a secesión más peculiar y exitosa del siglo XX -Somalilandia- se ha registrado en África... y casi a espaldas de la comunidad internacional. Aún hoy, a los 30 años de su independencia, Somalilandia es un ente político al que no reconoce ningún Estado del mundo.

Lo de la peculiaridad y el éxito hay que explicarlo, porque en África todo tiene su aquél. La independencia, 18 de mayo de 1991, de este minúsculo país en el Cuerno de África (137,600 km2 y 3.600.000 habitantes) fue en realidad uno de los muchos pronunciamientos del siglo XX del Continente Negro. También aquí la secesión comenzó con luchas internas y externas -ante todo con Somalia, de la que se ha escindido-, pero se diferencia de todos los demás conatos secesionistas o independentistas en que al poco de independizarse, abandonó las pugnas internas y el caciquismo para emprender la vía del diálogo y la democracia parlamentaria.

Lo hizo a la africana -no podía ser menos-, tomando las riendas de las negociaciones los jefes de los clanes que habían gobernado el país incluso antes de la era colonial. Regatearon hasta el aburrimiento, amagaron con volver a la guerrilla y acabaron por aceptar las realidades. La esencial: que el poder correspondería al clan más numeroso y poderoso del país, el clan de los Issaq. Y la segunda realidad reconocida por todos fue que para no reincidir en asesinatos, rencillas, orgullos y susceptibilidades la gestión del país debía ser democrática, con Parlamento bicameral y elecciones limpias.

Este inusual alarde de sensatez política tuvo su recompensa. Somalilandia es hoy en día un país estable, relativamente seguro, de un aceptable panllevar y tiene incluso una universidad en la capital, Hargeysa. Y como nunca la dicha es perfecta, tampoco todo el mundo en el país está conforme con la independencia. Las tribus de las provincias orientales añoran la gran Somalia y boicotean militar y administrativamente al Gobierno de Hargeysa. Y al noreste, en la mismísima punta del Cuerno de África, el territorio autónomo somalí de Puntilandia le niega el pan y la sal a Somalilandia, con pequeñas agresiones militares y todas las trabas comerciales de que es capaz.

El que Somalilandia haya triunfado en una empresa que casi nunca llega a buen fin sin grandes penurias y pérdida de vidas humanas se debe en buena parte al pasado colonial. Porque casi todo el territorio de la actual república secesionista fue el siglo pasado colonia británica, mientras que el resto quedó bajo dominio italiano. Roma ejerció un colonialismo duro, desmontando las estructuras sociopolíticas del país, en tanto que Londres las dejó casi intactas, limitándose a teledirigirlas de acuerdo con sus intereses de potencia colonial.

La consecuencia de la diferencia de modelo colonial es que al entrar la Somalia independiente en una profunda crisis tras perder la guerra del Ogadén contra Etiopía, en el exterritorio italiano no quedaban protagonistas locales con suficiente prestigio e influencia sobre la población para recomponer el consenso político. El país fu degenerando hasta llegar a la situación actual en la que el Gobierno nacional apenas domina un territorio mayor que la capital y el resto del país está en manos de una pléyade de señores de la guerra. En la antigua colonia británica las viejas estructuras tribales seguían vigentes y la pacificación -e independización- fue posible y no demasiado costosa.

Ha sido este mismo pasado colonial el que ha impedido mayormente que Somalilandia fuera reconocida por nadie. Italia se opuso porque aún tiene intereses en su excolonia; los países árabes apuestan por una Somalia sunnita; los EEUU prefieren apoyarse en el noroeste del Cuerno de África por razones estratégicas; y Egipto juega la baza de la gran Somalia para frenar una eventual prepotencia etíope en África nororiental.

La situación se parece mucho a lo de "mucho enemigo, mucho honor", pero en Hargeysa prefieren formularlo así: a máxima indiferencia, máxima tranquilidad. Y a la vista de la historia reciente del país y de África, algo de razón parecen de tener.