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Valles Pasiegos, un viaje al territorio más desconocido y peculiar de Cantabria

En intrincados valles del sur Cantabria vive un pueblo apartado, de costumbres ancestrales, que se caracteriza por su dependencia de los pastos, un dialecto lingüístico que sólo lo entienden ellos, y, sobre todo, una natural introversión. Son los Pasiegos

Valles Pasiegos, un viaje al territorio más desconocido y peculiar de CantabriaD.Ruiz del Valle y B.E.O.

En su propia tierra pasan por ser personas raras que nunca inician una conversación con desconocidos. Hay quien injustamente les aparta de la sociedad, como a los agotes del Baztan o a los maragatos de León, y que sobre sus espaldas cuelgan mil leyendas, posiblemente tantas como hemos podido escuchar a nuestros mayores en torno a las lamias vascas.

Los niños pasiegos maduran mucho antes que los de las ciudades, aunque también son mucho más reservados. Posiblemente sea consecuencia de crecer en una naturaleza agreste en la que los aperos de labranza de sus padres son los primeros juguetes, y los animales del corral sus compañeros más inmediatos. Poca conversación junto al lar y, si la hay, siempre girará en torno a los prados, las condiciones meteorológicas y el estado de preñez de la vaca.

Cualquier rincón se convierte en un refugio en los valles Pasiegos.

Prados de dos autonomías

No hay una unidad de criterios en cuanto al origen de los pobladores del Valle de Pas. Hay investigadores que apuntan al año 1011, cuando el conde Sancho de Castilla donó al monasterio burgalés de San Salvador de Oña un territorio poblado por pastores que vivían aislados en zonas montañosas. La documentación llega en el siglo XVIII cuando aparecen en el catastro de las Castillas que en 1752 llevó a cabo el Marqués de la Ensenada por orden real. En este registro se habla de la colonización de una zona montañosa que hoy está dividida políticamente entre Cantabria y el norte de Burgos, entre el Portillo de la Lunada y el Puerto de las Estacas de Trueba, con Espinosa de los Monteros como principal ciudad del entorno.

“El pasiego es un pueblo que se ha hecho a sí mismo por el modo de vida que ha tenido. Hay quien dice que los pasiegos son cántabros, tal vez por el hecho de que el Valle de Pas del que toman nombre está en Cantabria. Mi interés por conocer sus características nació del hecho de que considero que nosotros, los de Las Merindades, también somos cántabros”, me dice el investigador Daniel Ruiz del Valle.

Vivienda pasiega a pie de peña.

Esta división geográfica motiva a veces una cierta rivalidad entre los de un territorio y otro.Los cántabros argumentan que existen tres villas pasiegas: San Pedro del Romeral, a mitad de la ladera del Puerto del Escudo, la Vega de Pas y San Roque Riomiera, en la base del Puerto de la Lunada. Los burgaleses, sin embargo, hacen gala de que Espinosa de los Monteros, en su suelo y con los seis concejos de Bárcenas, Quintanilla, Berrueza, Quintana de los Prados, Santa Olalla y Para, es la capital pasiega por excelencia.

Ponen como ejemplo la presencia masiva de pasiegos de los rincones más apartados a los mercados que tienen lugar todos los martes, en los que ofrecen sus productos lácteos, especialmente mantequillas, sobaos y quesos de exquisita calidad. También está en suelo burgalés el puerto de La Mazorra, donde cada 5 de agosto se celebra la gran fiesta pasiega dedicada a Nuestra Señora de las Nieves.

Catre habilitado en refugio pasiego.

La yerba marca la pauta

“Los pasiegos que aún subsisten en estos valles en régimen pastoril tienen una vida muy severa, principalmente por la dureza del terreno. Baste decir que en Estacas de Trueba es donde más precipitaciones de lluvia se producen en la península. Sus casas y el payu o pajar están situados en la parte baja. Algunas viviendas se acomodan en el piso inmediatamente superior a los habitáculos del ganado para aprovechar su calor natural. El sistema de vida que siguen depende de la yerba. Cuando ésta se acaba suben a las brañizas o pastos de altura que están a unos cinco kilómetros, y allí sueltan el ganado. En junio bajan, siegan y almacenan la yerba. En julio vuelven a subir a la choza de la altura. La cosecha que hacen allí la meten en las cabañas, mientras las vacas se quedan paciendo en el monte. Es una época en la que los pasiegos no descansan ni un momento”, prosigue Daniel.

La alimentación de este pueblo ha dependido siempre de la propia producción casera. “Hubo un médico que, al poco de llegar a Espinosa de los Monteros para hacerse cargo de la atención sanitaria, empezó por hacer un análisis de la población a su cargo. Descubrió así que la mayor parte de la misma tenía los triglicéridos por las nubes, lo que asustó al galeno porque resultaba casi imposible la vida con aquellos niveles. Tras un estudio, descubrió que el metabolismo de este pueblo había evolucionado al tipo de alimentación que tenía, substancialmente a base de la carne del ganado y de los lácteos. Hubo también problemas de demografía y se casaban entre miembros de la propia familia. Hay un nombre familiar típicamente pasiego, Sainz de la Maza, que se repite constantemente, sin olvidar que también son pasiegos los apellidos Gutiérrez, Fernández, Guzmán, Peña, Porres…”, asegura Ruiz del Valle.

