- No seré yo precisamente quien afee que cada cual manifieste el amor a su patria, la que sea. Respeto los sentimientos de adhesión al terruño tanto como los de no adhesión o el amplio abanico que va de un extremo a otro. Lo que no me pueden pedir es que deje de señalar las descomunales incoherencias de los que pretenden que solo su nación, con o sin estado (aunque principalmente esto lo hacen quienes sí lo tienen), es digna de exaltación. Peor me lo ponen si, como ocurre en el 90% de los casos, estos tipos de vena inflamada sostienen que no son nacionalistas. Ahora mismo tendría pasta suficiente para salir en los papeles de Pandora si me hubieran dado un céntimo por cada vez que he escuchado en labios cavernarios que el nacionalismo español no existe.

- Para no existir, hay que ver cómo les sube la rojigualdina cuando el calendario señala el día de ayer, 12 de octubre. El próximo sábado, cuando esta página lleve por epígrafe La maraña mediática, les daré más detalles, pero anoto ahora algunas frases ebrias de patrioterismo hispanistaní cazadas al vuelo en los medios que sostienen la tesis de que los nacionalistas son los otros. “La inmensa mayoría de los españoles se emocionan al mirarla (la bandera) y la defenderán de los traidores, los ladrones, los terroristas, los separatistas y los analfabetos. Me temo que no puedo seguir porque intuyo que estoy definiendo al Gobierno” (Ussía). “Celebramos ser hijos de España, una gran nación decisiva en la configuración del mundo” (San Sebastián). “La Hispanidad es uno de los fenómenos globalizadores más exitosos que se haya conocido, y nuestra lengua común es una riqueza compartida por 600 millones de personas, la tercera más extendida en el mundo” (Pedro J.).

- Todas esas bravatas tuvieron representación gráfica en los diversos actos apologéticos de ayer. Desde la habitual parada militar en la Castellana (con la protocolaria pitada al presidente del gobierno socialcomunista) hasta los saraos folclóricos y cutresalchicheros que los más caspurientos del lugar convocaron en aquellos puntos del mapa peninsular donde España lleva rompiéndose ni se sabe cuánto tiempo. Todo bastante previsible y tan rancio -me da que esto no va a gustar a cuatro cinco lectores- como las contrarréplicas cansinas y sobreactuadas de los reinventores más que de la Historia, de ciertas historietas. Al final, son tales para cuales los creadores del pasado mitológico y los difusores de los potitos Bledine desmitificadores. Cuánta pereza todo.