Profesores piden tiempo para “humanizar la educación”
Contenidos inabarcables y un alumnado “cada vez más herido” dificultan el aprendizaje en las aulasTres docentes de la escuela pública, concertada e ikastolas analizan las fortalezas y debilidades del sistema educativo vasco
donostia - Un sistema con fortalezas, pero también con debilidades. Un “tesoro” que se debe defender a nivel social y proteger de los vaivenes políticos. La educación es un bien que tiene que estar por encima de “todo tipo de interés partidista y corporativista”, que debe “humanizarse”, y ejercerse “con calma y tranquilidad”. En la actualidad, el tiempo escasea, los profesores sienten las presiones de las evaluaciones externas, de los informes PISA o la selectividad, y tienen que impartir un currículum a veces inabarcable. Los niños llegan “cada vez más heridos” a clase, con problemas emocionales graves que hacen que su aprendizaje se convierta en una hazaña. Sin olvidar la precariedad económica de muchas familias, que tiene “una repercusión directa” en los resultados de los alumnos. Todo esto lo tiene que gestionar un docente inmerso en tal vorágine de trabajo, que acaba sintiendo una “frustración enorme” al no poder llegar a todo.
Amaia Urzelai, Patricia Baz e Ignacio Retegi, tres profesores con más de 20 años de experiencia, que abarcan los ciclos de Primaria, Secundaria y Bachillerato, analizan el sistema educativo vasco en una mesa redonda organizada por NOTICIAS DE GIPUZKOA. Con opiniones diversas y, también, muchos puntos de encuentro, reflexionan sobre lo que está por llegar y hacia dónde debe dirigirse la educación para alcanzar la excelencia o, al menos, acercarse a ella.
El sistema vasco tiene fortalezas y son destacables. Además de ser “equitativo”, tiene unas tasas de abandono escolar temprano muy bajas, “más bajas que en Europa y en el Estado”, un porcentaje de repetidores escaso y una tasa de escolarización alta. Pero también tiene una gran debilidad: “La falta de excelencia”, apunta Amaia Urzelai, profesora de Secundaria y Bachillerato en un instituto público. Los últimos resultados PISA arrojaron unos datos muy negativos en cuanto a competencia científica o en relación a la comprensión lectora. Esto preocupa y más aún a los que están a pie de batalla, peleando día a día desde dentro porque sus alumnos adquieran nuevos conocimientos.
Para ello, necesitan tiempo, el bien más escaso del sistema. “Parece que hay muchas mejoras, se pide mucho a la educación, se hacen planes nuevos, reformas sobre reformas... A los profesores se nos martiriza con ir a seminarios, a charlas de inteligencia emocional, a realizar proyectos, enseñanzas basadas en la resolución de problemas. Estamos siempre agobiados y vemos que no se solucionan los problemas”, lamenta Patricia Baz, profesora de Primaria en un colegio concertado.
Urzelai se muestra “totalmente de acuerdo” con este diagnóstico y considera que en los últimos años se ha acelerado la cantidad de programas, proyectos y propuestas que llegan a los centros en pro de la excelencia. “Creo que tenemos que definir más lo que corresponde a la educación formal, a nosotros como escuela, y a la sociedad o a la familia”.
Frustración en la profesión Baz tiene la sensación de no llegar, de que a los profesores se les pide que cumplan unas expectativas, que “metidos en planes, en unos ritmos, en cursos” no se pueden alcanzar. “Cuando empecé pensaba que sí se podía, pero me he ido desengañando. Me he dado cuenta de que no podemos, de que el alumno no puede aprender al ritmo del currículum que se diseña no sé dónde y no sé quién. Creo que el aprendizaje de verdad es tranquilo, el que perdura es un aprendizaje sin prisas”, afirma.
Para ello, no puede haber “una espada de Damocles” personificada en “temarios, evaluaciones, recuperaciones, planes”, además de “proyectos, nuevas tecnologías o pizarras digitales”. “No doy a más y, a veces, siento que para lo que quiero, que es estar con los niños, no tengo tiempo. Esto me genera una frustración terrible”, lamenta esta docente de Primaria.
La insatisfacción es, por desgracia, una característica de este profesión. “Se intentan hacer tantas cosas y lo que falta es evaluar si realmente todos esos proyectos, pruebas o metodologías funcionan, saber qué está pasando en el aula. Esto es otra debilidad de cara a mejorar”, insiste Urzelai.
Las fórmulas milagrosas para mejorar el sistema muchas veces vienen de fuera, “de predicadores que dan cursos”, pero los que están en clase, los que miran cara a cara al alumno son los profesores, defiende Ignacio Retegi, profesor en ikastolas desde hace más de 40 años. “Necesitamos pedagogía. No es lo mismo lo que se experimenta dentro de clase, del invernadero, que lo que nos digan desde fuera que tenemos que sembrar”.
