Tras conocer la prohibición del gobierno de Israel de la visita de António Guterres a Tel Aviv por considerarlo “asesino y amigo de violadores”, se produce un quebranto serio para analizar de forma mínimamente equilibrada el actual conflicto de Oriente Medio.

En este conflicto observamos relevantes aspectos de nuestras adormecidas sociedades y del maniqueísmo con el que se afrontan los problemas más graves que nos afectan.

En relación al Estado de Israel se invoca algo obvio, el derecho de Israel a defenderse y a existir, pero no se analizan los límites de estos postulados. El derecho de autodefensa es dudoso que incluya la invasión de un país soberano como el Líbano, el exterminio en Gaza de quince mil niños, el bombardeo a ciudades como Beirut donde mueren militantes de Hizbulá y personas ajenas a esta organización.

No es discutible el derecho a existir de Israel pero su gobierno ha encontrado una ventana de oportunidad para imponer lo que sus ministros más radicales, defensores de la llamada sexta columna, denominan nuevo orden. La oportunidad para estos personajes es única, Estados Unidos neutralizado por sus elecciones y el poder de los lobbies judíos, una Europa fragmentada en unos casos como en Alemania por el peso de su historia y en el caso de los demás estados europeos meras declaraciones retóricas o frases hechas, que no inoportuna a Israel.

Las agresiones de Irán y las réplicas de Israel, a tenor de la información que sutilmente se desliza, casi parecen formar parte de un enfrentamiento pactado en el que los límites de los daños causados no se pueden trascender. Existe más que aparente autocontención en ambos actores y parecen destinar sus acciones al consumo interno de sus propias sociedades.

Nos encontramos con un gobierno iraní debilitado, con una sociedad fraccionada y que no concita el apoyo de la mayoría de los países árabes, particularmente de los de religión sunita. Una sociedad en Israel que observa con incredulidad cómo su gobierno se ha olvidado de los rehenes capturados hace casi un año y dan por fatalmente resuelta la operación que pretendidamente justificó la invasión de Gaza.

El nuevo orden, que para algunos miembros del gobierno tiene que ver con el Antiguo Testamento que indica que se trata de recuperar la antigua tierra prometida, basta observar las declaraciones de algunos ministros parafraseando la Torá y su invocación de “Yo soy Jehová, el Dios de Abraham, tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia”.

De lo que se trata es de conseguir un estado de Israel que desde el mar de Gaza llegue al río Litani sobrando los palestinos en este territorio. Por cierto, el rio Litani es la principal fuente de agua del sur de Líbano.

El conflicto posee escasos componentes religiosos y muchos componentes geoestratégicos. La irrelevancia del componente religioso se observa en que Irán, país chiita apoya a una organización sunita como Hamás y como Hizbulá ha pactado con presidentes de religión cristiana maronita en el Líbano.

El juego, en el que los perdedores van a ser de nuevo los palestinos, consiste en evitar una guerra regional que dificulte el uso del Estrecho de Ormuz para el transporte de petróleo a los países occidentales, ya que este puede ser fácilmente controlado por Irán y el mantenimiento de un estado prooccidental como Israel que con su poderío militar pueda garantizar los negocios de los Emiratos Árabes, de países como Jordania o Egipto o Arabia Saudí que nutren de energía al mundo occidental.

Los orígenes del Estado de Israel se remontan a 1947, tras la Segunda Guerra Mundial, año en que las Naciones Unidas acuerdan dividir el territorio palestino entre los judíos y los árabes. El 14 de mayo de 1948, David Ben-Gurión declara la independencia del nuevo estado de Israel, se concreta la propuesta de Theodor Herzl que abogaba por el establecimiento de un Estado judío en Palestina como solución al antisemitismo. Este pensador en su libro El Estado judío pensaba que la integración de los judíos en la sociedad cristiana era imposible.

Desde entonces se han producido numerosos conflictos árabe-israelíes: 1956: la crisis de Suez (guerra del Sinaí); 1967: la guerra de los Seis Días; 1973: la guerra de Yom Kipur (guerra de octubre); 1982: la primera guerra del Líbano; 2000-2005: la segunda intifada (intifada de Al-Aqsa); 2006: la segunda guerra del Líbano; así hasta la masacre de Hamás del 7 de octubre de 2023.

Estas guerras, ganadas siempre por Israel por su superioridad tecnológica y su mayor eficacia militar, han ido amplificando su territorio originario con nuevos desplazamientos de población palestina a los países limítrofes o a las zonas casi campos de concentración de los Acuerdos de Oslo por los que se crean Gaza y Cisjordania.

Las ampliaciones del territorio de Israel han sido acompañadas por la generalización de colonias. Existen en la actualidad alrededor de unos 337 asentamientos de colonos israelíes que se extienden actualmente por el territorio palestino de Jerusalén Este y Cisjordania. Todos ellos son considerados ilegales por la ONU y gran parte de la comunidad internacional, debido a que se sitúan más allá de los límites territoriales de Israel recogidos en el Acuerdo de Oslo, firmado por el Estado sionista y lo que después sería la Autoridad Nacional Palestina en 1993. Estos colonos son además ultraortodoxos en su concepción religiosa, militaristas al estar fuertemente armados y exonerados de participar en el Ejército de Israel y pagar impuestos. Constituyen una suerte de ejército paralelo que en el conflicto actual, entre otras acciones, ha impedido el paso de ayuda humanitaria a las poblaciones atacadas.

Todo lo afirmado pretende constituir una reflexión histórica sin prejuicios ni alineamientos de carácter ideológico con un conflicto tan permanente como complejo.

No se puede olvidar que el desencadenante de lo que ahora sucede fue la agresión de Hamás del 7 de octubre de 2023, pero todos los acontecimientos que se dan en esta zona tan desgraciada del mundo poseen componentes subyacentes que no se deben ignorar y que no auguran una convivencia pacífica de Israel con sus países vecinos y aún menos con el pueblo palestino.

Jurista