Gaza y el tiempo detenido
Ahora, los bombardeos israelíes no son tan intensos, pero igualmente siguen provocando un goteo constante de víctimas mortales
Desde el pasado 10 de octubre, la tregua entre Israel y Hamás parece haber hecho que las espantosas noticias procedentes de la situación de los gazatíes en la Franja hayan cesado. No es así. Ahora, los bombardeos israelíes no son tan intensos, pero igualmente siguen provocando un goteo constante de víctimas mortales, 386, nada menos, de las cuales 70 eran niños. Peor aún, el futuro de esta población es muy incierto, no está ni mucho menos resuelto del todo y su situación puede empeorar y agravarse. Los magníficos planes trazados desde los cómodos despachos y salones van desde quienes quieren expulsarlos, sin mucho miramiento, a todos de su legítima tierra, a los que prometen una reconstrucción estupenda, se pasará página a los horrores vividos y los gazatíes podrán vivir, eligiendo el tipo de vivienda donde quieran habitar, como nunca lo han hecho antes. Se convertirá, según Trump, en una nueva costa dorada.
En todo caso, tal y como están desarrollándose las cosas, cualquiera de ellos, sobre todo los más grandilocuentes, son poco dignos de creer. Pues para ciertos organismos internacionales la preocupación sigue siendo que las condiciones de vida no han revertido, son igual de nefastas que antes del acuerdo. Unicef ha puesto el foco de atención en los niños. Elocuente. 9.300 niños han sido hospitalizados por desnutrición aguda. La ONG ha denunciado a Israel por continuar con sus políticas del hambre, impidiendo que entre el suministro de alimentos esenciales para la población de forma regular y generosa. A eso se le suma que durante meses, ha padecido una atroz carestía y que ya de por sí está muy debilitada. Por eso, los bebes que nacen pesan, en algunos casos, menos de un kilogramo, viéndose los efectos continuados de estas condiciones inhumanas en las madres. El hambre ha formado parte de los gazatíes y, como se puede observar, marcará indudablemente a la próxima generación de manera terrible e irremediable.
Tess Ingram, portavoz de Unicef, advertía de la precariedad existente, con una falta de alimentos y lugares de refugio y/o vivienda insuficientes (cada tormenta que cae sobre ellos es un calvario, ya que inundan sus improvisados alojamientos), tras haber dejado Israel el territorio de Gaza convertido en un mar de ruinas y escombros. De momento, la prisa que tiene Israel por ayudar o facilitar, al menos, la reconstrucción, y que los gazatíes retornen a cierta normalidad sigue siendo escasa o nula. De hecho, todavía Hamás deberá entregar las armas. Hasta entonces, la posibilidad de que se subsane esta cruda realidad es entre casi nula o nada. Una vez más, Israel penaliza a la población civil, no a los responsables de la masacre de los kibutz. Por lo tanto, lo que Tel Aviv persigue, y ya se ha indicado esto tantas veces que no debería sorprender a nadie, no es un acto de justicia, sino de venganza indiscriminada. De deleznable crimen.
Desde luego, Trump debería pasarse una temporadita en Gaza para comprobar de primera mano que su paz todavía no significa demasiado para sus habitantes. Podría acoger a muchos en la residencia presidencial de Mar-a-Lago para que se vayan acostumbrando al brillante porvenir que, según afirmaba, dispondrá para la Franja. Mientras, su amigo y aliado, el Gobierno de Netanyahu, actúa y comporta como si todavía estuviera en guerra y previera un resurgir de Hamás desde las sombras. Tristemente, del mismo modo, Hamás, indiferente al sufrimiento de su propia gente, ejerce su papel como si creyera que ha ganado esta batalla, a pesar de la inutilidad de lo que hizo y sobre todo de los miles de muertos palestinos. Pues no deja de ser responsable subsidiario de los efectos de la intervención israelí. Da la sensación de que el horror se ha instalado en la región como si importara más la fe (el fanatismo) que los propios seres humanos. Tan mal Hamás como Israel, lo mismo da uno que otro ante tanta falta de humanidad por ambas partes.
En cuanto a la situación cotidiana en la Franja, las noticias son poco halagüeñas. En lo que llevamos de mes de diciembre se ha contabilizado que han entrado en Gaza 140 camiones al día. Se necesita para atender de forma adecuada a sus habitantes no menos de 600 al día. Haciendo una simple resta queda claro que el déficit es enorme. En esta misma línea, Hamás señalaba que de los 36.000 camiones con ayuda que se habían prometido desde el alto el fuego, solo han llegado a Gaza 13.511… La OCHA (coordinadora humanitaria de la ONU) indica que todavía hay 1,3 millones de palestinos que requieren de ayuda urgente para pasar el crudo invierno, no solo porque esta llega con cuentagotas, a la vista está, sino porque en otros casos los israelíes impiden el acceso de material esencial como tiendas o palés para construir refugios. Se auguran fuertes tormentas y a la falta de medios se le añade de otras infraestructuras básicas, lo que pueden provocar, eso es lo que más se teme, ante a falta de drenaje y aguas saneadas, enfermedades graves o, peor aún, epidemias. Qué duda cabe que atender a sus habitantes no es una prioridad para Israel que actúa como lo ha hecho desde el principio de las hostilidades; como si Gaza fuese un nido de avispas. Mejor matarlas a todas, aunque eso implica a los seres inocentes que viven también en ella. Y, aun así, Hamás no ha sido aniquilado. El Ejército israelí vigila estrechamente todo lo que entra o sale de la Franja a su discreción de tal manera que ha prohibido la entrada de un suplemento esencial para atender la desnutrición, Pumply nut (es una pasta integrada por varios ingredientes calóricos y proteicos), que se ha vetado por considerarlo todo un “lujo” innecesario por llevar entre sus componentes crema de cacahuete.
Es la fría deshumanización del enemigo. De los niños que no tienen la culpa de nada de lo sucedido. Desde luego, si Trump quiere que su paz funcione ya puede crear ese dichoso cuerpo internacional que se encargue de gestionar la ayuda. De lo contrario, la agonía gazatí será todavía más desgarradora, más criminal e, incluso, más desaprensiva.
