Amado por muchos y despreciado durante años por otros tantos, el Festival de la Canción de Eurovisión siempre ha levantado pasiones encontradas entre el mundo eurofan, que lo defiende a capa y espada, y ese sector aburrido y soso de la población que lo considera un gasto innecesario, o un certamen repleto de frikis y pactos políticos interesados y ocultos. Se nota, por cierto, que estos últimos dejaron de verlo (más o menos) cuando existía Yugoslavia y Sergio Dalma enmudeció a Europa con el inmortal Bailar pegados. El caso es que RTVE, siempre con el objetivo de congratular a la comunidad festivalera, lo ha intentado absolutamente todo con sus procesos de selección. Desde aquel Pasaporte a Dublín, hasta galas de fin de semana, Operaciones Triunfo, decisiones internas... Y ninguna de ellas llegó a cuajar tanto como lo ha hecho este 2022 la primera edición del Benidorm Fest. El festival que ha despertado, sin duda, olas de ilusión que no se veían desde hace veinte años. Cuando Rosa, con su Europe's living a celebration, paralizó a un país entero el 25 de mayo de 2002 en el escenario del Saku Suurhall de la capital de Estonia. Obtuvo la séptima posición, con 81 votos, ante 14,3 millones de espectadores. ¡Historia en mayúsculas!

Este 2022, el mágico pacto al que llegaron el pasado año RTVE, la ciudad de Benidorm y la Comunidad Valenciana ha dado sus frutos. Y con sobresaliente resultado. Basta con haber disfrutado de las tres galas para cerciorarse de que ha sido un espectáculo incontestable. En puesta en escena, decorados, realización, propuestas musicales y todas esas fantasías y noticias que se han generado en torno al certamen. También en audiencias: la gala final batió récords, con casi tres millones de espectadores que la siguieron de principio a fin (un 21% de share). Eurofans, público general y amantes de la música hemos mirado con atención a todo lo que sucedía en el Palacio de Deportes L'Ila. Y aunque cada uno con su favorita, servidor iba con Rigoberta Bandini, el común de los mortales ha sabido aplaudir el trabajo bien hecho y el resultado que ha configurado un gran programa de televisión.

Por ello, tanto odio y hate en redes sociales resultan incomprensibles. "Me he borrado Twitter por salud mental", admitía Chanel doce horas después de alzarse con el micrófono ganador. Un salvavidas necesario para abstraerse de la cantidad de mensajes repletos de insultos y faltas de respeto. Hay que estar muy podrido por dentro para soltar tanta mierda cuando los acontecimientos no se suceden como uno los espera (o desea). Por no hablar de que muchos de estos bocachanclas, generadores profesionales de rabia e inquina, son los mismos que hace solo un mes se rasgaban las vestiduras hablando del bullying que había soportado Verónica Forqué.