ha llovido con abundancia durante dos días y nos sentimos gratificados, pero eso no soluciona que la temporada 2021-2022 haya sido muy irregular. Y entendemos por “irregular” todo aquello a lo que no estábamos acostumbrados, pero que en adelante está siendo cada vez más recurrente. Inviernos y veranos cada vez más dilatados y primaveras y otoños breves, con una temporada de incendios que se dilata de enero a enero.

En el mes de diciembre cayó abundante nieve sobre las Montañas Rocosas. Un cambio sustancial a gran escala en el patrón atmosférico azotó la mayor parte del Oeste a principios de diciembre, dando lugar a varias semanas con un clima frío y tormentoso.

En consecuencia, a principios de enero los índices de pluviometría, acumulación de nieve y el Snow Water Equivalent (SWE), el indicador que describe la cantidad equivalente de agua líquida almacenada en la capa de nieve (el producto entre la profundidad y la densidad de la capa de nieve) estaban muy optimistamente por encima de la media.

Haciendo honor a su nombre, a principios de 2022 la capa de nieve había cubierto la Sierra Nevada. Más de cinco metros de nieve cubrían grandes áreas del norte de la Sierra y el Donner Pass, el paso de montaña que conecta Reno con San Francisco a través del cual discurre la Big 80, la autopista interestatal que a través de 4.666 kilómetros nos une con New Jersey y la costa Atlántica. En diciembre California había recibido la mayor nevada del último medio siglo.

Cambio de tendencia

Lo que le siguió era algo que nadie esperaba. Las copiosas nevadas del mes de diciembre se interrumpieron bruscamente y durante dos meses apenas se registraron precipitaciones, y se volvieron a batir récords. Los índices de precipitación de enero a marzo fueron los más bajos registrados en las montañas de California, Nevada, sur de Oregon, sur de Idaho y norte de Utah.

En enero de 2022 no hubo precipitación en grandes áreas de Nevada, un período seco que batió varios de los récords que estamos batiendo cada vez más asiduamente. Nevada es el estado más seco del país, con una precipitación anual de solo 26 centímetros (1985-2020), pero este año Reno no recibió “precipitaciones medibles” en enero, convirtiéndose en el primer enero de la historia (los registros se remontan a 1893) en el que la ciudad no conoció el agua de lluvia. Ya no es un fenómeno aislado.

El 47% del territorio de la UE se encontraba en estado de alerta y el 17% en estado de alerta máxima. Nunca había ocurrido, hasta ayer.

Como consecuencia, a principios de marzo el SWE estaba por debajo de lo normal. La nieve se licuó en la mayor parte de los estados de California, Nevada, Utah, Arizona y New Mexico, con la excepción de algunos picos de gran altura, situados muy por encima de los 2.000 metros, hasta los 4.500 metros. Las tormentas de febrero y marzo permitieron que algunos lugares en las cuencas de los grandes ríos de la región como el río Colorado y Río Grande alcanzaran un pico de SWE cercano a la media, pero tanto en el alto como en el bajo Colorado y a todo lo largo del cauce del Río Grande los niveles generales de SWE se situaron entre un 15% y un 20% por debajo de lo normal.

Deshielo a destiempo

En contraste, en el noroeste del Pacífico (en los estados de Oregón y Washington) y en la franja norte de las Montañas Rocosas, la capa de nieve se aferró al suelo y los niveles de SWE se mantuvieron muy por encima de lo normal para esta época del año, pero no porque hubiese nevado, sino porque las condiciones extremadamente frías y húmedas persistentes durante los meses de abril y mayo retrasaron el deshielo, con todos los problemas que de ello se derivaron.

La Sierra Nevada recibió nieve en abril, pero no fue suficiente como para equilibrar el déficit de precipitaciones del invierno. Además, estas tormentas de pequeño o mediano alcance ralentizaron el deshielo, manteniendo la capa de nieve muy por encima de los niveles medios en lugares como Alaska. Esto no ayudaba, ya que, dado a los bajos índices de precipitación a partir de abril y las altas temperaturas a partir de mediados de mayo, también Alaska ha sufrido las alarmas por sequía fuera de lo normal (D0) y sequía moderada (D1).

La nieve que se aprecia en las montañas del noroeste del Pacífico desapareció algo más tarde de lo normal y, en contraste, el deshielo de la zona sur de la Sierra Nevada se produjo muy tempranamente. El deshielo en el suroeste de Colorado fue excepcionalmente rápido y temprano este año debido en gran parte a una combinación de temperaturas cálidas de abril y capas de polvo que se formaron en la capa de nieve a lo largo de un invierno fuertemente afectado por los graves incendios.

La ausencia de una gruesa capa de nieve y el derretimiento temprano y rápido de la nieve en el suroeste y en California han tenido un serio impacto en la sequía que hemos padecido este verano, y que posiblemente afectará al principio del otoño. El suministro de agua es uno de los más graves problemas a los que se enfrenta el Oeste a día de hoy. Se trata del tercer año consecutivo de sequía extrema en la región. A principios de mayo, los niveles de los embalses del estado de Nevada estaban por debajo de la media. Los dos embalses más grandes de los Estados Unidos, los lagos Mead y Powell, muestran los niveles más bajos desde que se llenaron en 1937: ambos están por debajo del 30% de su capacidad. A pesar de que la precipitación en el cauce alto del río Colorado y los índices de SWE se situaron tan sólo un 7% por debajo de la media, la escorrentía de abril a julio en el lago Powell se situaba un 45% por debajo de los niveles normales para esta época del año.

Situación alarmante

Los indicadores son muy alarmantes. Hace 23 años el lago Mead estaba cerca de su capacidad máxima y a día de hoy el nivel del agua en la presa Hoover apenas se eleva sobre los 320 metros: Ha bajado cinco centímetros al día desde febrero. Si el nivel desciende por debajo de los 304 metros, las turbinas hidroeléctricas comenzarán a perder capacidad operativa y los 1,3 millones de personas que dependemos del abastecimiento de energía que proporciona esta presa en Nevada, Arizona y California nos veremos seriamente afectados. Más adelante, los 40 millones de personas que beben de este sistema de abastecimiento de agua en el suroeste de los Estados Unidos y el noroeste de México tendremos que hacer frente a la realidad que llevamos negando las últimas tres décadas.

Entre abril de 2012 y mayo de 2013, las sequías afectaban a más del 60% del área de los Estados Unidos durante 60 semanas seguidas, llegando a afectar momentáneamente a casi el 80% del país. Pero las zonas afectadas por la “sequía excepcional” nunca superaron el 7%.

Entre abril y septiembre de 2021, los índices de “sequía extrema” se han situado por encima del 9% durante 15 semanas seguidas. Hoy, el área afectada por la sequía severa supone más del 40% del total y la sequía afecta en diversos grados a casi el 64% del país. Más del 80% del Oeste está actualmente “anormalmente seco”, y más de un tercio de la región se enfrenta a una sequía “extrema” o “excepcional”.

Restricciones de agua

El cambio climático ha secado el lago Mead y va a apagar la presa Hoover pero, si no tomamos las debidas determinaciones a tiempo, es posible que muy pronto tengamos que hacer frente a restricciones en el uso del agua para poder llenar nuestros vasos; posteriormente tendremos que observar limitaciones y reservas a la hora de encender una bombilla o un ventilador eléctrico.