- Harto de la corrupción y de abusos policiales, el 17 de diciembre de 2010 Mohamad Bouazizi, un joven vendedor ambulante de fruta, compró un bidón de gasolina, se roció el cuerpo y se prendió fuego frente a la puerta del Ayuntamiento de la pequeña ciudad tunecina de Sidi Bouziz, situada en una de las regiones más deprimidas del país.

Una agente le había humillado en público y confiscado toda la mercancía con la que ese día pretendía llevar un jornal a casa, y aunque él jamás imaginó que ocurriría, su desesperado acto de protesta se convirtió en la chispa que azuzaría las protestas en todo el norte de África y Oriente Medio y prendería las ahora marchitadas “primaveras árabes”.

Agotado 2020, el balance de una década que la mayoría considera perdida es desalentador pese a los importantes pero escasos avances logrados. Y es que basta observar el panorama para percatarse de que en aquellos Estados en los que se desató un sismo de ilusión popular en favor de la libertad, los derechos y la justicia social, aún persisten el cesarismo, los abusos, la arbitrariedad, la pobreza y la falta de oportunidades, anegadas en un lodazal de fracaso económico, guerras, lágrimas y frustración.

“La situación se ha degradado. Desde 2015 hasta la actualidad ha habido un gran retroceso”, explica Hayet Hammami, portavoz de la Asociación de Jóvenes Diplomados en Paro en Sidi Bouziz, una de las más activas de la sociedad civil tunecina desde la revolución.

Hamadi, Anis y Malik tenían apenas 14 años cuando la noticia de la acción exasperada de su vecino saltó la barrera de la censura gracias a la acción de la sociedad civil y de las redes sociales que en aquella época eran ya una peligrosa arma que los gobiernos árabes no supieron calibrar.

Diez años después portan un teléfono inteligente que compraron a plazos y con el que se entretienen a falta de un empleo que no encuentran pese a tener estudios superiores. Y es que a la aguda crisis que sacude Túnez desde los atentados yihadistas de 2015 se ha sumado este 2020 una pandemia que ha descabellado el ya exangüe turismo -uno de los pilares económicos-, desplomado la inversión y obligado a decenas de empresas y de pequeños comercios a cerrar.

A ello se suman la inflación y la corrupción, que según organizaciones internacionales y locales alcanza niveles similares a los que días previos de aquella revolución que acabó con la dictadura de Zinedin el Abedín Ben Alí y que se contagiaría de inmediato a otras tiranías árabes en declive como la egipcia y la yemení, o aún estables como Siria o Libia.

“Muchos se han ido a la costa e intentado cruzar a Italia”, explica Hamadi sentado junto a un cartel en honor a Bouazizi. “Aquí no hay nada que hacer. Buscamos trabajo en la costa o en Túnez, pero tampoco hay nada. Sabemos que es peligroso cruzar, algunos de nuestros amigos lo intentaron y ahora están en la cárcel. Pero creo que intentarlo es mejor que esto”, agrega Malik.

Hamza, 35 años, vive junto a la casa que habitó la familia Bouazizi, ahora abandonada. La madre emigró a Canadá y el resto de familiares se repartieron por distintas partes del país huyendo del mito en busca de mejor fortuna. “Nada ha cambiado desde entonces. Al contrario, incluso ha ido a peor. Con Ben Alí se estaba mejor. Mucho mejor”, dice.

No es el único que lo piensa. Según una encuesta publicada esta semana por la empresa Sigma Conseil, el Partido Destouriano Libre (PDL), que representa y defiende los intereses del antiguo régimen ganaría las elecciones en Túnez con un 36,9%, cinco puntos más que el mes anterior.

Y casi el doble que su principal competidor, el partido conservador de tendencia islamista Ennahda, que durante está década ha gobernado de forma directa e indirecta el país y que fue uno de los principales motores de una revolución que despertó el inconformismo y rompió la lógica de la sumisión impuesta por los dictadores árabes a sus pueblos pero que, ahora, la mayoría considera incompleta o fallida.

Malik, un vecino de la ciudad tunecina de Sidi Bouziz, tenía 14 años cuando estalló la revolución. Diez años después, se queja de que nada en la situación del país ha mejorado y que la única salida es tratar de “cruzar a Italia”.