Un individuo amenaza con precipitarse desde un quinto piso. Sus intenciones son claras, pero aún no ha dado el paso que supondría el fin. Alertada por una llamada, la Ertzaintza se persona en el lugar, pero será una unidad concreta la que tratará de que el sujeto desista de sus intenciones mediante grandes dosis de persuasión y paciencia. “Un negociador tiene que ser capaz de vender un frigorífico a un esquimal. Un charlatán”, asegura Gorka Fernández, miembro de este equipo de la Policía vasca compuesto por una docena de profesionales que no solo actúa para mediar con personas con conductas suicidas, sino también en incidentes con riesgo para terceras personas, como en secuestros o extorsiones. Si el año pasado, en total, el equipo efectuó 35 salidas específicas de negociación, en lo que va de año ya lleva 45 intervenciones. En todo caso, su objetivo siempre es el mismo. “El espíritu del equipo de negociadores es llegar a una salida sin hacer uso de la fuerza”, afirma Joseba García, jefe del grupo.

Los negociadores de la Ertzaintza intervienen en incidentes en los que se precisa el uso de la palabra. Sin embargo, concretan que el empleo de técnicas de convicción es complementario a incidentes que también puedan requerir una “solución finalista táctica”, ya que en muchas ocasiones su trabajo es complementario al de otros servicios de emergencias. El último año, más o menos, el 50% de las actuaciones corresponden a casos en los que ha habido un atrincherado con arma blanca; aproximadamente el 30% de los casos ha sido de intentos autolíticos; y el 20% restante han sido detenciones ilegales. “Nos tenemos que adaptar a la situación concreta, porque podemos encontrar gente que está bajo el efecto del alcohol o tiene algún tipo de enfermedad psiquiátrica”, concreta Joseba García.

Sea cual sea la situación que ha llevado al sujeto a requerir la presencia de los negociadores, “en ese momento su problema es el más importante”. Y así se lo hacen saber mediante las tácticas de empatía que emplean. “El conducto para llegar a una negociación es enganchar con una persona y que la persona compre el producto que nosotros vendemos. Abres la chistera y empiezas a sacar las herramientas”, explica Fernández sobre un proceso que se lleva a cabo en escenarios de lo más variopintos. “Hay negociaciones que hemos empezado por vía telefónica y otras que han acabado en una escalera de bomberos o en el Salto del Nervión”, añade este ertzaina.

En todo caso, el mejor canal siempre es el visual, con una escucha activa. A partir de ahí, si hay una puerta de por medio, la comunicación se complica. “En una negociación tuve que utilizar un megáfono desde la calle porque de la información recopilada se determinó que en cuanto la persona escuchara el amplificador lo más probable era que desistiera. Fue bastante incómodo porque nos escuchaba todo el barrio. Pero funcionó”, revela sobre esta actuación en la que les costó seis horas que el hombre atrincherado con un arma de fuego abandonara. “Muchas veces tenemos que acercarnos a la puerta para hablar con la persona, en ese caso, intervención nos procura protección, con escudos balísticos y casco”, explica el jefe del equipo de negociación.

La extroversión es una de las aptitudes más importantes de un negociador, así como la adecuación a los cambios y la creatividad para el uso de las herramientas. “Evitamos hablar directamente del problema, así como emplear la expresión tienes que tranquilizarte porque eso puede añadir otro pico. En su lugar, es preferible decir: Tienes derecho a sentirte como te sientes”, explica García, quien revela que si una persona tiene una actitud agresiva, es preferible esperar a que esa combatividad se reduzca en beneficio del raciocinio. También es importante la forma en la que se dirigen al sujeto. “Puede haber una persona que sea banquero y le estés tratando de tú y te diga trátame de usted. Nos ha ocurrido. En cambio, si estamos ante un delincuente habitual, el trato de tío nos puede incluso favorecer”, evidencia Gorka Fernández, quien advierte que ha tenido que pulir su “tono policial” para integrarse en el grupo de negociación. Sin embargo, no obvian que son policías, a pesar de que no van uniformados, sino con un chaleco. “Nos pueden pedir cosas muy raras, como tráeme un gramito de cocaína y hablamos. En esos casos les decimos que le podemos dar agua, si quieren”, expone este negociador.

