Cayó la joya de la corona y se veía venir. Desde fuera, y desde hace meses, había poca duda de que Fagor Electrodomésticos había pasado de ser un negocio a ser un problema. Sucede hasta en las mejores empresas en tiempos de crisis. Pero no es una marca cualquiera, es la matriz de un grupo que ahora sabemos que es solidario, sí, pero no a cualquier precio.
No me ha sorprendido la escasa capacidad de reacción, ni de Fagor ni del Grupo Mondragon, en el plano comunicativo. Ha sido un desastre. Y en el caos de las últimas semanas, ese desastre ha contribuido a extender la sensación de que la nave estaba desgobernada. El Gobierno pasa de ser prestamista a ser acreedor, las entidades financieras estaban vestidas de gris, que es el traje propio de quien quiere cobrar sin ruido, y los socios del MCC aguantaban la respiración antes de la puntilla final. El último cruce de comunicados, que deberían ser clarificadores, han terminado de enmarañar aún más el futuro.
No comparto el titular grueso: MCC deja caer Fagor. Me gusta más algo así como Fagor se suicida. Ya sé que es muy duro para los cooperativistas y empleados, pero los socios no pueden esquivar su responsabilidad. Ellos son propietarios de un negocio, se supone que con mecanismos suficientes para regir los destinos de la empresa y, al menos, para controlar lo que hacían los que decidían por su nombre. Una manifestación por Arrasate está bien si se trata de un desahogo, pero no deja de ser una "automanifestación". Tampoco la entiendo si se trata de pedir que otros, MCC o las instituciones, sean las que actúen de salvavidas.
La nota de MCC tiene algo de épico y mucho de utópico. Viene a decir que Fagor es como el hijo drogadicto y descarriado al que se le dice que se acabó. Se le ha dado dinero para que se pinche en la esquina y no le vean los vecinos, se ha llevado el reloj del abuelo y el colgante de su madre, ha rebuscado hasta en la hucha de su hermano menor... dos veces le llevaron a Proyecto Hombre y dos veces se escapó; y al final, el crédito se acabó. En los humanos, sale mejor. Es cuestión de no desfallecer y dejarse aconsejar.
Esa es la parte épica. La otra remite al socialismo utópico en versión del siglo XXI. El Grupo pone la carne en el asador a la hora de explicar sus mecanismos solidarios que salvarán a parte de los socios cooperativistas de Fagor. Dinero, dicen, ha habido y lo habrá si se trata de ayudar a esas personas. Pero tonterías, las justas. Acabada la firma enseña, queda el barco.
Los capitanes, poco dados a explicaciones, se han explayado a la hora de poner el acento en que cada cual atiende a lo suyo, que aunque hablamos genéricamente de "grupo", es mejor hilar fino hablar de "corporación" o, como oportunamente recordaba Adrián Celaya, de "experiencia cooperativa". Lo que ha fallado en Fagor puede fallar en cualquiera de las marcas del grupo. Pero no por ser cooperativa, sino más bien porque ha bordeado el límite más allá de esa "experiencia". Intuyo que este final, empezando por Polonia y acabando por Euskadi, tiene mucho que ver con la pérdida del espíritu con el que Arizmediarreta puso en marcha el sistema.
A mí estas notas de prensa que las firman todos y nadie a la vez me dan que pensar. Me pregunto, de entrada, si los socios del resto de cooperativas dan por buena la explicación; o si algunas asambleas de las cooperativas del grupo han decidido alguna decisión que no pasa exactamente por el "buenismo" que transmite la declaración de intenciones. De la Corporación y de la propia Fagor.
Si queremos un modelo cooperativo, con derechos y obligaciones inherentes a ese tipo de empresa, habrá que ser consecuentes. Esto significa tomar decisiones a pie de asamblea, sobre todo cuando la cosa se complica, suscribir compromisos, aceptar mecanismos de solidaridad que escapan a la lógica del mercado en el que se compite, vetar crecimientos que burlen ese control societario, bajarse sueldos y repartir beneficios según toque, aumentar o disminuir la jornada laboral en atención a la demanda, destinar recursos a fondos comunes que garanticen la continuidad del negocio, etc. Es decir, asumir riesgos.
El cierre de Fagor es un varapalo, desde luego. Me pregunto cuánto capital humano en forma de ingenieros muy bien preparados, manufactureros de primera, comerciales, personal de mantenimiento, trabajadores de empresas auxiliares, tasqueros de menú del día o repartidores se quedan colgados de la brocha de un día para otro. Ellos eran Fagor. Merecen ayuda. Pero ya que vamos a pasar el mal trago, hagamos que la resaca sirva para mejorar lo que ha demostrado ser muy mejorable.