Detalle de un refugio pasiego en lo alto del valle

Un dialecto muy particular

Los encuentros entre pasiegos suelen darse preferentemente en los mercados del entorno. Les sirven para relacionarse no sólo económicamente, sino también socialmente, dialogando sobre la última producción y el pronóstico del tiempo, sus temas fundamentales de conversación. Hablan en su propio dialecto.

Las lenguas son vivas y van derivando, pero en el caso de estas gentes hay inclinaciones lingüísticas tremendas, que les sirven para entenderse entre ellos únicamente. No espere que un pasiego se le acerque de primeras con su tradicional ¿Qué pasa, hobre?, porque difícilmente se acercan a desconocidos dada su natural desconfianza. Son personas muy reservadas e introvertidas. Hay un chiste muy típico que los define en este sentido: Si te encuentras a un pasiego en un portal, qué crees que hace? Pues, nada, para que no sepas si sube o baja. Esto es literal, asegura Ruiz del Valle.

Industria o forraje

Tal vez, el lector se plantee: si las condiciones de vida son tan duras, ¿por qué no emigran? El sistema familiar no ha ayudado mucho. El hijo mayor era el que lo heredaba todo. El resto tenía que buscarse la vida ingresando en un convento o emigrando. Uno de los destinos más próximos fueron los cuatro altos hornos de la Real Fábrica de Artillería en La Cavada, a orillas del río Miera, y que tuvo una gran importancia histórica ya que desde allí se suministró todo tipo de armamento al reino de España.

Aquel emporio dio trabajo a muchísima gente de los alrededores hasta su cierre en 1835. También La Montañesa Textil, empresa que tuvo su sede en Riotuerto. Otros movimientos migratorios protagonizados por pasiegos tuvieron como destino la provincia de Zaragoza, no en vano fue considerada la capital de la alfalfa, yerba leguminosa que ellos conocían muy bien y les permitía hacer planes de futuro. Otro rumbo migratorio fue Logroño por semejantes razones. Iban donde conocían sus recursos.

“También trabajaron en la importante factoría de lino que hubo en Espinosa de los Monteros, que, por cierto, esquilmó nuestros montes haciendo desaparecer a casi todos los hayedos de la zona con la clara intención de crear claros y cultivar esta fibra vegetal con la que se confeccionaron las velas de la Armada Española a lo largo de siglos. Esta ciudad ha sido y es muy importante en el desarrollo de la vida pasiega”, matiza Ruiz del Valle.

La belleza de 'lo verde'

Desde el punto de vista del excursionista, los valles Pasiegos cumplen sobradamente con las exigencias del más exigente. Los recorridos por la montaña difícilmente podrán ofrecerle mayores atractivos al tiempo que le ayudarán a comprender la realidad cultural y social de una comunidad campesina adaptada a la ganadería trashumante de vacuno y acostumbrada a sobrevivir alternando sus viviendas habituales con las cabañas solitarias de los valles donde sus ocupantes defienden sus estómagos a base de cecina ahumada y tragos de vinazo. Nada ha cambiado en los últimos cinco siglos. Tampoco los tiempos: la mitad de año en el monte y el resto en la vivienda base.

La cabaña pasiega también tiene sus características. Generalmente, aunque el hombre de la casa lleva la iniciativa, son todos los miembros de la familia los que ayudan en las tareas. El ama de casa cuida del aspecto interno de las casas y del orden en el establo bajo la atenta mirada de las hijas. Ocupan el poco tiempo que les queda libre para ordeñar las vacas, limpiar la cuadra, enseñar a los más pequeños a atender el gallinero y preparar el tasajo a los hombres de la casa que se lanzarán al monte en tiempo de muda. La mujer no conoce otro programa desde que tenía uso de razón y se ha acomodado a él. ¿Qué otra cosa hay en el valle? ¿Para qué cambiar si siempre ha sido así?

La leche, el petróleo blanco

El máximo esplendor pasiego se produjo en la década de 1950, cuando se superó la guerra civil: suministraban la excelente leche de sus vacas a grandes marcas lecheras que se enorgullecían de proporcionar a sus clientes uno de los mejores productos salidos de los valles pasiegos. ¿Quién que haya vivido la época no recuerda aquellas típicas cacharras de aluminio que contenían lo que se dio en llamar el petróleo blanco? Todo fue muy bien durante una treintena de años hasta que las explotaciones intensivas y la introducción de las cámaras frigoríficas marcaron su decadencia.

Otro hito singular en la soledad de este pueblo fue la llegada de la televisión. Muchos, que no habían salido nunca de aquellos valles, descubrieron un mundo nuevo. Fue el gran milagro que vino a entretener en su soledad a un pueblo acostumbrado al frío y las condiciones extremas. 

Utensilios en el museo del sobao.

Los sobaos pasiegos

Antonia García Mozorro fue una pasiega corajuda que en los años de escasez del siglo pasado supo aprovechar el obrador de Joselín, su marido panadero, para comercializar los sobaos que hacía con su amiga Lucía y que tenían gran aceptación en la zona de Selaya. Amasaban con la harina castellana de estraperlo que les llegaba por insospechadas vías y el producto de su trabajo se ofrecía en los mercados. Era un dinerito que les venía muy bien. Lo que empezó siendo un atrevimiento cobró cuerpo y ya son tres las generaciones las que han mantenido un negocio floreciente. En un pequeño museo de la firma Joselín se cuenta el desarrollo de aquella aventura pasiega, hoy representativa de una industria casera.