Jesús Egiguren presentó el 27 de octubre en el Palacio de Miramar, con fanfarria y grandes aplausos, su libro Memorias Políticas. El infierno de la transición vasca. Reflexiones. El fin de ETA según ETA. Su idea fuerza es que” ETA murió en la cama y quedan secuelas”. Dice que hay mucho antiespañolismo en la sociedad vasca (Egiguren es de Aizarna y euskaldun y al parecer no se ha enterado del por qué) y se duele de no ver una bandera española en Gipuzkoa. Pues pronto no verá ikurriñas o quizás, y de vez en cuando verá furtivamente la ikurriña y la navarra junto a la Palestina.

Egiguren no ha respetado en sus memorias las normas del Oeste que impedían disparar contra el pianista. Nunca hemos sido su media naranja. Y nos pone a caldo, aunque no dejo de reconocer su trabajo para lograr el final de ETA, aunque según Andueza fue el único y el exclusivo merecedor de un reconocimiento institucional. En el prólogo del libro que escribí con Erkoreka Dos Familias Vascas dedicado a las figuras de Areilza y Aznar, Arzalluz habló de sus contactos con ETA a través de Areilza. Fue al final de los setenta según documentación que nos facilitó Gorka Agirre. Gorka Agirre, junto a Ollora y Egibar, llamados “los exploradores” por Javier Atutxa, hicieron su trabajo con ese mundo lo mismo que Josu Jon Imaz, Iñigo Urkullu y Joseba Zubia. Lo malo es que a diferencia de Egiguren no han escrito nada ni tienen un botafumeiro al lado que cuente la verdadera historia que diga la verdad, es decir que quien inició todo aquel largo proceso desde Txiberta, Azkarraga incluido, fue el PNV. Nos debería servir de lección pero pedir esto es como arar en el mar. Historia que no cuentas, historia que te cuentan.

Una nueva arepa Venezuela, tierra de bellas mujeres, tiene un impresionante historial en concursos de belleza, con 7 coronas de Miss Universo, 6 de Miss Mundo y varias más en Miss Internacional y Miss Tierra. Es una realidad y un hecho muy apreciado en aquel país, guste o no a las feministas. Digo esto porque cuando fue elegida la primera, Susana Duijm en 1955, los hermanos Álvarez quienes tenían una arepera en Sabana Grande de Caracas, orgullosos de la elección crearon una arepa con aguacate, pollo desmechado, cebolla picadita, mayonesa, cilantro y especias y la llamaron Reina Pepiada, algo así como la Reina Estupenda. Fue nuestra arepa estrella en la Txozna Venezuela en varios Alderdi Egunas.

Y cuento esta historia pues el venezolano es, afortunadamente, animoso, alegre, combativo e implicado en la defensa de la democracia en Venezuela y tras escuchar el discurso del presidente del Comité del Premio Nobel de la Paz, crearon en Oslo la Arepa Jorgen compuesta por salmón noruego, queso crema, eneldo o cebollino, alcaparras, sal y pimienta para celebrar la diversidad, el coraje y la libertad expresada por un noruego no equidistante en su importante discurso para justificar el Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado el pasado 10 de octubre. Y ni cortos ni perezosos en el icónico Gran Hotel Oslo la confeccionaron. Allí, en una habitación, colocaron su Budare (plancha circular de barro cocido) e hicieron más de mil para repartir a los venezola nos su arepa Jorgen.

JORGEN WATNE FRYDNES La ceremonia de entrega del Nobel de la Paz a María Corina Machado se convirtió en un acontecimiento moral de alcance universal. Pero, además, en una asunción de la causa de Venezuela como imperativo global.

Comentaba Beatriz Becerra que creía que Jorgen Watne Frydnes, presidente del Comité del Nobel, era un noruego impecable más. Un funcionario correcto, un nórdico en su nórdica comodidad. Pero me equivoqué de plano, porque en su discurso no hubo sino una deslumbrante claridad moral. Dijo que no existe democracia sin libertad. Dijo que el diálogo no puede ser una trampa diseñada para que gane tiempo la dictadura, que no se puede dialogar con quien hace del diálogo un arma de opresión. Dijo que el régimen chavista ha destruido los cimientos éticos del Estado venezolano. E interpeló a Maduro de frente, instándole a abandonar ya.

Resultó que asistíamos, atónitos, a un verdadero punto de inflexión. Era el día en que la dialogante y neutral Noruega renunciaba a encarnar el diálogo perverso, y asumía que la neutralidad también puede ser una forma de injusticia. El día en que denunciaba a cómplices y tarifados y sacudía de las solapas a los tibios. A través de pantallas gigantes, los venezolanos que abarrotaban la plaza del Ayuntamiento seguían el discurso bajo el cielo plomizo y frío de Oslo. Cuando Jørgen habló de la lucha por la libertad como un deber del mundo, no sólo del pueblo oprimido, hubo un silencio extraño, casi sagrado. Y luego un estallido que atravesó las paredes del sobrio salón rebosante de bromelias. Gritos. Llantos. Abrazos. La sensación colectiva de que estábamos oyendo por primera vez en décadas lo que siempre debió decirse. Me comeré éstas navidades una arepa Jorgen en su honor.

