Con un ligero adelanto a la fecha prevista (en septiembre) las elecciones federales alemanas del próximo 23 de febrero presentan una serie de características específicas que bien merecen ser objeto de algunos comentarios. Si bien cuando el adelanto electoral no sobrepasa los seis meses (en el caso que nos ocupa se sitúa en ese límite) no puede afirmarse que se de realmente tal adelanto, lo cierto es que en Alemania, en particular, la regularidad electoral es completa y el adelanto electoral, incluso de unos pocos meses como es el caso, resulta excepcional. Prueba de ello es que desde 1990, en que tuvieron lugar las primeras elecciones tras la reunificación alemana, tan solo en una ocasión (en 2005 se adelantaron un año) no tuvieron lugar las elecciones, que además se realizan siempre en septiembre, tras finalizar la legislatura en el periodo cuatrienal para el que es elegido el Bundestag (la otra Cámara del Parlamento alemán, el Bundesrat, en el que tienen representación los Länder, no se elige en estas elecciones).

Es esta regularidad electoral un rasgo distintivo del sistema parlamentario alemán, como lo es así mismo el mecanismo constitucional que impide la disolución anticipada del parlamento por el gobierno, como ocurre en los demás sistemas parlamentarios, para convocar nuevas elecciones antes de que finalice la Legislatura. En Alemania la única vía para disolver el Bundestag y convocar elecciones anticipadas (aunque el anticipo sea tan solo de poco mas de seis meses como es el caso actual) es recurrir al subterfugio de la presentación de una cuestión de confianza para perderla deliberadamente y poder así convocar nuevas elecciones. Es lo que ha ocurrido ahora con el canciller Scholz, cuya perdida de confianza por el Bundestag, prevista de antemano, daba paso a su disolución por el presidente federal. Fue también el mecanismo utilizado en 2005 por el canciller Schröder para disolver el Bundestag y convocar anticipadamente nuevas elecciones, que en ese año dieron la victoria a Angela Merkel.

Pero mas allá de estas peculiaridades sobre la regularidad de las elecciones y de las legislaturas alemanas, que no deben ser ignoradas ya que ayudan a comprender el funcionamiento del sistema político alemán, interesa llamar la atención sobre los importantes cambios políticos que han tenido lugar en este último periodo en Alemania. En particular, por lo que se refiere a las novedades en su mapa político y, como consecuencia de ello, a la alteración en la correlación de fuerzas entre las principales formaciones políticas del sistema de partidos alemán, que últimamente viene experimentando transformaciones importantes. Muy especialmente, las relativas al peso creciente de la nueva derecha alternativa, representada por AfD (Alternativa para Alemania), que no solo ha conseguido, en pocos años, ocupar un espacio apreciable en el escenario político alemán sino que amenaza con convertirse, si no lo es ya, en una fuerza determinante estructuralmente en el sistema político alemán.

Resulta difícil en este momento, dado lo reciente de su irrupción, valorar debidamente el alcance y las repercusiones de este nuevo fenómeno político, aunque puede avanzarse ya que introduce un factor nuevo que va a tener importantes repercusiones, aun por determinar, en el desarrollo de la vida política alemana; y también de la europea dado el papel central que juega Alemania en la UE. En este marco, estas elecciones constituyen un buen termómetro para poder conocer con datos reales y directos la temperatura política de Alemania en el momento actual y, en particular, las dimensiones y el grado de implantación de este nuevo fenómeno político, que a día de hoy no deja de plantear una serie de interrogantes cuyas respuestas resultan, por el momento, muy inciertas. En especial, por lo que se refiere al impacto y los efectos que puede tener sobre los (des)equilibrios institucionales en el conjunto del sistema político alemán, en este momento en proceso de reconfiguración.

