Bilbao – Después de El rey de Picas (2021) y Heroína (2023), esta nueva entrega, que acaba de presentar su tercera edición, se centra en un traficante colombiano que se propone formar un grupo criminal en Bilbao calcando a los capos de Sudamérica.
¿Es la sociedad consciente de la droga que hay?
—La gente no lo sabe. Al no haber una denuncia detrás, no tenemos realmente conocimiento. Si dedicas mucho esfuerzo a investigar, te das cuenta de que hay mucha droga, pero la gente no tiene conciencia. Cuando hacemos estadísticas nos basamos directamente en el número de detenidos y de ocupaciones que hay. Pero claro, si este año he tenido un éxito policial, como hicimos el año pasado, 600 kilos de cocaína, ahora vamos a romper la estadística. Imagínate que el año que viene solo pillamos 100 y decimos que lo tenemos reconducido. No. Simplemente nos hemos dedicado a incautar otro tipo de drogas o hemos tenido menos suerte, eso no quiere decir que haya menos droga.
En el libro apunta que no es una lucha de los policías contra todos.
—Entiendo que es la única manera que tenemos para luchar de una forma efectiva. Como siempre digo, tenemos que dedicarle más recursos a la información para los jóvenes, darles mucha educación e información sobre las drogas y luego ser exigentes todos, desde la policía, los jueces y los políticos, que son los que nos dirigen a nivel de modificar leyes, y luego la sociedad para intentar suavizar el problema que están generando las drogas. Estamos viendo solamente el principio, este número de personas que se están iniciando en el consumo de drogas nos va a generar un problema importante dentro de un par de décadas. Sobre todo, lo va a soportar nuestro sistema de salud.
¿Cuánto hay en su libro de hechos reales y cuánto de ficción?
—En la parte en la que hablo de drogas, el 90% es real porque lo único que cambio son los nombres, alguna vez alguna ubicación, algún lugar. Las fechas también las cambio por intentar hacer un orden cronológico de la novela, porque si no, la gente se volvería loca y no la entendería, pero lo demás generalmente es real. En ocasiones lo que hago con el malo es una especie de trozos de malos porque no quiero que nadie diga “ese tío soy yo”.
Zipi y Zape, Setter... ¿Qué significado tienen para Hermelo Molero?
—Todo. Son mis compañeros, son motes reales. La gente que trabaja en mi grupo, por ejemplo Setter, lleva conmigo veintitantos años, es el que más me aguanta. Son personas reales y son motes con los que nos llamamos en nuestro día a día. Lo tenemos muy naturalizado y lo hacemos también con el motivo de que cuando estamos delante de, por ejemplo un detenido, salga de forma natural. Si te entrenas para solo decir esos motes en un momento oportuno puedes decir su nombre real. En cambio, si lo tienes naturalizado y lo llevas haciendo durante años, te sale normal.
Al principio del libro se intercepta una llamada Colombia-Bilbao. ¿De cuántas formas ha escuchado que llaman a la droga?
—No te haces una idea de la cantidad de maneras que pueden llamar a la cocaína. A nivel policial cuando hablamos de kilos son ladrillos, por la forma. Pero, sobre todo los colombianos, que si camisa, coche, franelas... Tienen muchas maneras pero la que más utilizan son camisas, que es como ellos también llaman a las camisas.
¿Cuántos narcotraficantes hay en Euskadi?
—A nivel periodístico hay cientos, pero yo intento hacer una diferenciación. Yo llamo narcotraficante a una persona que además de estar integrada en una organización criminal tiene capacidad para importar desde el exterior el tipo de droga que maneja. Si hablamos por ejemplo de la cocaína, creo que en Euskadi podemos tener una media docena de personas que tienen esa capacidad de importar directamente desde Sudamérica. Si hablamos de hachís, subiríamos bastante más y si hablamos de anfetamina, nos iríamos por lo menos igual a una treintena.
¿Es el speed un problema?
—Está tan barato que ahora, los que menos dinero tienen pueden comprar un gramo. Pero los que tienen un consumo habitual lo que compran son cinco porque no es una inversión muy importante de dinero. Y claro, cuando comparas que el precio de un cubata es el mismo que el de un gramo de speed es muy preocupante.
¿Cómo se sube ese precio?
—La única manera que tenemos es atacándoles. Si ocupamos mucha droga, hay menos en el mercado y entonces tienen que subir el precio. Y al subirlo alejamos a los jóvenes. La gente piensa que solo quiero subir el precio de la droga. Lo quiero hacer porque el que consume tiene una cantidad determinada para gastarse. Si le subes el precio, va a comprar menos cantidad y encima lo alejamos de los jóvenes. Si se te pone el cubata a 30 euros y tienes 50 euros, pues consumes uno. Si te lo ponen a 5 euros, te puedes llevar 10.
Al estar más barata se entiende que hay más en el mercado.
—El precio nos marca la facilidad que tienen las bandas organizadas de introducirla. Cuando es muy complicado, porque hay mucha presión policial, lo que automáticamente vamos a ver es una subida de precio y la llegada de otro tipo de drogas más baratas al mercado. Eso es lo que le ha pasado a los americanos con el fentanilo. Desaparece la heroína, o hay muy poca, y automáticamente entra un sustituto. Pero eso no se puede hacer con todas la drogas. No hay ningún sustituto para la cocaína, pero ahora mismo está muy barata.
¿Cómo lleva todo eso al papel?
—Para escribir necesito aburrirme porque si estoy trabajando no puedo, no me da la cabeza. Tengo bastante con lo que tengo en mi cabeza como para escribir. Con lo cual, necesito cogerme unos días de vacaciones para irme fuera de Bilbao, aburrirme y entonces es cuando me puedo poner a pensar en la siguiente trama.
Publicó en 2021 el primero, en 2023 el segundo, en 2025 el tercero. ¿Llegará una nueva entrega en 2027?
—Mi intención es seguir escribiendo pero va a ser mi despedida como policía en activo. Mi intención es escribirla durante este año 25, el 26 pulirla y el 27, intentar publicarla. Ese es el plan, luego ya veremos.