El equilibrio entre pasar tiempo con el alumno, centrarse en él, y contar con las horas suficientes para impartir toda la temática a veces se torna imposible, fundamentalmente en Secundaria y más aún en Bachillerato. “Si quieres ver todos los contenidos del currículum de forma horizontal te mueres; todas las disciplinas quieren que lo suyo sea lo fundamental”, admite Retegi.
Por ello, apuesta por “coger perspectiva aérea” y seleccionar el contenido, realizar una labor de síntesis. Pero no es nada fácil y no lo es porque los profesores están “asustados”, con el miedo infundado de que los alumnos no van a llegar a selectividad, cuando “luego la sacan el 100%”. “Utilizan la selectividad para darnos leña. Eso nos lleva a asustarnos y a agarrotarnos”, cuestiona.
Urzelai, profesora de Biología en Bachillerato, sí que siente que hay una “presión par dar un montón de contenidos que uno no se puede saltar”, ya no porque los estudiantes deban aprobar la selectividad para ir a la universidad, es que además muchos necesitan “una nota de corte muy alta” para entrar en una carrera determinada.
En Primaria, asegura Baz, este asunto es muy distinto. “Tendría tiempo de sobra para dar la programación, pero en Primaria lo que necesito es tiempo para estar con ellos y más contacto con las familias. Veo que a los profesores de la red concertada nos tienen de aquí para allá, corriendo de un curso a otro, de una asignatura a otra, de una hora a otra, diseñando proyectos y proyectos. Mis compañeros adolecen de tiempo para escuchar a los niños, para dejarles hablar”, insiste.
problemas afectivos A esta problemática del tiempo y de los amplios contenidos que se deben impartir se añade que el menor que llega a la escuela cada vez tiene más problemas emocionales o afectivos, por lo tanto educarle se convierte en una ardua labor. “Todos recibimos alumnado muy herido. No recuerdo como alumna que tuviera compañeros que estuvieran en centros o en familias de acogida”, señala Baz. “Yo tampoco y ahora cada vez hay más casos”, corrobora Urzelai.
“Hay niños con problemas fuertes y si no están bien emocionalmente, no pueden aprender. Primero deberíamos dedicarnos a esto, porque si no, no hay nada que hacer”, manifiesta.
Para estos alumnos heridos solo hay una salida, asegura Retegi, y consiste en “despertar la conexión”. “El plus mágico lo tenemos que hacer los magisters, porque el conocer produce emoción. No llegamos a atender emocionalmente a todos, pero afectivamente podemos hacernos presentes”, defiende.
Cuando se consigue la conexión de la que habla Retegi, si se sienten escuchados, “de repente se nota que algo cambia” en sus miradas, apunta Urcelai. El problema es que “hay niños que están en una situación tal que no quieren hacer ningún vínculo, que están con expertos para trabajar eso, porque se niegan a hacerlo”, añade.
Ninguno de estos profesores culpa a los padres, puesto que “las familias están en tales situaciones de precariedad que algunas no llegan a estar con sus hijos”. “No les puedo culpar, porque se preocupan un montón por los niños”, señala Baz. Y, en este punto, de nuevo, la falta de tiempo vuelve a ser el mayor de los obstáculos.
A los padres “hay que apoyarles”, porque “son fundamentales en el éxito” escolar de sus hijos. “Cuando la familia y el centro están sintonizados y trabajando conjuntamente para solucionar los problemas y para crecer, todo se va solucionando”, asegura Urcelai, quien al igual que Baz insiste en que “ha aumentado la complicidad con las familias”.
El problema, como en todos los ámbitos de la vida, es qué ocurre con las que están atravesando una situación grave. “¿Qué se hace a nivel social para apoyarles?”, se pregunta Amaia Urcelai, quien asegura que en Euskadi hay un montón de recursos pero desgraciadamente “están muy segmentados”.
Conscientes de que su implicación es fundamental en la educación de sus hijos, lamentan que no todas las familias puedan involucrarse “porque su situación socioeconómica no se lo permite”. “Esto es uno de los cambios que está ocurriendo en nuestro sistema educativo. El índice socioeconómico está bajando y eso tiene una repercusión directa en los resultados del alumnado”, reitera Urcelai.
“Compensar las diferencias” Los centros escolares tienen el objetivo de “compensar las diferencias” entre las familias que no llegan y las que su nivel socioeconómico les permite disponer de tiempo para estar con sus hijos. Además, deben cumplir otra función, la de “conseguir una sociedad más cohesionada y equitativa”, afirma esta profesora de Secundaria y Bachillerato, un trabajo nada fácil teniendo en cuenta que “no todos los centros tienen la misma carga”.
