Una de las obras pictóricas más conocidas es El rapto de Europa por Zeus. El acuerdo suscrito entre la Comisión Europea y Donald Trump evoca esa obra, pintada por numerosos artistas. Que me perdone Zeus.

La política, según Maquiavelo, no es una cuestión de moralidad sino de pragmatismo y supervivencia. No hay que guiarse por la moral tradicional sino por la eficacia y prescindir de la virtud, llegando incluso a la crueldad si es menester. Continúa afirmando Maquiavelo que la importancia de la apariencia es crucial, al igual que el uso de la astucia.

No sé si Maquiavelo pensaba en los Borgia o, en un ejercicio de precognición, ya adivinaba el estilo de Trump. Ya se prescinde de la estética cuando el acuerdo se firma en un campo de golf del presidente de los Estados Unidos. En cuanto a la astucia, quizá sea un calificativo demasiado generoso. El sistema de negociación de Trump se basa en el desequilibrio. En materia arancelaria, se amenaza con el doble de lo que se pretende conseguir y, con la obsesión de optar por el mal menor, se acaba claudicando (si los aranceles son del 15% en vez del 30%, y sin reciprocidad, parece que se ha ganado la partida).

Trump tiene una ventaja: puede permitirse el lujo de dedicarse al trilerismo político. Si la contraparte no acepta sus propuestas o contrapropone otras equivalentes, amenaza con duplicar las primeras y así hasta el infinito, en un juego que, si fuera real, acabaría con el colapso de la economía mundial, empezando por la norteamericana. Por eso sigue negociando con el gigante chino (que detenta una buena parte de la deuda norteamericana) y con la India.

Los términos del acuerdo con Europa tampoco son claros. Se aprueba un 15% de arancel sobre los bienes que entran en EEUU y no se establecen aranceles recíprocos para los productos que llegan a Europa. Por si fuera poco, los europeos debemos comprar productos energéticos norteamericanos –basados en gas licuado o energía nuclear– que no solo son más caros, sino que tampoco necesitamos. El valor de estas adquisiciones debe alcanzar los 750.000 millones de dólares.

A lo anterior se debe añadir una inversión europea de 600.000 millones de dólares en armamento norteamericano, aumentando la dependencia y subordinación armamentística respecto a EEUU, justo en un momento en que las instituciones europeas habían decidido ser autónomas y autosuficientes en esta materia.

El acuerdo, por otra parte, está preñado de inconcreciones respecto a los aranceles –o no– de los productos agrícolas (acabamos de conocer que sí afectará a estos productos, provocando un grave daño a nuestro sector vitivinícola). Existen dudas sobre si afectará a determinados productos químicos, farmacéuticos o semiconductores. En todas estas materias nos encontramos con un curioso cruce de declaraciones entre Ursula von der Leyen y Trump sobre los propios términos y compromisos recíprocos del acuerdo.

Ya para los vascos, el acuerdo provoca un efecto lesivo que obliga a las instituciones vascas a prever consignaciones presupuestarias para apoyar a los sectores económicos que resulten perjudicados por los aranceles. Ya el Gobierno Vasco consideró esta fórmula para los aranceles del acero y el aluminio, que son del 50%.

Trump ha colado un gasto forzoso en su país, sobre todo en materia de energía y defensa, que redondea el negocio. “Trump calculó exactamente dónde está nuestro umbral de dolor”, como resume gráficamente un embajador europeo al Financial Times.

Si las negociaciones, mientras dure el trumpismo, se van a basar en soportar el umbral del dolor; si la táctica de Estados Unidos consiste en dividir sus negociaciones país a país para eludir una respuesta colectiva; si Europa va a seguir manifestando tan claramente su labilidad, nos espera un futuro incierto.

Existe otra circunstancia preocupante que parece estar adquiriendo consistencia: la instrucción de las autoridades norteamericanas de trasladar a EEUU factorías de empresas de ese país ubicadas en Europa. Debemos estar atentos a este fenómeno, que constituiría la antesala de la autarquía económica. Nosotros no tenemos la obligación de “make America great again”.