donostia - Hay colectivos que viven en la sombra, reivindicaciones perdidas y jornadas conmemorativas que brillan menos que otras y tienen que compartir focos. El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, eclipsa desde hace años la festividad de bomberos y profesionales de enfermería, cuyo patrón, San Juan de Dios, se pierde entre el tono morado de las miles de mujeres que abarrotan las calles reivindicando la igualdad. Ayer, 21 de marzo, se celebraba el Día Internacional de la Poesía; del Síndrome de Down; la Eliminación de la Discriminación Racial; y el Día Internacional de los Bosques, los pulmones de nuestro planeta. Cuatro en uno.

Tapados, pese a formar parte de nuestro paisaje, sus propietarios, baserritarras guipuzcoanos que durante generaciones han salido adelante con la ayuda de la madera que les proporcionan los árboles, se sienten “abandonados”, “incomprendidos” y “apaleados”, mientras buena parte de sus pinos se secan tras años de esfuerzo y dedicación.

Afirman que “si hoy viniese un fondo buitre a comprar bosques, muchos venderían”. No les consuela que los bosques estén considerados por Naciones Unidas como una especie de “seguro de vida” para la humanidad y que lo vayan a ser más a medida que la población mundial aumente hasta los 8.500 millones de habitantes, según las estimaciones para 2030.

Gipuzkoa, con una masa arbolada del 60,5%, es uno de los territorios más verdes de Europa, pero la gestión y el cuidado de esas 120.873 hectáreas dependen de sus propietarios, casi 10.000 en todo el territorio. La inmensa mayoría son pequeños baserritarras con menos de diez hectáreas. NOTICIAS DE GIPUZKOA comparte las impresiones y el sentir de estos propietarios, dolidos cada vez que escuchan la palabra “terrateniente” y “preocupados”, incluso “resignados” ante la crisis de la banda marrón que está secando el 40% de los pinos insignis, la especie de mayor implantación en el territorio. Uno de cada tres árboles es aún de esta especie y el 93% de ellos están en manos de particulares.

Joseba Arrieta (Beasain, 49 años) y Xabier Zubiaurre (Mendaro, 44 años) ponen voz a este sentir. Ellos se ven con fuerza para seguir en una actividad que aman, pero reconocen que muchos otros están al borde de tirar la toalla. Creen que el tiempo del pino insignis ha llegado a su fin y es el momento de nuevas especies como la secuoya, cryptomeria japonica (también conocido con sugi japonés), el abeto, y también el eucalipto, aún escaso en el territorio pero en crecimiento, un 5% desde 2016.

Se sienten víctima de una sociedad cada vez más urbana, de la falta de relevo generacional y la mayor movilidad laboral de los jóvenes, que dificulta la inversión en un producto que es bien común y que solo produce rentabilidad a largo plazo para su propietario. Su principal preocupación, a día de hoy, es la crisis de la banda marrón, provocada por un hongo que en solo dos años ha hecho desaparecer 3.300 hectáreas de pino insignis de Gipuzkoa.

El territorio ha visto reducida su masa arbórea en un 2,4% desde 2016, después de años de expansión de bosque. ¿Es el inicio de un cambio? ¿Tiene futuro el bosque vasco? ¿Seguirá Gipuzkoa entre las regiones europeas más verdes? ¿Estamos ante el final del pino insignis?

“Una inversión en el aire” Joseba Arrieta se siente con fuerzas y aunque tiene plantadas diversas especies arbóreas, el año pasado tuvo que retirar siete hectáreas de pino insignis, joven, de 14 años, afectado por la banda marrón. Dinero echado a la basura. Su preocupación, a día de hoy, es salvar el resto de pinos que posee, algunos de ellos “plantados por mí mismo hace 19 años, cuando tenía 30. El pino insignis es una inversión en el aire. Teníamos la esperanza de que se hiciese un tratamiento integral fumigando desde el aire con ácido cuproso, pero parece que no se va a hacer y no sé qué va a pasar, porque esa enfermedad el año pasado pegó muy fuerte y parece que va a más”, lamenta: “Se está extendiendo”.

