En 2018, el Museo Naval de Donostia organizó una exposición titulada “La búsqueda de la felicidad. La aportación vasca a la independencia de EEUU”. En ella se recogió un hecho histórico de esos que, desgraciadamente, no son demasiado conocidos: John Adams, uno de los padres de la primera Constitución democrática del mundo, visitó Europa buscando modelos políticos en los que inspirarse. Entre mucha monarquía absolutista, encontró unas pocas “repúblicas democráticas” –así las definió–; de ellas, estudió los fueros vascos –en concreto los de Bizkaia– y los tomó como modelo de las instituciones que querían construir en unos Estados Unidos recién independizados. Hablamos de finales del siglo XVIII, mucho antes de que las monarquías españolas del XIX abolieran los fueros vascos con la excusa de que eran contrarios al ideal de igualitarismo liberal de un estado moderno. España, con una u otra excusa, siempre ha perseguido colonizarnos e igualarnos. Y cada vez que lo ha conseguido, ha traído retroceso en democracia y libertades.

Este primer párrafo viene a querer responder a varios artículos de opinión publicados recientemente por conspicuos catedráticos de la UPV y algún reputado miembro del Partido Socialista. Caricaturizan el legítimo derecho de Euskadi a un nuevo Estatus basado en los derechos históricos vascos, tachando estos derechos de reminiscencias de una “presunta independencia medieval”, de “categoría jurídica propia de la Edad Media” o de “oscura apelación que nos remite a un modelo del Antiguo Régimen”. Pero, a estas alturas, no vamos a ceder ante burdas parodias de nuestra maltratada historia. Para “Antiguo Régimen”, la Francia y la España que conoció Adams.

Hace unas semanas –días antes de la publicación de los artículos a los que nos hemos referido–, el PNV presentó dos mociones de carácter político durante el debate de Política General en Juntas Generales de Gipuzkoa. Esas mociones del PNV salieron adelante con el voto de EH Bildu: fueron aprobadas por 39 de 51 junteros. Y esto no es historia medieval, sino voluntad democrática presente.

En esas mociones, el PNV defendía el cumplimiento íntegro del Estatuto de Gernika y exigía que Euskadi sea reconocida como nación. Eso sí, una nación que no es un mero “concepto literario” –hemos leído que así la considera el PSE-, sino una nación de verdad y, por lo tanto, con derecho a decidir su futuro político. El PNV también expresaba la necesidad de un nuevo Estatus de relación con el Estado, basado en una relación bilateral construida sobre los derechos históricos vascos.

El texto de ambas mociones recoge, básicamente, el programa electoral con el que el PNV se presentó a las últimas elecciones al Parlamento Vasco. La novedad ha venido de que EH Bildu haya aceptado llamar “Euskadi” a nuestra nación. Y, sobre todo, de que EH Bildu haya llevado a las Juntas Generales de Bizkaia una iniciativa copiada de la de Gipuzkoa y derivada del programa electoral de EAJ-PNV.

Pero no quiero centrarme en lo anecdótico, sino en lo sustancial. Más allá de que los de siempre siguen negándose a aceptar el derecho a decidir del Pueblo Vasco y rechazando, por lo tanto, el principio democrático que lo sustenta, lo cierto es que tenemos un problema. Un problema que queda de manifiesto tras 45 años de incumplimiento del Estatuto de Gernika: aún hoy quedan 28 materias sin transferir.

El Estatuto sigue cojo porque los mismos que dicen defender el autogobierno vasco, los mismos que reivindican la validez del “pacto estatutario” en contraposición a lo que llaman “aventuras identitarias”, no lo han cumplido. Y a ese incumplimiento se suma la denominada “erosión silenciosa” –debería llamarse “erosión escandalosa”–, que consiste en desgastar el autogobierno mediante leyes básicas o sentencias del TC.

Resulta muy desalentador, además de contradictorio, el discurso que mantiene el Partido Socialista en esta materia. Es un hecho que Pedro Sánchez se ha comprometido en dos ocasiones a cumplir íntegramente el Estatuto para poder ser elegido presidente. Pero, a pesar de algunos avances, los famosos cronogramas han quedado muy inconclusos. Ahora, gracias al acuerdo de investidura firmado con el PNV, parece estar dispuesto a afrontar la tarea de transferir todas las materias pendientes. Y “todas” quiere decir todas.

Pero, frente a esos compromisos del presidente español y mientras el Gobierno Vasco se prepara para sentarse a negociar en la mesa bilateral, el secretario general del PSE se dedica a hacer declaraciones que van justo en sentido contrario. Andueza afirma que los socialistas “siempre han tenido voluntad política para completar todas las transferencias” –visto lo visto, una lánguida voluntad– y, a renglón seguido, añade cantidad de “peros” que desvirtúan esa supuesta voluntad.