La guardia del partido

Quien sí lo hizo fue Jesús de Galindez, el Delegado vasco secuestrado y asesinado por Rafael Leónidas Trujillo, el sátrapa dominicano. En 1945, estando a punto de salir de Santo Domingo escribió un libro testimonial de lo que hicieron al inicio de la sublevación militar (18 de julio de 1936) en aquel Madrid de la confusión e improvisación esperando la llegada del ministro Irujo. Los Vascos en el Madrid sitiado lo editó Ekin de Buenos Aires y reeditó Txalaparta. Y leyendo este pasaje he encontrado por fin la calle donde estuvo el hotel Panamá donde se alojaban, en tiempos de la República, los diputados vascos en la Avda Pi y Margall. Llevaba tiempo buscando este dato. Es el guión de una película, Hotel Panamá, que no se hará porque es evidente que desde Cultura y desde el mundo de los guionistas no valoran aquella epopeya y sin embargo lo tiene todo. Juzguen ustedes:

“Los estudiantes y algunos jóvenes más, nos pusi¬mos desde un principio a las órdenes del Comité. De momento apenas si fuimos utilizados para escribir salvoconductos y abrir la puerta a las visitas; tarea prosaica y bien poco heroica en aquellos momentos, pero así fue. Más cuando Manuel de Irujo llegó a Madrid para hacerse cargo de su Ministerio, la situación cambió. Dada la inseguridad por entonces existente, nadie ignoraba –acaso tan solo Irujo lo ignoraba– que corría peligro. Aún era frecuente que los pacos fascistas tirotearan las calles aprovechando la oscuridad absoluta de las noches y la conmoción de las alarmas aéreas; por otra parte, algunos medios extremistas e incontrolados no comprendían que un “católico” fuese ministro.

Había que montar una guardia segura, ya que la oficial de Policía era incolora para nosotros. Y Ramón de Urtubi fue destacado al frente de cuatro abertzales más, tres pelotaris y uno boxeador, para acompañar a Irujo de día; mientras Félix de Igartua organizaba otro grupo de treinta voluntarios para turnarse montando guardia nocturna en el Hotel Panamá, diurna en el local del Comité, y realizar esporádicamente los servicios especiales que les encomendara el Partido Nacionalista Vasco. Porque, pasada la primera fase de salvoconductos nacionalistas, el Comité comenzaba a tutelar a todos los vascos de una manera más directa. Mi primer servicio de guardia, precisamente, fue el de custodiar la Pensión Monje, en la Gran Vía, cuyas dueñas eran abertzales y en la que habitaban varios vascos de todo matiz; habían sufrido un registro violento por parte de unos milicianos sin identificar, a consecuencia del cual desaparecieron tres huéspedes, uno de ellos vasco, y las buenas mujeres habían acudido aterradas al Comité en demanda de protección. La protección consistió en mandarnos a Eusebio de Ayerbe y a mí, armados de sendas makillas de la ezpata-dantza a falta de pistolas, para que montáramos guardia en la pensión; esta vigilancia se mantuvo durante varios días, a cargo de diversos miembros de la Guardia que se turnaban al anochecer. Pero esto fue una excepción en aquellos días, todavía no había llegado nuestra etapa heroica; ésa vendría más adelante. Por el momento nos contentábamos con ser unos burgueses aproletariados, sin corbata y con pantalón mil rayas de aldeano, que cumplían las órdenes del Comité lo más seriamente posible en medio de la trágica mascarada; tan sólo la boina, y un brazalete con la bandera vasca proclamaba nuestra condición. El servicio más importante lo constituía la Guardia en el Hotel Panamá, discreta y cómoda pensión instalada en la Avenida Pi y Margall número 16, donde habitualmente se hospedaban los diputados nacionalistas y en la que seguía habitando Irujo.

Montábamos tres turnos de guardia, el más importante de los cuales era el nocturno, ya que durante el día la escolta personal de Urtubi acompañaba al ministro. Y había que vernos, serios, serios, sin una mala pistola para mantener el tipo, presumiendo de milicianos al lado de algunos buenos ejemplares que se habían instalado gratis en el Hotel porque les había dado la gana. Aún los recuerdo: “El rojo”, “el patillas” y “el matacuras”, afamados pistoleros de la checa principal de Fomento, que se jactaban de haber despachado al otro mundo un número bastante respetable de los que llamaban fascistas y que disfrutaban de unas pistolas ametralladoras no menos respetables. Y me contaron que cuando Aguirre fue propuesto como ministro, los tres pusieron el grito en el cielo ante tamaña provocación, lo que no fue obstáculo para que al llegar el futuro lendakari le propusieran un genial proyecto de obras públicas: acababa de desbordarse un río valenciano, lo que detuvo a nuestros tres chequistas por espacio de varias horas en la carretera, la detención y la proximidad de todo un ministro de Obras Públicas les ani-maron, y en cuanto se sintieron a gusto le lanzaron la idea: “Por qué no construir dos paredes de ladrillos a uno y otro lado de cada río, ¿me comprendes camarada ministro?, así, por mucho que suba el río no hay peligro de que se desborde”.

La identidad propia se construye contando nuestras historias, y no las de otros, algo que no parece interesar mucho en Cultura. Una pena.