- En la madrugada del sábado al domingo, una jarca de niñatos que se ponían hasta el culo de pimple a granel en Donostia se liaron a arrojar lo que tenían a mano a los operarios que colocaban las vallas para la primera jornada de la Bandera de La Concha. Como, por lo visto, no había aparecido ni la Ertzaintza ni la Guardia Municipal, los criajos sustituyeron a los uniformados por currelas de buzo como dianas para su entretenimiento de moda, jijí-jajá. Dos días atrás, en el primer juevintxo del nuevo curso en Iruñea, unos desalmados en edad universitaria bloquearon la entrada a un bar del Casco Viejo dejando encerrados a los sufridos camareros, que estaban limpiando el local y no los aceptaron como clientes. En otra taberna cercana, otros posadolescentes de pésimo beber volcaron las mesas ocupadas por clientes que se negaron a dejarlas libres para ellos.

- Son tres ejemplos, entre decenas, del problemón que tenemos encima y que, lamentablemente, irá a más en las próximas semanas porque ya se ha convertido en hábito y/o moda. A poco que se hayan detenido en la descripción de los hechos, comprobarán que se trata de actitudes egoístas y clasistas hasta la náusea. Las perpetran los señoritos del siglo XXI, que en este caso no necesariamente son hijos de las familias pudientes sino, en general, vástagos de ese magma que cabe en el cajón de sastre social que seguimos llamando clase media. Es probable que no naden en la opulencia, pero raro será que desde la cuna acá les haya faltado ningún capricho o que hayan recibido un triste rapapolvo en condiciones. Ni en casa ni esas aulas que emulan cada vez mejor a parques temáticos les han (les hemos, ¡ay!) preparado para hacer frente a la frustración.

- Lo facilón (y no digo que no haya casos) es explicar el fenómeno tirando de los comodines de la falta de perspectivas o de lo chungamente que lo han pasado en la pandemia. Con eso me temo que nos engañamos tanto como cuando pretendemos ver motivaciones políticas (que también es verdad que las ha habido en algunos episodios) como pauta general. Personalmente, si algo me desconcierta es que la mayoría de los protagonistas de estos actos vandálicos, incívicos e insolidarios pasan un kilo de la política y que tampoco responden al perfil de malotes violentos al uso. ¿Y entonces? Reconozco que no lo sé. De ahí mi enorme preocupación. Más, cuando veo que el asunto sirve también para alimentar la gresca política entre quienes deberían ser aliados para buscar una solución... si es que la hay.