Los profesores se convierten casi en magos que tratan de paliar estas diferencias para que todos los alumnos salgan adelante y no acaben siendo una de esas piezas de dominó que se descuelga por el camino. Luchan para que no dejen los estudios, porque cuando un alumno fracasa, “fracasa la sociedad, el sistema”, apunta Baz. En Euskadi, la tasa de abandono escolar temprano en 2018 fue del 6,9%, la más baja de Estado, pero la cuestión sigue siendo: “¿Cómo se nos quedan colgados?”, se pregunta Retegi. “Tenemos que plantearnos qué impacto tenemos nosotros para acompañarles en el éxito individual y colectivo”, defiende.
Su figura, la del profesor, sigue siendo importante para las familias, apuntan estos expertos, aunque algunos sienten que está “un poco abandonada” a nivel social. “A la escuela se le exige sin pedir su opinión, ni respetar la opinión de los que estamos ahí”, apunta Baz. Alejados de la sensación de que en la actualidad se falta más al respeto al profesor que antes, sí que apuntan a un mayor número de alumnos que “no tienen puestos los límites”. “Cada vez es más difícil decirles que no y tiene consecuencias. Si en casa no aprenden a tener límites, eso lo trasladan a todos los ámbitos. Se percibe y es cuando se dan problemas de convivencia o malos comportamientos”, explica Urcelai.
La experiencia de Retegi en las aulas le lleva a pensar que cuando “los alumnos saltan” es porque “en su dignidad perciben algo como un ataque”. “Recuperar ese trato íntimo desde la absoluta dignidad permite que muchos problemas vayan encontrando su salida”.
Una salida que también debe buscar la educación si quiere tener un gran futuro. “Hay que humanizarla”, defiende Urcelai, mientras Baz asiente. “Se está perdiendo un poco de humanidad. Hay que estudiar para saber, para aprender. La educación tiene que ser un bien y un tesoro”, insiste esta maestra. Porque el objetivo es “ayudar a que el alumno abra una ventana” a la consciencia, la libertad y la responsabilidad, manifiesta Retegi.
Pacto social a largo plazo Por ello, piden un plan social de educación consensuado, al que no le afecten los vaivenes políticos, los cambios de legislatura, sino que se apueste por un proyecto a largo plazo, que cuente con el tiempo suficiente para desarrollarse y así poder evaluar las mejoras y las nuevas metodologías. “La educación es algo prepolítico”, recuerda Retegi y así debería quedarse.
“Si nos falta este plan lo vamos a sufrir. Estamos en una vorágine por querer mejorar y ser competitivos que nos montamos en todos los trenes que pasan y creo que eso no nos lleva a buen fin. Hay que reflexionar y tomar decisiones en conjunto”, afirma Baz.
La red a la que pertenece, la concertada, lleva meses luchando por un convenio laboral que mejore las condiciones de los trabajadores. Huelgas, manifestaciones y concentraciones se suceden desde finales del curso pasado sin que de momento haya ninguna solución sobre la mesa. “No va a favor como sociedad que haya dos redes que estemos en competencia y que unos vayamos a morir porque no hay alumnado para las dos”, opina Baz. Urzelai, por su parte, admite que es otra de las debilidades del sistema, “una anomalía con respecto a los países europeos”.
Ya es hora de pasar a la acción, “de coger la educación “como un tema social, de Estado”. Y, para llegar a consensos necesarios, hay que sacar este asunto “de los intereses partidistas y corporativos”. “Un pacto de Estado fuera de cualquier interés, porque el interés es social”, insiste la docente de Secundaria y Bachillerato.
Se logre o no este acuerdo a largo plazo, Retegi, Baz y Urzelai intentarán aportar su granito de arena y convertirse en lo que creen que debe ser un maestro. “Un trabajo bien hecho, un artista”, define Retegi. “Alguien capaz de conectar con los chavales, de trasmitirles que ellos pueden”, señala Baz. “Artesanos, porque nuestro trabajo es artesanal, no hacemos tornillos y, a veces, se nos piden resultados como si estuviéramos fabricando tornillos”, lamenta Urzelai.
Al final, como todo en la vida, se trata de “sacar la cabeza lo suficiente para seguir viviendo” y, en este caso, contar con un colectivo de profesores comprometidos que prometen hacer todo lo que esté en sus manos por mejorar un sistema envidiable en muchos aspectos, pero con debilidades que deben subsanarse cuanto antes.
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