Sin tratamiento, sus pinos de 19 años también se secarán. Morirán. Y solo valdrán para papel. Son necesarios entre 35 y 40 años para que la madera pueda ser empleada para muebles y obtener más por ella.

Arrieta no se rinde. “Los que nos dedicamos a esto, plantamos porque nos gusta. Somos gente rara. Ponemos dinero en los árboles, pensando que hacemos un bien común y que eso algún día valdrá algo. Es algo asombroso ver cómo una secuoya, minúscula cuando la planta, crece hasta superar los 50 metros de altura. Otros prefieren invertir el dinero en bolsa o fondos de inversión y luego nos critican y se creen que lo hacen por el bien del planeta. Ver un bosque hacerse grande, es como ver crecer a un niño, da alegría. Yo he invertido no solo dinero, sino mi tiempo, plantando diferentes especies. Todas cumplen una función. Cualquier árbol ya es mejor que nada, y sin embargo, otros están demonizando lo nuestro”, lamenta.

De aquí adelante, admite, “habrá que canalizar el futuro en especies diferentes” y el pino “insignis pasará a la historia”, donde tendrá su propio capítulo, como le sucedió al castaño, un árbol de madera dura y con fruto, sustento de muchos caseríos durante años pero que también sucumbió en el siglo XX a varias enfermedades y plagas que los secaban.

“En 1956 Gipuzkoa sufrió unas heladas terribles y la mayoría de insignis se secaron, sobre todo en el interior del territorio. Fue una catástrofe, porque entonces no había tanto bosque como hoy. Después, la gente metió nuevas especies, pero también replantó pino. Ahora, sin embargo, con esta enfermedad, no conozco a nadie que esté replantando insignis”, apunta Arrieta.

Probablemente, dice, en el futuro habrá que naturalizar la aplicación de “tratamientos químicos. Nos tendremos que familiarizar con eso, al igual que las personas nos medicamos y de esa manera hemos conseguido alargar la esperanza de vida”.

Arrieta está en la rama optimista, pese a todo. Pero hay otro sector forestal que “está envejeciendo y tiene menos fuerza. Para fortalecer el sector necesita apoyo y hoy en día es normal perder la moral”. ¿Por qué?, le preguntamos.

Por un lado, hay una gran parte de la sociedad, cada vez más urbana, que no conoce nuestra actividad. Y si no nos comprenden, es imposible”, lamenta. Y, por otro, más grave, admite, “nos sentimos atacados por los ecologistas radicales. Gente que no produce y trata de dar palos al que produce. Aunque sea un colectivo residual, es normal sentirnos atacados, porque emplean mentiras y medias verdades. Van a hacer daño. El eucalipto, por ejemplo, está demonizado. Pero desde el momento que es un árbol, cumple su función en el ecosistema y enriquece la tierra. No la perjudica, aunque haya otras especies mejores. Lo peor es que no haya árboles”, afirma.

entre lo “absurdo” y lo incierto La visión de Xabier Zubiaurre no difiere mucho de la de Joseba. “La situación es difícil”, corrobora. “En primer lugar, el mal de la banda marrón. Tiene mala pinta. Ahora mismo, replantar insignis es absurdo. Nadie lo está haciendo. La propia semilla tiene el mal; está dando positivo en los análisis”, asegura. En su opinión, si no se aplica un tratamiento integral y efectivo, la “enfermedad se extenderá” y será el fin del pino insignis, tras el cual hay una importante industria del mueble, sobre todo juvenil, que es la que más rentabilidad ofrece al propietario.

