- Javi Pujol y Manuel Cubero, dos bomberos jubilados, recuerdan la mayor tragedia humana de los últimos 129 años en un incendio de viviendas en Gipuzkoa, con cinco víctimas mortales: el incendio de la pensión Jose Mari, en pleno centro de Donostia, la madrugada del 3 de junio de 1988. Los detalles de aquella negra noche les asaltan cada vez que escuchan noticias como la del Bronx o la residencia de ancianos de Valencia, donde el fuego segó varias vidas.

Rescataron a más de 80 personas en poco más de media hora, atrapadas en los balcones de dos fachadas del número 3 de la calle San Bartolomé y el 24 de la calle Urbieta, que hacían esquina. Y unas horas después salvaron la vida por segundos. Un chasquido, un crujido, les advirtió y les hizo levantar la mirada cuando se disponían a entrar en el edificio para terminar de sofocar un foco reavivado. El edificio comenzó a desmoronarse justo entonces ante sus ojos y casi los devora.

Corrieron todo lo que pudieron. "Sentías el golpeo de la gravilla en las piernas como si fuera metralla", recuerda Pujol. Ambos coinciden: "Ese día volvimos a nacer. De hecho, hasta hace unos pocos años, celebrábamos una comida varios de los que estuvimos allí, por haber sobrevivido al derrumbe. Ese día no mirabas en nada".

En 38 y 35 años de carrera como bomberos, respectivamente, Javi y Manuel no han vivido otro drama igual ante el fuego, aunque Cubero recuerda dos episodios especialmente trágicos en la carretera. Ambos tienen sus propios traumas, imágenes que te persiguen toda una vida.

"Yo he tenido la gracia o desgracia de que los mayores siniestros me han coincidido cuando yo estaba de guardia", asegura Pujol. "De hecho, el incendio de Trintxerpe (31 de diciembre de 2013) también me coincidió, estando de responsable. Para nosotros es un éxito que allí no hubiese ninguna víctima, porque podría haber sido otro drama; por suerte, el incendio no cogió el hueco de la escalera", dice el exbombero.

La madrugada del 3 de junio de 1988 transcurría tranquila. Javi y Manuel coincidieron de guardia. Eran aves nocturnas, los últimos en acostarse y "esa noche, estábamos asomados los dos al patio del parque y yo estaba comentando sobre la iluminación que dan las lámparas de mercurio", explica Pujol.

La pregunta surge sola. ¿Pero realmente os acordáis de qué hablabais en ese momento? "Como para no acordarte, macho. Te acuerdas de todo", contesta Manuel: "Vi una brasita, pin, por el aire, y luego otra chispita que caía dentro del patio. ¿Esto qué es?, me dije; alguna chimenea, decía este. Pujol también lo recuerda perfectamente. "Yo me metí para dentro, me iba a tumbar, eran, exactamente, a las 2.36 horas", dice. La peor hora para un caso así. "En ese momento, oí gritos y un cristal roto". No se imaginaban lo que les esperaba.

"Bajo abajo y me encuentro con gente que habían roto el cristal del cuerpo de guardia porque el operador, Muñoz, no les habría la puerta. Pero no les abría porque estaba al teléfono tomando los datos del incendio". Entonces no había móviles.

Algunos de los efectivos fueron corriendo desde la calle Easo hasta el lugar de los hechos, mientras otros preparaban los camiones y la escala. Acortaron en dirección prohibida y en la calle San Bartolomé se encontraron lo más parecido al infierno. Ahí se separaron Manuel y Javi.

"Tú ponte en situación. Estás en un parque de bomberos, diez u once efectivos, y de pronto vas a un incendio en el que tienes un montón de gente en las fachadas pidiendo auxilio y un fuego que se está desarrollando", dice Pujol. "Entonces, ¿que haces? ¿Rescatas o apagas? Nada más llegar yo vi el portal abierto, y salían al fondo las llamas; estaba ardiendo la caja de escalera y luego, en el sexto, un resplandor de llamas que se veía desde la calle. El mismo portal daba acceso a las viviendas de la calle San Bartolomé y Urbieta, que no tenían salida", narra el bombero.

Pujol coge boli y papel y relata la primera escena a la que se enfrentó. Una familia apostada al borde del precipicio, en lo alto del edificio, con un pie en el alero y agarrados a una endeble barandilla. "Y dije, estos se tiran. Yo veía el resplandor de las llamas en la habitación. Es decir, no tenían escapatoria". Pujol se fue primero a por tres mujeres: una madre, su hija de diez años y otra adolescente.

Para su sorpresa, la escala se quedó a medio metro de ellas, porque la estrechez de la calle impedía alinear dos vehículos a la par y el camión de bomberos estaba delante. Pujol pidió a la niña. "La madre metió el pie, cogió a la hija y me la pasó en aires: la cogí en volandas y la metí dentro". La pequeña Stephanie fue la primera rescatada. Pujol se llevó a las tres mujeres en el mismo viaje y le pidió al hombre que aguantara sin saltar.

