an pasado quince días desde mi último artículo y algunos asuntos en vez de mejorar están empeorando notablemente. Siguen los ataques a sedes de partidos políticos. Malo es lo que suponen, pero, oídas algunas explicaciones, resulta peor.

La dispersión y ciertos maltratos en las cárceles no justifican de ninguna manera la violencia de esas agresiones contra batzokis y demás. Por eso, las palabras de Arkaitz Rodríguez de Sortu minimizándolos al decir que "se quitan con acetona" y porque, según él, hay presos asesinados, me retrotraen a otros momentos que, creía ilusa de mí, habían querido superar. Dadas las disidencias en ese mundo, en esas declaraciones ojalá solo hubiera cálculo político y no convencimiento de que están bien. Echo de menos equilibrio en el análisis, plantearse qué país queremos, si es de verdad asumido que sin violencia y, por qué no decirlo también, la política debe tener una carga moral que deslegitime las agresiones. Se está o no se está de acuerdo con la violencia; en esto no hay medias tintas. Y que algo esté mal no significa que deban admitirse otras actuaciones que también lo están.

Observar el panorama político español y acordarse del poeta Antonio Machado es inevitable. Hoy volvería a escribir aquello de la España de charanga y pandereta en la que hay quienes viven del cuento y del atropello. La institución por excelencia en esa práctica de "estoy porque me pusieron y a disfrutar y pillar" es la monarquía. Lo malo no es que la familia Borbón aspire a seguir haciéndolo todas las generaciones que les dejemos, sino oír a una ministra socialista que "la justicia es igual para todos" (textual). Una de dos, o te produce un ataque de risa o te cabreas como una mona. ¿Cómo es posible que demuestren tan a las claras que pretenden engañar a la ciudadanía como si tal cosa? La única explicación es que cierta clase política siente un profundo desprecio por la gente de la calle y piensan que nos pueden tomar el pelo todo lo que quieran.

En España no se entiende el vasallaje de ciertos partidos que se llaman socialistas o de izquierdas cuando se trata de la monarquía. Lo justifican con argumentos trampa y de poco calado como que la apoyan por su protagonismo en la Transición, ennobleciendo de esa manera la ligazón personal y política con el dictador. Tergiversar la Historia es una práctica habitual, pero comprometerse con una familia de trayectoria dudosa y una institución no igualitaria, discriminatoria, elitista y heredera del franquismo, solo es posible abandonando los ideales republicanos.

La familia Borbón ha sido especialista en escándalos y su enriquecimiento siempre ha resultado sospechoso. Sin embargo, la judicatura española nunca ha demostrado interés en ello y ha tenido que ser un juez suizo quien ha puesto en la picota al emérito. Dice ahora la Fiscalía anticorrupción que ha apreciado indicios delictivos de blanqueo de capitales y evasión fiscal, pero que nadie espere igualdad de trato contra esos posibles delitos, ya que será el Tribunal Supremo quien decida seguir adelante, o no, ya que el emérito es aforado.

Mientras, Felipe de Borbón mira para otro lado. Eso sí, renunció a la herencia de esos bienes dudosos cuando salió a la luz pública y no un año antes cuando lo supo. Ni sentarán en el banquillo a su padre ni le condenarán, ya que solo se le pueden imputar cargos desde junio de 2014 cuando abdicó para salvar la permanencia de su familia en el trono.

Decía un portavoz parlamentario en el Congreso de los Diputados que es muy grave para la democracia que existan sospechas sobre la corona. Lo penoso es que perviva.