Por otra parte, asegura, el propietario de bosque se siente “abandonado”: “Hay grupos que están poniendo en cuestión lo que se ha hecho y nos sentimos arrinconados, resignados. Yo me siento apaleado. En este momento, veo una campaña organizada, orquestada, no sé si contra los propietarios, pero somos los que estamos recibiendo leña. Que te digan terrateniente y esas cosas, me duele muchísimo. No se puede echar al propietario de monte a los pies de los caballos, porque ha hecho lo que ha podido. Yo conozco algún empresario, con patrimonio, que tiene bosque, pero muchos, la mayoría, somos pequeños propietarios con ocho o nueve hectáreas y otro ingreso aparte. Dicen que se ha hecho una política forestal errónea, y yo les digo: no sé si ha sido buena o mala; seguro que es mejorable, pero sin el pino no existirían los caseríos”.

Zubiaurre nos interpela. “Yo tengo 44 años y te planteo a ti una situación y a ver qué harías: Unos pinos que yo planté hace 18 años, con ayuda de la familia, de mi hermano, y durante todos estos años los trabajos los he hecho yo, porque si no se pierde rentabilidad; y después de todo ese tiempo y esfuerzo, te entra el mal de la banda marrón... Yo ahora mismo tengo pinos enfermos que se van a morir y solo valen para papel. Es un sopapo fuerte. ¿Y qué haré? Pues los siguientes, intentaré plantar otra cosa, porque el abandono no es ninguna solución”, explica.

¿bosque o rastrojo? “Yo tengo robles, que no voy a recoger en mi vida. Y está bien, pero los propietarios tienen que tener rendimiento. Si no es de un lado, de otro. Nadie hace una inversión de tiempo y dinero a cambio de nada”, subraya Zubiaurre, que aboga por las “especies alternativas, como la secuoya, el eucalipto, la cryptomeria japonica o la acacia. Sin demonizar a ninguna. “Hay una cosa clara. Los propietarios tiene que coger rentabilidad de algún lado y la sociedad tiene que ver que ese trabajo, si vemos jardines verdes, y limpios, alguien los ha hecho. Nos ponemos el chándal el fin de semana y vamos al monte a pasear sin preguntarnos quién ha limpiado el monte. Me duele el corazón de ver a gente mayor que se ha esforzado toda su vida y ahora se rinde porque no merece la pena. Siempre ha habido enfermedades, heladas y han seguido ahí”.

Por último, Zubiaurre llama a la reflexión. “Pediría a la gente que sea consciente, y se pregunte, de todo el monte que estamos perdiendo por la banda marrón, cuánto se va a repoblar. Muchos terrenos se van a quedar vacíos. Ahora parece que el demonio es el eucalipto, pero el demonio es la deforestación. En Deba, muchas hectáreas se están quedando para rastrojo. Mal asunto”, concluye.

Un poco de historia. A principios del siglo XX, Gipuzkoa estaba completamente deforestada debido a la mala gestión forestal a la que contribuyó la desamortización de montes que se hizo en el siglo XIX para financiar las guerras carlistas y la Guerra de la Independencia, lo que llevó a vender terreno público a miles de particulares para obtener dinero. En este contexto, hace 100 años, la Diputación comenzó a trabajar en la reforestación, que en buena parte tuvieron que hacer los propietarios privados que habían adquirido monte.

España, en el puesto 76 El país europeo con mayor porcentaje de superficie arbolada es Finlandia, en el décimo puesto del ranking mundial, con una superficie arbolada del 73,1%, en una lista encabezada por pequeños países, entre ellos muchas islas, sin apenas explotar. En el viejo continente le siguen Suecia (68,92%) y Eslovenia, (61,97%), en el puesto 23º del mundo. Le seguiría Gipuzkoa (60,5%). España ocupa el puesto 76 a nivel mundial con una superficie arbolada del 36,9%.

30%

A nivel mundial, entre 1990 y 2016, la superficie forestal ha descendido casi un punto, del 31,8% al 30,83% actual, pero hay evidencias de que la deforestación se ha ralentizado.