andrés Suárez entró al escenario del Doka sin saludar y montó un papelón al estilo de las leyendas de rock, agitado, sobrepasado, cambiando constantemente de micro mientras interpretaba Que levante la mano y Te di vida y media, que sonaron más rabiosas que nunca ante un público desconcertado por lo que le pasaba al cantautor gallego, al que solo le faltó gritar a la gente que se marchara, que le dejaran solo, para que el suceso subiera ya a titular, aunque en realidad lo único que estaba haciendo es regalar un prometedor comienzo de crónica a este periodista, y de concierto a todos los presentes, alejándose del estereotipo del cantautor triste sentando desde el principio las bases de un concierto en el que sonó rock, folk y hasta Extremoduro. “Estoy bien, gracias. Me he liberado”, soltó con esa retranca gallega para que la gente resoplara el aire contenido. Y a partir de ahí, saludó, se mostró divertido, cercano, cariñoso y no paró de piropear a Donostia y sus gentes, a las gentes del norte, como él, mientras deslizaba sus temas de desamor como Necesitaba un vals para olvidarte, Ahora ya fue o Vuelve, que levantó los teléfonos móviles de la sala, nueva señal de que una actuación gusta tanto como para querer llevársela empaquetada a casa en forma de vídeo o cien mil fotografías. Como si los recuerdos ya no bastaran.
Y por allí fueron sonando otros temas conocidos y queridos: Ahí va la niña (esa deliciosa canción de los conciertos que finalmente se ha animado a vaciar en su último disco), No saben de ti, Voy a volver a quererte, Más de un 36, Si llueve en Sevilla? aunque fue después de cantar Luz de Pregonda, aquella que arranca con “Si tu madre supiera lo que haces de noche”, cuando nos confesó que este concierto era especial porque su señora madre, esa que le ha hecho feminista, estaba presente entre el público, que con la gira, que ha saltado por Perú y Argentina, hace tiempo que no ve a su criatura de 35 añazos, y Donostia le ha parecido un lugar idóneo para plantarse y recuperar besos y abrazos y decirle lo que dicen las madres. Que no diga tacos, por ejemplo. Y entonces sí, empezamos a creernos esos piropos dedicados al público, o a parte de él: que si es el mejor, que si el más respetuoso, que si haría aquí un dvd en directo.
Con Rosa y Manuel, en memoria de sus abuelos, pone voz al olvido del alzhéimer y confiesa el drama personal de su abuelo, ya fallecido, y, aunque se intenta autoconvencer de que es un tema alegre, el dolor le rompe, así que dos canciones más tarde se desahoga versionando a Extremoduro con Bribribliblí y So payaso en un dos en uno que es coreado por la sala con las mismas ganas que cualquiera de sus canciones, mientras sigue con sus cosas, sus canciones sin perder las formas, siempre tratando de usted a su público, ni un tuteo, oiga, agradeciendo los coros, los susurros, los rostros emocionados que se suman a Imagínanos o Desamiga, que recuerda a las parejas abrazadas y a los que han ido solos que duele más un desamigo que un desamor, y cuando nos queremos dar cuenta ese señor al que la puerta de un lavabo ha llamado caballero se despide de este acústico con sabor a conciertazo con un No te quiero tanto, que como despedida duele, así que anuncia que en un rato firmará discos, libros y dará abrazos a quien quiera.
Pero deja las cosas claras, se va porque lo marcan los cánones, pero que está ahí al lado, que saldrá para los bises si la gente quiere. Y quiere. Y suena Tal vez te acuerdes de mí y se deshace del micrófono para cantar a capela La vi bailar flamenco y Te doy media noche, y lo recupera para que suene más fuerte Hace un año, El corazón me arde y ahora sí se despide pidiendo Perdón por los bailes, ese tema que llegó a cantar con Pablo Milanés y que hoy canta con todo Donostia o el pedacito de ciudad que se ha congregado en el Doka, a rebosar, que a esta hora duda de si los móviles habrán sido capaces de almacenar tantas emociones juntas. “No olvidaremos este concierto en la puta vida”, dice haciendo extensivo su agradecimiento. Nosotros tampoco. Qué orgullosa tiene que estar tu madre.