- Comienzo a teclear estas líneas justo en el instante en que está convocado el encuentro de la mesa de crisis del pacto de gobierno entre PSOE y Unidas Podemos. Por tanto, desconozco su desenlace, aunque puedo imaginar el mensaje oficial. Será la enésima versión del clásico “Sin novedad, señora baronesa”. Prometo ruborizarme mucho si no es así, pero a fuerza de haber vivido como espectador un puñado de situaciones parecidas, no veo más opciones que aparentar que se templan gaitas. O, en este caso, el reconocimiento de las diferencias inmediatamente acompañado de la cantinela de rigor: el acuerdo está más fuerte que nunca. De hecho, eso es justo lo que juró (o sea, perjuró) el ministro Fernando Grande-Marlaska. Según el juez que ahora lleva el negociado de la porra, que nos toma por imbéciles, el encuentro no tenía nada de extraordinario. Pura rutina. “El estado de situación del Gobierno es más que satisfactorio”, añadió.

- Justo al mismo tiempo que el titular de Interior soltaba semejante trola, llegaba otra noticia. Podemos pedía la dimisión de la presidenta del Congreso de los Diputados, la socialista Meritxell Batet, por haber despojado de su escaño al ya exmorado Alberto Rodríguez. Buen rollito a tope. Con amigos así, quién necesita enemigos. Claro que eso era solo la guinda venenosa a la bronca que no ha dejado de crecer desde la semana pasada, la que tiene que ver con la promesa de la vicepresidenta Yolanda Díaz de derogar la reforma laboral de Rajoy ya pero ya y por las bravas. Lo viene repitiendo desde el viernes en cada sarao al que la invitan, igual el congreso de Comisiones Obreras, que una entrevista de aluvión o un bisnes en su Galicia natal con Núñez Feijóo. Empieza a parecer que se le han subido a la cabeza los efluvios de los halagos que recibe desde distintas banderías. Y su ungimiento como lideresa de la izquierda en marcha.

- ¿Qué dice Sánchez de todo esto? Pues, si hay que hacer caso a los que leen los posos de café, ayer echó un tercio a espadas a la presunta mala de esta película, la otra vicepresidenta Nadia Calviño. Vino a decir que lo que sea que haya que hacer respecto a la reforma laboral se hará de acuerdo con la patronal. Si eso fuera radicalmente cierto, el problema sería irresoluble. Una Díaz requeteempoderada no puede tragar. ¿Entonces, qué va a pasar? Sospecho que, al final, nada de nada. O sea, que alguien cederá aunque parecerá que no lo hace. Eso, o abrir la puerta a un Gobierno del PP apoyado por Vox.