ué llevó al comunista José María Bañuelos a ser esclavo de su camarada Stalin en seis campos de concentración (gulags) y en uno de ellos tener que sobrevivir a 72 grados bajo cero? La razón puede parecer hoy día incomprensible: “Robar un buzo de trabajo nuevo y 200 gramos de pan”, argumenta el de Ortuella a sus activos 92 años.

Bañuelos partió del puerto de Santurtzi con solo 8 años a la antigua URSS en días de Guerra Civil y buscando tierra en paz para unos meses. Su madre quedaba en tierra llorando. Las previsibles semanas se convirtieron en años y sorpresas, tales como hacer piña junto a soldados republicanos españoles, pilotos falangistas de la División Azul de Franco que habían sido hechos presos por los rusos durante la Segunda Guerra Mundial. El vizcaino junto a todos ellos formaba parte de un campo de concentración ubicado hoy en Kazajistán. Él es uno de los últimos vivos del gulag Karagandá. El término gulag es un conjunto de siglas que significa Dirección General de Campos de Trabajo y que popularmente se utiliza para referirse al entramado de campos de trabajos forzados que existieron dentro de la Unión Soviética.

¿Tras siete años de gulag en gulag se arrepiente Bañuelos de haber sisado aquel buzo y aquel trozo de pan? “No lo sé”, responde. “Lo único que sé es que honradamente me siento culpable. Y le diré que los españoles éramos ladrones porque teníamos hambre, para comer. Sin embargo, el ruso no robaba y también tenía hambre. Esa es la diferencia”.

El hijo del soldado del Ejército de Euzkadi, Benigno Bañuelos López, relata a este diario los sucesos por los que acabó condenado a 18 años de trabajos forzados. “Yo tenía un buzo todo roto, lleno de mierda. Pedí al encargado, que era judío, uno nuevo y me respondió que no había. En ese momento al salir de la fábrica de material fotográfico y de óptica de guerra, vi que estaban descargando un camión entero de buzos. Tiré de uno y saqué uno del fardo. Me pillaron seguido”.

Tras pasar por una cárcel de Moscú, fue llevado a un tribunal y condenado. Culpable: 18 años como esclavo de Stalin. Mientras tanto su hermano mayor, llamado igual que su padre, Benigno, era teniente de aviación en el gigante europeo. “Todo lo malo que me pasó allí fue culpa de los judíos. No me considero racista, no lo soy, pero con ellos no puedo. De hecho, Stalin siempre estaba rodeado de ellos y aunque era de Georgia, yo creo que también era judío”, valora.

El peor capítulo de su vida lo vivió o, mejor dicho, sobrevivió en un gulag de Siberia. “No me creerá, pero yo aguanté 72 grados bajo cero, más frío que en el Polo Norte. De hecho, aquel lugar significa en castellano Pueblo del Frío”. De este modo, cuando llegaba el invierno, se despertaba con cadáveres a su lado. Y los guardianes apilaban los cuerpos hasta la primavera, estación del año en la que los enterraban en fosas comunes.

En otro gulag tuvo que trabajar en minas de sal. “Nos daban mucha leche por el salitre que se respira. Salí bien de allí”, recuerda. Su último destino fue Karagandá, Kazajistán. Hace cinco años fue el único superviviente de este campo de concentración que pudo viajar al memorial que se rindió en aquel lugar, de hecho lo hizo sin acompañantes. “Me hizo ilusión el reconocimiento”, subraya quien una vez allí tuvo a su lado a miembros de Archivo Guerra y Exilio (AGE) de Madrid como la secretaria de la organización Dolores Cabra.

Décadas antes, en aquel mismo lugar hizo grandes amigos, paradojas de la vida, con muchos de aquellos fascistas de los que sus padres le pusieron a salvo subiéndole al barco Habana en junio de 1937, hace ahora exactos 83 años. “Estuve con pilotos de la División Azul de Franco y también con soldados republicanos que preferían no salir del país. Nos juntamos todos los españoles sin tener en cuenta ideologías. Lo importante era vivir, conseguir la libertad tras trabajar 14 horas al día a cambio de 600 gramos de pan sin cocer”.

Y aquella extraña fraternidad le posibilitó, curiosamente, salir del país antes que el resto de niños y niñas de la guerra. Un acuerdo de Franco posibilitó el retorno de “268 personas de la División Azul”, aunque realmente eran 248 divisionarios y 38 republicanos del gulag. “Hasta que no llegué a Turquía, pensaba que llegaría otro vasco ruso y nos echaría atrás”.

El 2 de abril de 1954 atracaron en Barcelona. “Vino mi padre a buscarme, que ya estaba tocado de salud entonces por la guerra. Nunca he sabido de qué batallón del Ejército vasco fue miliciano”, lamenta quien reside en Algorta.

A su regreso, formó parte de “una célula del PCE”, detalla haciendo referencia a Unión Comunista de España (UCE). “Pero en una reunión dijeron que teníamos que seguir a Mao y les dije aquí qué tiene que ver el comunismo chino o ruso… y me borré. No quise saber ya nada de ellos. Y ahora vivo más tranquilo”, estima, pero se muestra agradecido al pueblo ruso. “Les debo mucho, como por ejemplo, mi educación y diferentes títulos académicos, por ejemplo, el de perito industrial. Es un pueblo al que quiero; no así a los judíos que fueron expulsados de Egipto y colonizaron Palestina. Yo estoy con Palestina”, matiza, y concluye: “Estos días se cumplen 83 años del viaje, y el día en cuestión lo voy a celebrar, agradecido”.

Con solo 8 años partió en el ‘Habana’ a la antigua URSS, donde hizo piña con soldados republicanos españoles y pilotos falangistas de Franco

Fue condenado a pasar 18 años de gulag en gulag haciendo trabajos forzados por robar un buzo nuevo y 200 gramos de pan