pasaia - Caras largas tras la reunión de ayer en las oficinas del astillero Kai Alde, en Pasai Donibane. Frente a las costas de Libia hay personas que siguen huyendo de la guerra y del horror. En el puerto pasaitarra hay un barco pesquero, el Aita Mari, llamado a aportar su granito de arena. Los operarios trabajan a contrarreloj para que, cuanto antes, pueda zarpar al rescate de refugiados en el mar Mediterráneo. El problema reside en que una embarcación concebida para la pesca no se transforma de la noche a la mañana en un navío para salvar vidas humanas, por lo que las obras de acondicionamiento se prolongarán hasta finales de agosto, retrasando así unas semanas la salida de la embarcación.
“Nos reunimos regularmente con otras organizaciones. Todo son prisas, y eso nos mete presión. Hay que dar respuesta cuanto antes a las políticas de la UE, a las del ministro de Interior italiano, Matteo Salvini”. En el astillero Kai Alde huele a soldadura, gasoil y salitre. Carpinteros, electricistas e ingenieros intercambian impresiones y coordinan tareas mientras resuenan martillazos que van moldeando el pesquero. Es Iñigo Mijangos, presidente de la ONG guipuzcoana Salvamento Marítimo Humanitario (SMH), quien tuerce el gesto cuando menta a Salvini.
El ministro de Interior italiano aseguró ayer que los dos barcos de la ONG española Proactiva Open Arms que se encuentran en el Mediterráneo central para salvar a los inmigrantes que quieren llegar a Europa no atracarán en puertos italianos. “Han regresado al Mediterráneo en espera de su carga de seres humanos. Que se ahorren dinero y tiempo, los puertos italianos los verán en postal”, escribió Salvini en su cuenta de Twitter.
indignación Desde Pasaia, estas declaraciones indignan y sirven de estímulo para sumarse cuanto antes a la misión. Las chispas de los soldadores caen sobre la cubierta, en ir y venir de gentes. Aquí nadie pierde el tiempo, pero las fechas se han echado encima y prácticamente va a ser imposible zarpar en agosto. “Ya nos lo olíamos. Se está trabajando a tope, pero es inevitable que se acumulen retrasos debido a la cantidad de gremios implicados”. El donostiarra Iñigo Gutiérrez, secretario de Salvamento Marítimo Humanitario, también acaba de salir de la reunión. A la mesa se han sentado todos los agentes involucrados. Todos han llegado a la misma conclusión: las obras van a tardar más de lo estimado.
El barco está siendo reconvertido por esta ONG guipuzcoana con el objetivo de representar “el compromiso de acción y solidaridad vasca”. Estaba previsto que el Aita Mari abandonara su base de operaciones en agosto para unirse a una flota que contará con cinco embarcaciones de distintos colectivos europeos que actúan en el Mediterráneo central.
El Gobierno Vasco está muy implicado en el proyecto. Ha aportado 400.000 euros para la adquisición y reforma del barco, de 32 metros de eslora. “El problema es que nos estamos encontrando con las dificultades propias de una obra compleja”, lamenta Gutiérrez, que ya participó en la tripulación de la primera misión del proyecto #Maydayterraneo. En aquella ocasión rescataron siete pateras con un total de 575 pasajeros a bordo.
La nueva embarcación forma parte de la segunda edición de la campaña, en la que también participa la ONG andaluza ProemAid.
El trabajo está siendo incesante. Ya se ha desmontado la estructura de pesca y el sistema de viveros. La cubierta comienza a estar despejada después de mes y medio de labor, pero todavía sigue quedando mucha tarea por delante. Bajamos a las tripas del barco, donde se acondicionan los camarotes, con dos mesas de trabajo que compartirán periodistas y parte de la tripulación.
Ellos serán los encargados de relatar los sinsabores del día a día, con sus alegrías y penas, pero los protagonistas y destinatarios de “este trabajo salvaje” son los refugiados. Gutiérrez saluda al carpintero, aquejado de un molesto lumbago. Le da unas breves indicaciones mientras se dirige a estribor, para explicar por dónde subirán las personas rescatadas de las pateras. Lo harán por un lado del costado en el que se puede leer pintado con rotulador rojo “paso”. Una vez a bordo, serán atendidos de estribor a babor para acabar en popa.
enfermería En primera instancia, pasarán por la enfermería, donde los sanitarios realizarán el triaje, el método de clasificación de pacientes empleado en la medicina de emergencias y desastres. Es una de las partes del barco sometidas a reforma estos días. Miguel Jiménez, técnico en calderería, utiliza el soplete para acoplar el tambucho, el acceso a las bodegas en las que se alojarán mujeres y niños “para que estén más tranquilos”. “Ha habido que cambiar la escotilla por la que en otro tiempo se introducía el pescado por otra zona de apertura en la que van a alojarse personas. Hemos hecho innumerables trabajos de reforma de otros barcos, pero esta es la primera vez que lo hacemos en uno con fines humanitarios. Por eso hay que cuidar mucho los detalles. No se puede dejar la más mínima esquina sin pulir. Solo nos faltaba que se hicieran cortes o sufrieran daños añadidos después de semejante experiencia”. Jiménez, de 57 años, explica todo ello junto a su compañero de faena, Endika Carretero. Ambos señalan los antiguos viveros de pesca que han sido convertidos en depósitos de agua dulce.
El recorrido prosigue a babor, donde Txomin Plaza lleva 20 días haciendo trabajos de soldadura para acondicionar las duchas y baños. Tras escapar del horror, es habitual que los refugiados lleguen impregnados de combustible, salitre y los orines que se acumulan en la patera. Esta mezcolanza genera sosa cáustica, que les quema, por lo que resulta la higiene y una ducha reparadora resultan vitales
De ahí serán trasladados a popa. Nos dirigimos a ese punto mientras el ingeniero naval Ander Lasa explica que una de las mayores complicaciones es cumplir con “la normativa tan exigente, al pasar de ser un buque pesquero a un mercante”.
El barco tiene capacidad de navegación para 150 personas. En la popa se encuentra Jon García Andonegi, de 54 años, un voluntario veterano que acumula varias misiones similares a sus espaldas. La cocina, que está siendo ampliada, está ubicada estratégicamente en el lugar donde permanecerán los rescatados hasta tocar tierra. García es uno de los cocineros. Conoce de primera mano la angustia que traen dibujada en el rostro estas personas. “La mayor parte de ellas, cuando suben a bordo y ven que no somos un barco libio, lo primero que hacen es abrazarte. Se les cambia la cara. Llevan días sin comer, y a nada que les ofrezcas algo, simplemente un botellín de agua, te lo agradecen infinitamente”.
No deja García de limpiar una de las paredes de la antigua cocina mientras explica que, en esas breves charlas, poco después del rescate, estas almas en pena dan rienda suelta a un relato inenarrable. “Vienen de un infierno. Es brutal el odio que se tiene en Libia a la gente de color. Los venden, los sodomizan? Buena parte de las mujeres que atendemos están embarazadas tras sufrir una violación”. Hay días que discurren sin mayores contratiempos. Pero conoce del mismo modo que, cuando uno menos se lo espera, comienzan a aparecer pateras, una tras otra, y uno se olvida del puchero de garbanzos que está preparando porque por encima de todo está echar una mano para salvar el mayor número de vidas. “Ahí sí que todos tenemos que trabajar a una dando el callo”.