entre las muchas cosas que el presidente Trump ve de manera distinta que sus aliados de la OTAN, es la situación de Turquía en la Alianza Atlántica: Ankara ingresó en los años duros de la Guerra Fría (1954) por dos razones, desde el punto de vista turco : el temor al expansionismo estalinista y las compensaciones económicas que recibía de EEUU. Para los occidentales, la alianza aportaba un ejército muy numeroso -aunque mal equipado- y unas bases militares de gran utilidad estratégica.

Como puede verse, los valores democráticos y de convivencia internacional quedaban en segundo plano. Y es justamente esto lo que ha hecho que el pacto turco-occidental haya tenido repetidas tensiones políticas y, últimamente, incluso militares.

La última de estas ha sido la decisión del Congreso estadounidense de condenar a Turquía por el genocidio armenio de principios del siglo XX y de imponerle sanciones económicas si sigue adelante con la compra de los misiles antiaéreos rusos S400. Erdogan ha respondido a eso -sobre todo, a la amenaza de las sanciones- con el cierre de la base aérea de Incirlik y la de radares de Kürecik. La condena por el genocidio le resultaba más soportable porque no tenía repercusiones económicas. Ambas bases militares han jugado un papel muy importante en el despliegue militar estadounidense. La de Incirlik, cerca de la frontera siria, ha permitido operaciones en el Afganistán, Irak, Siria y contra el Estado Islámico. En cuanto a la Kürecik, al noreste de Incirlik, constituye pieza clave en el sistema de aviso temprano de eventuales ataques con misiles; es una de la únicas tres estaciones de este tipo ubicadas fuera del territorio estadounidense.

Aparentemente, esta crisis es más dialéctica que real, alardes de cara a los respectivos votantes domésticos. Pero detrás de las apariencias hay en esta ocasión elementos alarmantes. A diferencia de la otra gran crisis (provocada por la invasión turca de Chipre en 1975, y en la que el entonces presidente Demirel solo hizo aspavientos de cara a sus súbditos con cierre temporal de Incirlik) cuando la comunidad internacional se tragó la invasión sin mayor oposición, Erdogan ya ha hecho esta vez unos primeros pagos a Rusia por los S400.

Turquía no está ahora en condiciones de perder una partida tan importante de dinero, tanto más cuanto dado que el sistema defensivo ruso parece ser tan eficiente como los Patriot norteamericanos.

Pero sobre todo, el poder doméstico de Erdogan se está resquebrajando seria y rápidamente desde que su partido (AKP) perdió este año por partida doble: por un lado, la alcaldía de Estambul y, por otro, algunos de sus antiguos colaboradores de primera hora están formando partidos políticos para disputarle el poder.

Y esta es una constelación política que vuelve cada vez más imprevisible al presidente turco, cuya conducta hoy en día no se sabe si está diseñada para engrandecer al país o a él.