La irrupción con fuerza de este nuevo fenómeno, que por otra parte no cabe disociar de la ola del mismo signo que bajo formas diversas esta extendiéndose por toda Europa, no debe ocultarnos otros cambios que también se han producido en estos últimos años en el escenario político alemán (y europeo). El mas relevante desde la perspectiva de la evolución de la correlación de fuerzas, la reducción del espacio de las formaciones políticas de la izquierda en sus diversas versiones, desde la socialdemocracia clásica (SPD) hasta las integrantes del otro espacio de la izquierda –Die Linke y últimamente la lista BSW, fenómeno nuevo de difícil clasificación– que, de acuerdo con todas las encuestas van a obtener la representación parlamentaria mas baja de toda esta época en Alemania. Contrasta este debilitamiento de la izquierda, en cada uno de sus componentes y en su conjunto, con la firmeza de la CDU/CSU en la reafirmación de su liderazgo incontestable en el sistema político alemán (con el interrogante añadido en este momento de sus relaciones con la AfD en alza).

En este nuevo escenario político, que difiere sustancialmente del existente hasta ahora, cobra especial interés saber cual va a ser la coalición (o las posibles coaliciones) de gobierno tras las elecciones. No parece, según todos los sondeos, que una sola formación política (que solo puede ser la CDU/CSU) pueda formar gobierno en solitario, lo que obliga a formar una coalición de gobierno que reúna la mayoría parlamentaria suficiente para gobernar. Por otra parte, hay que tener presente que en Alemania la fórmula de gobierno habitual ha sido la de la coalición; que ha tenido diversas formas y componentes: desde la coalición semáforo –tripartito socialdemócrata, verde y liberal, que ha sido la de esta legislatura– hasta la gran coalición –cristianodemócratas y socialdemócratas, ensayada en mas de una ocasión– pasando por diversas coaliciones bipartitas –liberales con democristianos o socialdemócratas, o de estos últimos con los verdes–. Como puede verse, en Alemania los Gobiernos de coalición han sido la práctica habitual para garantizar la gobernabilidad y las mayorías parlamentarias estables.

El problema que se plantea ahora, como consecuencia de los cambios sobrevenidos en el mapa político alemán y, en particular, de la importante presencia de una formación política como AfD, es el de determinar que coalición de gobierno va a ser factible en el nuevo escenario político que se ha venido gestando en estos últimos años en Alemania y que va a tener plasmación efectiva en las elecciones federales del próximo 23 de febrero. No es descartable que asistamos a fórmulas de coalición inéditas, dados los cambios que se han producido en el sistema de partidos y en la correlación de fuerzas entre ellos; aunque ello dependerá de los resultados que arrojen las urnas y de la recomposición del mapa político alemán, que sí parece que va a experimentar cambios importantes que inevitablemente van a incidir de forma determinante en la configuración de las posibles coaliciones de gobierno y, asimismo, en la composición de las mayorías parlamentarias que las sustenten.

Mas que quien gane las elecciones y el número de votos y escaños que cada formación política obtenga el próximo 23-F, lo que realmente tiene interés desde el punto de vista político es saber que mayoría parlamentaria y que coalición de gobierno se va a formar tras estas elecciones. Y la orientación y las prioridades políticas que van a marcar el rumbo del nuevo Gobierno durante la próxima legislatura; de forma especial, en relación con cuestiones clave como es la posición ante el relanzamiento (y en que términos) del eje francoalemán, vital para el funcionamiento de la UE y cuya situación resulta incierta en el momento actual. Y así mismo, la posición a mantener, tanto por parte del ejecutivo alemán como por la UE, en la que el papel de Alemania es determinante, ante los importantes cambios producidos recientemente, muy especialmente en relación con el nuevo escenario generado por la irrupción del trumpismo, que nos afecta de forma decisiva a todos los europeos.

Para finalizar, conviene tener presente que, además de para los alemanes que obviamente son los mas directamente afectados por los resultados de sus propias elecciones, no cabe ignorar la incidencia que éstas puedan tener, sobre todo en esta coyuntura, en relación con el rumbo a seguir en este próximo periodo por la UE, de la que formamos parte y, por tanto, también somos receptores de sus efectos.