alabarista político. Cum laude en geometría variable. Superviviente nato sin otro manual que el pragmatismo desideologizado. Con un apaño embelesa a Ciudadanos y con un guiño templa a Rufián. Hace dos años arrastraba el augurio maldito de una muerta súbita. Ahora, hasta le sobra un diputado para la mayoría absoluta. Tras haber sorteado todo un reguero de las más variadas y sonoras desdichas y rectificaciones, prácticamente diarias, apenas acusa como rasguño visible una dudosa credibilidad. Le vale igual perseguir al independentismo que pactar con él. La víspera aborrece para siempre a Pablo Iglesias y al día siguiente, le propone una coalición. Los empresarios creen que es un temerario y, en cambio, tiene la impagable foto del diálogo social en el frontispicio de su despacho. Y todo gracias a que la ultraderecha ha irrumpido en el Congreso como un basilisco, ha acongojado al PP sobre su futuro y ambos, con unos discursos apocalípticos y la medianía de sus dirigentes, han metido tanto miedo que a corto plazo nadie vislumbra una alternativa a Pedro Sánchez, el cautivador.

Resulta descorazonador para Pablo Casado que no haya rentabilizado mínimamente siquiera semejante cúmulo de errores y ocurrencias de este desunido gobierno de izquierdas más allá de las cuatro puyas de siempre que dejan impasible al presidente. Peor aún, dirige un partido que ya no influye. Nadie se ha acordado de él para cambiar cromos, por ejemplo, en la CNMC. La crisis del virus se le marcha viva al PP ante la desesperación de su clientela sociológica. La escasa masa gris dominante en Génova ha preferido el camino de la crispación para tener a raya a Abascal. Ha buscado el refugio dialéctico de los hijos de ETA, el vídeo de Irene Montero, el padre frapista de Pablo Iglesias o el filón de los informes por encargo de la Guardia Civil antes de prestigiarse como auténtico partido de Estado con un decálogo incontestable de medidas económicas. Un despropósito sideral que, sobre todo, apuntala la continuidad de Sánchez como mal menor ante la desazón de un votante de centroderecha que ve imposible la reconquista por esta vía del frentismo permanente.

Tiene razón el líder popular cuando afirma que Sánchez no se cansa de mentir. Hay ejemplos por doquier. Quizá por esta justificada desconfianza Casado se resiste a aceptar el consejo del mandatario socialista que le invita a acabar de una vez con ese berrinche permanente en el que está instalado después de tantas elecciones perdidas. El PP cayetanista cree que con gestos como la pataleta de abandonar el Senado vociferando, crucificar cada miércoles el pacto PSOE-ERC-Bildu y martillear -con razón- a Marlaska con ayuda de las cloacas le cambiará su suerte. Solo le creen sus mariachis mediáticos. De momento, Inés Arrimadas ya se ha salido de la ecuación derechista, siquiera de puntillas, porque no veía futuro ni prebendas.

Mientras, Sánchez avanza jugando con fuego sin quemarse. Sabe que esa derecha ultramontana horroriza a sus aliados. Por eso, ni se inmuta cuando Rufián, amargado por la apacible connivencia socialista con Ciudadanos, le amenaza con romper la baraja. Tampoco le viene mal que Mertxe Aizpurua no le sonría y así tranquiliza a más de uno, aunque sin soltarla de la mano. Después de tantos tumbos, le siguen cuadrando los números. Además, ante el riesgo de un flaqueo puntual entre sus incondicionales por pifias como la reforma laboral, el presidente siempre tendrá a mano gestos de hondo calado entre los suyos. El Ingreso Vital Mínimo, porque reconforta la veta social del gobierno; su adhesión inquebrantable al espíritu del 8-M, porque llega al corazón del votante. Eso sí, esta manifestación le está suponiendo un interminable quebradero de cabeza.

En un país con un futuro económico encogido, la atención política e informativa se centra paradójicamente en un informe de la Guardia Civil sobre la indemostrable relación científica entre la génesis de la Covid-19 y una movilización feminista. Ni una noticia ni un debate sereno sobre los planes de una imprescindible reactivación. Ni siquiera preocupa el inhumano baile de víctimas del virus o las pérdidas millonarias del turismo por decisiones erróneas. La derecha -y Margarita Robles- cree que ha hincado el diente en Marlaska y acecha la presa. Cuenta a su favor con las inquietantes equivocaciones de un ministro enrabietado y una comunicación funesta. A cambio, vuelven a levantarse las alcantarillas pestilentes, siempre dispuestas a envenenar el ambiente. Otro berrinche que no acaba nunca.