca nos encontraremos ante una gran paradoja: si en un futuro más o menos cercano algunos se disponen a celebrar su acceso al Gobierno Vasco -otrora vascongado- debido a un acuerdo como el que ahora ha sido imposible, estarán a su vez certificando un inmenso fracaso. Porque será obligado que muchos se pregunten en tal circunstancia si ha merecido la pena todo lo sucedido durante largos y oscuros años para terminar aliados con unos socialistas que, reconozcámoslo, poco se han movido y se moverán de donde siempre han estado.