La idea de un proyecto común europeo tras la II Guerra Mundial se la debemos a sir Winston Churchill en su discurso en la Universidad de Zurich en 1946, cuando proclamó que “debemos construir una especie de Estados Unidos de Europa”. Pero fue más allá, porque propugnó que el primer paso en la “recreación” de la familia europea debía de ser una asociación entre Francia y Alemania, pues por ellas pasaría el renacimiento de Europa. Su país, el Reino Unido, tardó en incorporarse al proyecto hasta 1973 y en 2020 se salió pero, sin embargo, lo que hoy conocemos como Unión Europea se fraguó a través de ese eje franco-alemán que dio origen a la CECA – Comunidad Europea del Carbón y del Acero – y muchas realidades posteriores que desde la cooperación francoalemana han impulsado la unión de los europeos. Sin una Francia y una Alemania fuertes y unidas, es inconcebible a fecha de hoy una UE con capacidad para resolver los problemas comunes y ser referente en el escenario mundial. Pues bien, la realidad política y económica que viven ambos Estados constituye uno de los peores momentos desde que se firmó el Tratado de Roma en 1957.
Francia desgobernada
El caso galo se caracteriza por una crisis política que no hace si no traslucir una realidad social de fuerte polarización entre la élite urbana, funcionarial, industrial y financiera, con el resto del país que se siente excluido y empobrecido. El crecimiento primero de la ultraderecha y posteriormente de la ultraizquierda a manos del voto de esa mayoría enfurecida ha supuesto la ruptura del mapa de equilibrios políticos tradicional de la V República. Cierto es que los poderes constituyentes del presidente salvaguardan el máximo poder de las decisiones del país, pero cada vez más Francia se ha convertido en un escenario ingobernable, sin ser capaz de adecuar las decisiones al ritmo que Europa y el mundo precisan. Macron ha demostrado gran habilidad en el juego de tronos para aguantar en un Palacio del Elíseo cuyo pavimento está lleno de campos minados y con una Asamblea Nacional en manos de radicalismos y de la decisión de líderes populistas como Le Pen o Mélenchon. Pero los conejos de su chistera se agotan y su arte de magia ya no convence a casi nadie.
Alemania, estancada
Del otro lado, en Alemania las cosas no pintan mejor desde hace años. Preocupa primero la situación económica, de práctico estancamiento. Su PIB lleva dos años decreciendo –0,3% en 2023 y previsiblemente 0,2% en 2024–. Su tasa de inflación roza el 2%, con lo que la pérdida de poder adquisitivo de las clases medias alemanas, el motor principal de la economía de la zona euro, no hace más que aumentar. Si pudiéramos decir que los factores de esta crisis son coyunturales, cabría lugar a la esperanza, pero lo cierto es que de fondo asoman graves problemas estructurales que tienen que ver con la incertidumbre que se cierne sobre alguno de sus sectores estratégicos como la automoción. Todo ello acarrea la consiguiente crisis política que ha acabado con la caída del Gobierno semáforo –socialdemócratas, liberales y verdes– y un muy preocupante auge en los gobiernos de los länders de la formación de ultraderecha Alternativa por Alemania. Las elecciones generales de febrero son un auténtico test match para los germanos, pero también para todos los europeos. No es difícil entender que si el eje franco-alemán se resquebraja, la Unión Europea navega sin rumbo claro, tratando de llenar los días y las horas con estrategias de despachos funcionariales, batallas grandilocuentes parlamentarias y desunión de los líderes de los gobiernos europeos. Desde las elecciones europeas del mes de junio poco o nada se ha hecho para afrontar una agenda súper exigente en un mundo que sigue siendo incierto y crecientemente violento. Más guerras, más blindajes comerciales, más polarización, más desinformación… un conjunto de pesares y tristes nubarrones en el horizonte a los que la Unión Europea no es capaz de ofrecer un marco de esperanza real basado en los derechos y libertades que ofrece la democracia del Estado del Bienestar. Los enemigos interiores y exteriores crecen y amenazan cada vez más a los ciudadanos europeos y a esta suerte de viejo continente lleno de viejos en que se está convirtiendo Europa. Pero no nos engañemos, si Francia y Alemania no salen del pozo en que se hayan inmersos, cualquier esfuerzo por renacer será valdío.