La escena era dantesca. "Mientras peinábamos con la escala toda la fachada, de arriba abajo y primando a las personas con mayor riesgo en la proximidad del fuego, nos decían de todo. A mí, a mí. Porque el fuego seguía desarrollándose y solo había tres bomberos apagándolo; el resto estábamos rescatando gente en la parte de San Bartolomé con una escala y de la fachada de la calle Urbieta con la escala vieja. "A mí me llegó a decir uno: bombero hijoputa, sácame a mí", recuerda Pujol.

Mientras tanto, Manolo Cubero se encargaba de evacuar las plantas bajas. "Yo estaba con otro compañero, Fonseca, rescatando gente con la escalera de mano y unas cuerdas. Era increíble. Coge la maleta, me decía uno. Pero dame primero a tu hija, que la tienes ahí detrás, le grité. Y me la dio, claro. ¡Tal cual te lo cuento. Y como no les cogíamos las maletas, las tiraban", lamenta Cubero. Pujol recuerda el sonido del equipaje al caer desde la altura. "Al principio creíamos que eran personas que se tiraban".

A las 3.20 horas se hizo el último rescate y el resto de efectivos pudieron unirse con las escalas a las labores de extinción y ayudar a los tres compañeros que se habían dedicado a combatir el fuego desde el inicio: "el sargento, Patxi e Illarreta". Para las 4.20 horas el incendio estaba "dominado", aunque quedaba mucha tarea aún.

Eran las 7.00 horas cuando se produjo el primer desplome, la "crujía" (espacio entre dos muros de carga) de la fachada de San Bartolomé. Pujol estaba en el tejado y recuerda que "salí corriendo", mientras Manuel "estaba intentando apagar un foco desde la escala, pero el agua rebotaba en un balcón y quise saltar dentro, con otro compañero; le dije (a un tercer compañero), Patxi, desde la fachada lo apagamos. Y nos dijo: no saltéis. Queno saltéis os estoy diciendo, haced lo que podáis desde la escalera. Y según estábamos allí, oímos un crujido y se hundió el exterior... Yo me di la vuelta, me abracé al compañero que tenía al lado, nos abrazamos los dos. ¡Estábamos vivos!".

Era un milagro. "Es ese momento pensábamos que no había muerto nadie", dice Pujol. Pero los sobresaltos no iban a parar en todo el día. Pasadas las cinco de la tarde, alertados por familiares, se realizó una inspección que encontró a los propietarios de la pensión muertos en la cama, bajo escombros. Cuando aparecieron estas dos víctimas, Pujol y Cubero descansaban. Pero el primero iba a tener que volver esa noche.

Eran las 0.40 horas del día 4, 22 horas después de que se declarase el incendio. "Hubo un pequeño movimiento de fuego e íbamos a entrar, cuando empezó a crujir: eh, cuidado, ¡¡¡fuera!!! La fachada de San Bartolomé y el mirador en todo su conjunto se soltó; salí corriendo y cayó unos tres o cuatro menos detrás de mí. Sentí como metralla en las piernas", rememora Pujol. "Ahí iba Luis Fonseca, un bombero de 60 años, corriendo sin soltar dos mangueras de unos quince kilos", ríen ahora Manuel y Javi con buen recuerdo de su compañero ya fallecido: "Fíjate lo que es el miedo".

El camión de bomberos quedó rodeado de escombros. "¡Nos falta Pedro!", se percataron. El chófer. "Empezamos a pegar gritos y al rato apareció de un soportal. No nos pilló a nadie, ni a los de la Guardia Municipal", afirma Cubero. "Si me llego a tropezar en la acera, ahí me quedo, porque hizo un agujero de medio metro en el suelo", señala Pujol.

La pesadilla no había terminado aún. "Cuando cae el edificio, nosotros pensábamos que eran dos los fallecidos," pero a las 14.08 horas del día 4 apareció un tercer cadáver y a las 17.30 horas otro, el cuarto: y ocho minutos después el quinto, su esposa. "Era un matrimonio argentino al que le había tocado un viaje", se entristece Pujol.

El balance fue duro: cinco fallecidos. "Te quedas hecho polvo, pensando si podrías haber hecho algo más, pero no sabíamos que estaban ahí; no apareció el libro de registro". Recuerdan con dolor que les "llovieron críticas de todos los sitios, que habíamos tardado un montón, que hubo cinco muertos pero sacamos a 80", insisten.

"Hasta hace poco, cada año celebrábamos una comida por haber sobrevivido al derrumbe"

"El edificio avisó con un crujido antes de caer y echamos a correr; sentías la gravilla como metralla en las piernas"

Bombero de Donostia desde 1983 a 2021

"Te acuerdas de cada detalle de aquella noche; como para no acordarte"

"Al saber que hay cinco muertos, te quedas hecho polvo, pensando si podrías haber hecho algo más"

Bombero de Donostia desde 1976 a 2011