Aunque sabemos cuál será la reacción inmediata de Israel tras escucharlo (iracundo, lo más seguro), el informe que ha presentado Amnistía Internacional (AI) en la Haya ha sido demoledor. Concluye que el modo de actuar y proceder de Israel, fundamentalmente en estos últimos meses en su campaña militar en la Franja de Gaza, solo puede definirse de una manera: genocidio… de ahí que se inste tanto al Tribunal Internacional de Justicia de Naciones Unidas (TIJ) como al Tribunal Penal Internacional (TPI) a que actúen en consecuencia. Por eso, AI estima prioritario que todos los líderes presionen para “ponerle fin” cuanto antes al conflicto.
El informe ha sido el resultado de 14 meses de ardua y muy dura investigación, a tenor del contenido. Se ha recabado toda suerte de testimonios e informes, se han tomado fotografías al calor de los acontecimientos y también analizado imágenes por satélite. Y tras contrastar tales datos con la jurisprudencia precedente y los parámetros de la Convención para la Prevención y Sanción del Genocidio (1948), se ha considerado que Israel ha violado de una forma manifiesta tres marcos que recoge la Convención como totalmente prohibidos: matanzas, afección grave a la integridad física y mental de los civiles y someter a la población (en este caso, a los gazatíes, principalmente) a una situación que puede llevarla a su fin físico, ya sea de forma total o parcial.
En otras palabras, según Agnès Callamard, secretaria general de AI, tras la acción criminal e injustificada de Hamás contra Israel, la operación militar impulsada por el Ejército israelí solo ha cobrado una “intención genocida”. Si bien, la directora global de investigación de AI, Erika Guevara Rosas, matizaba que, en ocasiones, Israel ha relajado parte de esta presión, permitiendo, en su momento, la vacunación contra la polio (como consecuencia de la degradación de la vida en la Franja, no hay que olvidarlo, al haber estado ya erradicada), eso no impide valorar el conjunto del modo en el que han procedido las fuerzas armadas israelíes: desconsideración total y absoluta por la integridad y seguridad de la población civil, destrucción sistemática de todas las infraestructuras esenciales (luz, electricidad y red sanitaria, el 84%), arrasar con barrios y localidades enteras, forzar a los civiles a un desplazamiento constante (afectando casi al 90%) y crear falsas zonas de seguridad que han sido de forma reiterada bombardeadas; además de restringir de forma sistemática la entrada de ayuda humanitaria esencial para sostener a los cientos de miles de desplazados. A ese punto, incluso, se le puede añadir que Israel no ha dudado en criminalizar la UNRWA, el mayor organismo asistencial en Gaza para atender a los civiles (forzándola a renunciar a su labor) e intentar crear un cerrojo informativo para que nadie conozca el verdadero alcance de su destrucción. Por eso, las fotos por satélite son tan reveladoras, dejando observar desde el cielo la gran obra de demolición del Ejército hebreo.
Así y todo, Israel, lejos de hacer un balance autocrítico, ha insistido en que toda esta información y datos no son sino ataques antisemitas. Y cuando no ha tenido más remedio que admitir ciertos errores, siempre los ha acabado por justificar. Si mataba a civiles inocentes, siempre había un integrante de Hamás cerca; o las instalaciones donde moraban eran refugio de alguno. Sin darse cuenta, ellos mismos admitían su crimen. Jamás se debe anteponer ningún acto, por legítimo que sea, a la seguridad de gente indefensa. Para Guevara Rosas, “Israel podría haber hecho las cosas de otra manera, y no las hizo”.
Los datos del documento son por ello muy ilustrativos y es algo que ya se ha puesto en numerosas ocasiones de relieve: de las 40.717 muertes oficiales reconocidas, el 69% eran niños, mujeres y personas mayores. Únicamente el 30% eran hombres menores de 60 años, pero ni tan siquiera se tiene constancia de cuántos de ellos eran realmente activistas de Hamás. Pero aunque lo fueran en su totalidad, implica que prácticamente tres de cada cuatro fallecidos eran civiles inocentes. Si, tal y como afirmaba el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, su objetivo era aniquilar a Hamás, lo que ha quedado en evidencia es que han disparado de forma muy desacertada para conseguirlo. Sin inteligencia ni precisión, por mucho que haya conseguido descabezar, segando la vida de los principales líderes de la milicia yihadista.
En todo caso, el balance no puede ser más atroz, es inadmisible en porcentaje de bajas civiles que nos retrotraen, tristemente, a la SGM. Por si estos fríos datos no fueran pocos, el planteamiento discursivo de deshumanización de los gazatíes ha sido claro, es un signo identificativo de que no se han considerado para nada los padecimientos de la población. Como gravamen, el mismo informe recuerda que la situación de los territorios palestinos es anómala. Y que la ONU pidió hace un año que se pusiera fin a su ocupación ilegal, donde pendía la denuncia del apartheid a la que eran sometidos los palestinos en ellos.
AI reserva en el informe un apartado contra Hamás, considera que la forma de actuar del grupo el 7 de octubre de 2023 fue infame. Una brutalidad sin justificación posible. Por desgracia, han sido los civiles gazatíes los que han acabado llevándose la peor parte. No hay duda de que solo se puede afirmar que Israel se ha dejado llevar por un impulso de frustración, irracionalidad, odio visceral y cálculo político por parte del primer ministro israelí. Ha pasado de estar en la cuerda floja por su negligencia por no haber podido prever la acción de Hamás y líos con la justicia hebrea, a convertirse en el adalid de esta cruzada. Desde luego, tiene visos de cruzada, se mata y destruye de forma indiscriminada y salvaje. Para Guevara Rosas y Callamard, no solo hay que poner freno a este disparate, sino que la comunidad internacional debe actuar de forma inmediata para detenerlo. Y concluyen, el comportamiento de Israel no solo “vulnera la vida y la dignidad del pueblo palestino, sino la de todos los pueblos”.