Donostia. El colectivo solo despierta interés cuando surge alguna queja vecinal. Por lo demás, dicen de ellos, restan lustre a las calles con esa estampa de mendicidad de posguerra. Procedido el desalojo de turno, acabado el problema. Esa es la teoría, pero lo cierto es que la población rumana gitana continúa diseminada en el territorio y su presencia atesora ya en Gipuzkoa cierto largo recorrido. Así lo constata el equipo de mediación de calle que trabaja para el Ayuntamiento de Donostia: desde hace más de un lustro, un centenar de rumanos, casi todos ellos analfabetos y sometidos a un constante trasiego, han convertido la chatarra y la mendicidad en un modo de vida en el territorio.

Son actividades marginales que, por extraño que resulte, les procuran suculentos recursos. Al menos, suficientes para garantizar su manutención y enviar dinero a Blaj y Tatarlaua, las dos poblaciones rumanas de las que procede el grueso colectivo, donde todos tienen una vivienda, por modesta que sea. Así lo ha podido constatar el Servicio de Inserción Social del Consistorio donostiarra tras ponerse en contacto con representantes institucionales de estas localidades. Aquella toma de contacto permitió conocer que estas personas huyen de una situación de marginalidad que nace en las entrañas de su infancia.

A Gipuzkoa comenzaron a llegar a cuentagotas hacia 2005. Todavía no pertenecían a la UE, lo hacían como turistas, y al cabo de tres meses regresaban a su país hasta renovar de nuevo el permiso. A diferencia de otros colectivos, los rumanos siempre han sido muy escrupulosos con el cumplimiento del periodo de estancia en otros países, ya que están expuestos a sanciones muy severas en su lugar de origen.

Lo curioso del asunto es que desde el 1 de enero de 2007, cuando el país pasó a integrarse como miembro de la Unión Europea, con los mismos derechos y obligaciones que cualquier otro país, el esquema de funcionamiento se ha seguido manteniendo de un modo similar al periodo anterior. "No es una población que se haya ido de su país para siempre, para emigrar. Su actividad aquí responde a estrategias económicas, y el periodo de estancia siempre está supeditado al logro de sus objetivos", explica Iñigo Estomba, jefe del Servicio de Inserción Social del Ayuntamiento de Donostia.

Es cierto que desde ese año, su presencia fue más notoria en Gipuzkoa, y no es extraño que todo ello coincidiera con la ocupación del antiguo centro de formación profesional de Martutene, un centenar de almas en pena que posteriormente tomaron el pabellón industrial de Azkar, en Hernani. La demolición de las instalaciones acabó con el enésimo cobijo. Han sido estos los dos asentamientos que han congregado a un mayor número de personas en el territorio. Desde el Ayuntamiento constatan ahora una presencia más diseminada de rumanos por toda Gipuzkoa, persuadidos de que, salvo un puñado de familias que han conseguido entrar en un piso de acogida, "casi todos duermen en la calle".

Por muy sórdido que pueda resultar, el negocio de la chatarra y la mendicidad es para este colectivo una suerte de empleo. Así lo observa, Adriana Villalón, del equipo de mediación cultural del Consistorio donostiarra, que comenzó a trabar contacto con personas que recalaban al territorio, siempre renuentes a entrar en la red de servicios sociales. Sobre todo, aquellos jóvenes de entre 20 y 30 años con hijos en el país de origen que no se pueden permitir iniciar cursillos de formación porque buscan resultados inmediatos para obtener unos ingresos que enviar.

Funcionan como clanes familiares de dos unidades, entendidos estos por hombre y mujer. Generalmente, los pequeños se quedan con los abuelos o algún otro familiar en Rumania. El colectivo que reside desde hace casi una década en el territorio se ha mantenido estable. "Les conozco desde hace años, y las únicas caras nuevas son las de aquellos chavales que ya han crecido", asegura Villalón.

Todos ellos viven de la caridad. "Pidiendo limosna sacan dinero, sobre todo las mujeres. Las puertas de las panaderías suelen ser un buen lugar, y luego todo depende del talante de quien pida. Con la chatarra obtienen algunos materiales preciados, como cobre, que en Rumania ya no existen. Gracias a todo ello salen adelante", detalla la mediadora. Es habitual que al cabo de los meses, con los ingresos que obtienen regresen a su país para hacer una renovación en la casa, comprar algún animal o acudir al funeral de algún familiar.

Son estrategias que les funcionan, pero quizá sería más sólido pensar en las razones por las que se van de su país que por las que vienen. La constitución actual de Rumania, creada en 1991 tras la caída de Ceaucescu y reformada en 2003, provocó que cayera el bloque comunista, y con él la protección, pero no la marginación. Es cuando comienza una singladura que acabó conociendo también Gipuzkoa, un lugar seductor para estas personas por los altos precios que llegaban a pagarse por el cobre y la chatarra, ahora con una tendencia más a la baja.

Estomba reconoce que la mayor dificultad para trabajar con el colectivo pasa por definir el punto de partida. ¿Cómo explicarles que la mendicidad no es vista como una profesión, un modo de vida, al igual que el trapicheo con chatarra? Todo ello, unido a la inmediatez con la que persiguen hacerse con los ingresos, provoca que decidan funcionar de modo autosuficiente, alejados de la red de servicios existentes para los estratos sociales más desfavorecidos. De hecho, buena parte de ellos ni siquiera están empadronados, aunque cuando precisan de alguna atención sanitaria suelen ser atendidos en los servicios de urgencia sin mayores contratiempos.