Joaquín García Roca, catedrático de la Universidad de Valencia, escribió hace ya algún tiempo, en el año 1999, una especie de dossier con unas reflexiones muy interesantes y sobre todo plenas de rabiosa actualidad sobre el “voluntariado” en general titulado La larga marcha del Voluntariado-The long running of volunteerism.

Por casualidades que no vienen demasiado a cuento, ha llegado a mis manos y lo he leído con manifiesta avidez. Pretendo resumir las claves, en mi opinión, más fundamentales de sus ideas. Se puede estar de acuerdo, o en desacuerdo, en diferentes grados e intensidades. Pero no por ello interesantes, novedosas y atractivas. Empecemos pues.

Entiende Joaquín García Roca, y así lo manifiesta, que “nos proponemos identificar los modelos actuales de voluntariado con las respectivas funciones y tareas que se le asignan y él mismo protagoniza, en el interior de los universos culturales vigentes, en diálogo con las oportunidades del momento y en confrontación con las ideologías a veces hegemónicas que dificultan, impiden o promueven su proceso de maduración. Identificaremos las matrices culturales que alimentan la acción voluntaria, mostraremos los procesos sociales que le confieren su legitimidad histórica y pleitearemos con las distintas interpretaciones ideológicas con el fin de lograr su acreditación social”. Utiliza palabras claves como voluntariado, ciudadanía, participación, solidaridad. Intuye como clave y necesario recuperar la policromía del voluntariado ya que es una operación tan necesaria como urgente para los voluntarios que no quieran convertirse en estatua de sal y para sus detractores, que desearían aparcarlo en un anticuario.

Considera que los itinerarios actuales de reconstrucción de la policromía nos remiten al debate cultural y a la crítica ideológica. Afirma que en las sociedades complejas no existe el voluntariado sino los voluntariados con un amplio entramado plural asociativo; tanto su identidad como sus tareas y funciones están vinculadas a los contextos culturales y a las demandas sociales; la riqueza del voluntariado está en ser una realidad relacional en permanente metamorfosis hacia una mayor complejidad.

Como institución moderna, está sometido al principio de diversificación continua que se sustancia en formas híbridas y variables. Su identidad, funciones y tareas, como entidad relacional, se configuran en torno a tres dinámicas: los procesos sociales, que le confieren su legitimidad histórica; las constelaciones culturales, que constituyen sus raíces éticas; y los factores ideológicos, que le otorgan su pluralismo interno. Los tres procesos marcan los modelos de la acción social voluntaria ya que, como cualquier otra realidad social, el voluntariado es un fenómeno histórico sometido a un incesante proceso de maduración.

Afirma que el voluntariado actual se ha ido creando como un complejo estrato geológico construido por materiales que proceden de distintas tradiciones y en el que coexisten, a la vez, sustancias de orígenes y características muy variadas; sus componentes proceden de una triple cultura que con frecuencia se superpone: la cultura de la ciudadanía, de la participación y de la solidaridad. La irrupción actual del voluntariado se inscribe en la tradición de la ciudadanía activa que le confiere una doble conquista: la constitución del individuo como una realidad autónoma y soberana, que decide libremente su propio compromiso; y la conciencia de gobernabilidad, que coloca en nuestras propias manos la gestión de nuestros asuntos.

A causa de lo primero, el voluntariado responde al ejercicio de la libertad: “yo quiero”; y nace como expresión de la voluntad de cooperar con los otros. Gracias a lo segundo, los voluntarios asumen su papel activo en la construcción de la sociedad. Existen voluntarios porque hay personas que son conscientes de su ciudadanía y ponen voluntad a la acción y acción a la voluntad. Su espacio natural es la profundización de las libertades individuales, el reconocimiento de los derechos de las personas y el desarrollo de la responsabilidad individual.

El resurgimiento actual del voluntariado incorpora igualmente elementos de la cultura de la participación, que asume dos convicciones claves: el valor de la implicación personal y la dignificación de las propias capacidades. La cultura de la participación ha aportado la convicción sustantiva de que los ciudadanos no sólo tienen problemas, sino que también tienen soluciones; no sólo tienen demandas que dirigen hacia fuera del grupo, sino que producen también respuestas.

Existen voluntarios porque hay ciudadanos que se han tomado en serio su derecho a participar organizadamente en la vida de las instituciones y en los procesos colectivos; este impulso cristaliza, de este modo, en movimientos sociales, en organizaciones barriales, en asociaciones de defensa de la naturaleza, etc.

El voluntariado actual, en su mayor parte, no es traído por cualquier ciudadanía ni por cualquier participación, sino que es finalmente un ejercicio de solidaridad. Ser voluntario es ser responsable (ciudadanía) ante los sujetos frágiles, portadores de derechos y deberes no solo para sí sino para aquellos que no los tienen reconocidos; ser voluntario es construir (participación) un mundo habitable no sólo para los fuertes y autónomos, sino para los más débiles e indefensos (solidaridad). De este modo, la ciudadanía y la participación se sustancian en el ejercicio de la solidaridad.

La conciencia actual del voluntariado se ha construido en diálogo con los sujetos vulnerables, en confrontación con la exclusión no deseada, en referencia a una sociedad alternativa y más habitable.

El voluntariado se auto-comprende en nuestros días como un agente emancipador que, naciendo de la ciudadanía y de la participación, se ejercita como solidaridad a favor de la calidad de vida y, en particular, de los ciudadanos excluidos, cuya existencia está sometida al riesgo, al desamparo y a la inadaptación.

Habrá voluntariado mientras se alimenten la cultura de la ciudadanía y de la participación, pero sobre todo mientras haya existencias que lo requieran y colectivos que sufran el rigor de la exclusión social.

En conclusión, puede afirmarse que el voluntariado es una expresión esencial de las tradiciones emancipadoras, sea en su versión laica o en su versión religiosa. Los rasgos sustanciales que definen y circunscriben al voluntariado en el interior de sus distintas y variadas expresiones son los siguientes: a) ser una donación altruista libremente realizada; b) realizar un servicio concreto que se ubica en la gestión de los cotidiano; c) ejecutar una acción no mercantil ni administrada; d) pertenecer a una organización.

El voluntariado actual es una realidad híbrida, heterogénea y compleja, que construye su identidad no sólo como respuesta a las transformaciones de las necesidades sociales, sino también en confrontación con las distintas constelaciones ideológicas. En la órbita de la contra-modernización, la irrupción del voluntariado es una forma de revalorizar los elementos pre-modernos, invocar la vuelta al orden natural y restaurar la comunidad primitiva. En diálogo con él, el voluntariado maduro y acreditado está recuperando su compromiso transformador, su dimensión política y el valor de la organización. No cabe duda que un cierto voluntariado se ha desarrollado frente a cualquier compromiso emancipador.

En la concepción pre-moderna, el voluntariado es un modo de procurar unos por otros en un contexto rural. Se le invoca para controlar o contener el proceso de modernización; se reafirma defensivamente frente a las instituciones modernas, especialmente frente al Estado Moderno, a quien le atribuye haber deshecho los vínculos sociales y frente a las profesiones sociales, a quienes culpa de haber fragilizado los modos naturales de ayudarse mutuamente.

Las instituciones modernas, especialmente las administraciones públicas con sus burocracias, así como la profesionalización de la acción social, se convierten para este tipo de voluntariado en el ogro filantrópico que debe ser evitado. En la perspectiva conservadora, gobiernos y mercados atendieron mal las necesidades sociales, por lo que las organizaciones solidarias actuarán como árbitros y defensores del pueblo frente a las fuerzas m a y o res del gobierno y del mercado. Continuará.