En marcha desde 2015, este equipo ha recibido formación en habilidades psicológicas, así como en técnicas de comunicación o para influir en el estado de ánimo de las personas. “Hicimos un curso muy potente. Vinieron hasta agentes del FBI que habían estado negociando en Waco”, revela Joseba García, quien detalla que la formación es continua. De hecho, hace un mes escaso estuvieron en la academia de la Policía Foral compartiendo experiencias. “El feedback que tenemos con los grupos de negociación a nivel estatal es bastante fluido”, expone Fernández, quien indica que los negociadores también son competentes en una serie de delitos estratégicos de la Ertzaintza.

Protocolo

Lejos de la imagen que las películas hollywoodienses se han encargado de grabar en el imaginario colectivo, la labor de un negociador policial está regida por un estricto protocolo en coordinación con el resto de unidades. “El equipo de negociación es un eslabón más de una actuación conjunta de un montón de recursos y unidades de la Ertzaintza. No hay lugar para la improvisación”, asegura Joana Colliga, una de las últimas incorporaciones al equipo. Es el responsable de la Ertzainetxea de la demarcación donde ha ocurrido el incidente quien valora la necesidad de movilizar al equipo de negociación. “Nos desplazamos por todo Euskadi, el punto más lejano puede estar a una hora del tiempo de respuesta”, concreta el jefe del equipo, que está en contacto con unidades tácticas de la Ertzaintza como el grupo de intervención y el Pre-Bizkor de la Unidad de Brigada Móvil.

Antes de la actuación, la recopilación de datos resulta primordial. “La información cae en cascada al resto de unidades hasta que llegamos nosotros y hay una primera figura que es el interventor. Nosotros pautamos qué es lo que tiene que decir. En ocasiones la premisa es ganar tiempo hasta que llegamos”, indica Joseba García. En la labor de detectar el desencadenante del suceso, así como obtener información del sujeto en cuestión, es habitual el uso de terceras personas, como familiares, amigos o testigos. Su participación directa, no obstante, se descarta casi siempre. “Si al llegar hay una persona que ha contactado con la persona, le orientamos. Puede ser un bombero, un enfermero, un agente de tráfico o un vecino. Si prospera, lo aprovechamos. Pero en la mayoría de los casos intervenimos directamente”, conviene el jefe del equipo, quien relata una ocasión en la que un hombre subido a un árbol de Irun solicitaba la presencia de su mujer. “Probablemente quería que viniera para ahorcarse delante de ella. Puede ser un detonante. Hay que estudiarlo”, afirma.

En cualquier caso, hay un mantra que todo negociador conoce: “El que negocia no manda, el que manda no negocia”. Es más, García asegura que a veces parece que juegan la baza de empatizar con un individuo armado: “Pero no somos sus amigos. Nadie va a poner en duda que la estrategia que estamos llevando a cabo es la correcta”. Cuando no hay forma de que haya una solución negociada, se colabora para que haya una negociación táctica por parte de los grupos que van a neutralizarle. “Siempre con espíritu de no utilizar la fuerza o la mínima posible”, concreta Joseba García, quien indica que lo principal es la seguridad de la persona con la que están tratando. “Si está generando víctimas, hay que actuar con más contundencia”, expone. En todo caso, el tiempo siempre es crucial para que el desenlace sea favorable. “El tiempo compra seguridad jurídica. En un momento de conflicto hay mucha emoción y poca razón, cuando va pasando esa línea la emotividad se convierte en razón y es más fácil enganchar con esa persona”, revela Fernández, quien expone que ha llegado a participar en una intervención que duró 13 horas en un tejado.