La posición de Andueza resulta, como mínimo, muy desconcertante, además de centralista y paternalista. Debemos recordarle que el autogobierno vasco lo decidió, hace ya 45 años, un Pueblo Vasco que no acepta tutelas condescendientes de nadie.

A pesar de las dificultades, todos estos años nos han demostrado que el autogobierno vasco ha sido y es muy beneficioso para la ciudadanía vasca –no hay más que ver los resultados: la mitad de paro, mejores servicios públicos, niveles de pobreza y de desigualdad mucho menores, mayor inversión en I+D+i, mejores infraestructuras…–. Una gran mayoría de vascos y vascas somos conscientes de que eso es así. Y, además, tenemos conciencia nacional; es decir, reclamamos el derecho a decidir nuestro futuro político y el reconocimiento de nuestra capacidad para gobernarnos, al mismo nivel que cualquier otra realidad nacional. Y ese ha sido, precisamente, el objeto de la crítica más beligerante a las mociones aprobadas: el anhelo de un nuevo Estatus y, por supuesto, como siempre, el derecho a decidir del Pueblo Vasco.

En este punto, conviene hacer pedagogía sobre la necesidad de un nuevo Estatus. Y la razón principal es la que venimos apuntando: la constatación de que debemos salirnos del actual esquema porque no garantiza nuestro autogobierno.

El nuevo Estatus será una nueva fórmula de relación con el Estado: una relación no “bajo” España, sino “con” España. Una fórmula construida sobre la previsión constitucional-estatutaria de actualización de los derechos históricos de los territorios forales que conforman el Pueblo Vasco. Porque esos derechos históricos tienen en sí mismos suficiente fuerza interpretativa como para abrir la puerta a un modelo de autogobierno distinto y mejor.

Y hablamos de un nuevo modelo fundamentado siempre en la voluntad política de la ciudadanía vasca libre y democráticamente expresada. Porque este es el quid, el punto más importante de la cuestión que estamos tratando: entendemos que la única fuente de legitimidad de las decisiones de las instituciones representativas del Pueblo Vasco y el único límite a las mismas es la voluntad democrática de la ciudadanía vasca. Como decían aquellas palabras de Rafael Pikabea que el lehendakari Agirre hizo suyas, “será de Fuero, se ajustará a Fuero, será Foral, todo aquello que el pueblo implantase hoy por su voluntad. Sin que esté obligado a someterse a lo que fue voluntad del pueblo de ayer”.

Ese Estatus, fórmula de convivencia de buena vecindad con España, deberá ser refrendado por la ciudadanía en un nuevo ejercicio democrático de su derecho a decidir “sin implicar renuncia del Pueblo Vasco a los derechos que como tal le hubieran podido corresponder en virtud de su historia”, tal y como recoge el propio Estatuto de Gernika.

El nuevo Estatus será otro paso en un proceso gradual; y, como ha afirmado recientemente Arnaldo Otegi, “un proceso gradual exige perseverancia y capacidad de generar nuevas condiciones favorables”. En eso estamos de acuerdo; de hecho, en su recién estrenado “gradualismo”, EH Bildu también ha copiado al PNV. Pero esas palabras del que, previsiblemente, seguirá siendo coordinador general de EH Bildu distan mucho de aquellas otras dichas por él mismo en 2004, en el debate del Parlamento Vasco sobre el Nuevo Estatuto. Entonces se refirió así a la aceptación del Estatuto de Gernika 25 años antes: (el PNV) “pactó un estatuto, se dividió al país, se renunció a la solución, se renunció a la autodeterminación, y además de todo eso se le planteó (el Estatuto) a este pueblo, o, mejor dicho, a una parte de este pueblo, (dividido) en tres territorios”. Y seguía: “centenares de muertos, miles de represaliados, miles de presos políticos, miles de torturados son hoy el balance que se aceptó entonces como un balance natural”. Es difícil encontrar mejor ejemplo de cinismo. Y, como según cantaba Gardel “20 años no es nada”, resulta muy llamativo el contraste entre ambas posiciones.

Hoy, “centenares de muertos, miles de represaliados, miles de presos políticos, miles de torturados” –y un montón de años después–, el mismo Arnaldo Otegi aboga por “un proceso gradual que respete la voluntad de la ciudadanía en los tres ámbitos en los que se divide Euskal Herria”. Cuantísimo mejor habría sido todo, cuánto mejor le habría ido a este Pueblo si se hubieran puesto a copiar al PNV, no ahora, sino hace 45 años. Dicen que más vale tarde que nunca.

Burukide del EBB de EAJ-PNV. Portavoz en JJGG de Gipuzkoa