Ahora, la ómicron - Ya hay poco lugar para las dudas. Estamos donde hace apenas dos semanas no nos imaginábamos. O, en realidad, en un escenario peor. Ya no es solo que hayan subido los contagios y que empiece a notarse la presión en los hospitales. Por desgracia, eso irá a más, pero ahora también tenemos la constancia fehaciente de la existencia de una nueva variante del virus. La han llamado ómicron y el patrón de su difusión se parece como una gota de agua al de la delta, que todavía no acabamos de dejar de atrás. Primero un contagio en Europa, luego diez, y de golpe, 61 pasajeros de dos aviones procedentes de Sudáfrica que aterrizaron el viernes en Amsterdam. Es de cajón que son la punta de lanza de la séptima ola, mientras la sexta sigue en plena eclosión y, por lo que nos toca más de cerca, aún no ha dado signos de haber alcanzado el pico máximo. Vuelven a pintar bastos, pero parece que no nos damos por enterados. O solo un poquito.

Restricciones a la vista - Que sí, que muy bien por el pasaporte covid que ya se pide con la venia de Superior de Justicia en Navarra y que probablemente recibirá la bendición del Supremo en la CAV enmendando la plana a los magistrados locales y su vergonzante doctrina del karaoke. Pero solo con la exigencia del salvoconducto que demuestre que estamos inmunizados no será suficiente. Es mejor que nos entre en la cabeza que, siguiendo lo que vemos en Europa, en los próximos días habrá que ir tomando medidas más restrictivas. Quizá no el confinamiento en vivo de Austria ni el diferido de Portugal, pero seguramente sí nuevas reducciones de aforos y horarios y, casi por descontado, la suspensión de eventos que impliquen grandes concentraciones de gente. Adiós, sospecho, a Durangoko Azoka, Santo Tomás en Donostia y Bilbao, y a los mercados navideños. Adiós también, estaría por jurar, a las cenas de empresa y de cuadrilla programadas para las próximas semanas.

Sin ganas de cumplir- No imaginan cuánto me gustaría estar equivocado, pero todo hace indicar que hemos vuelto a las andadas. Pecamos de optimistas. Es verdad que con el concurso de las autoridades sanitarias, que dieron por finiquitada la pandemia antes de tiempo. Pero la realidad nos está desmintiendo. El único consuelo que nos queda es que hay un 90 por ciento de la población vacunada. Gracias a eso, la situación es preocupante pero no dramática. Aunque la solución se me antoja muy difícil. Me temo que la mayoría de las personas no están dispuestas a cumplir esta vez las restricciones.